En el siglo XIX, cuando Cuba era una provincia española antes de la inicua agresión estadounidense, era la provincia con una economía más fuerte, la que tenía mayor PIB y la que disfrutaba de un nivel de vida más alto; todo ello propiciado por la modernización y el enorme incremento productivo de la caña de azúcar y productos derivados (azúcar, miel de caña, aguardiente y ron), tabaco (en rama y elaborado), café, cera, miel de abejas, cobre y maderas preciosas. Cuba se convirtió en el primer exportador mundial de azúcar y de café, y en uno de los grandes exportadores de tabaco. Paralela y consecuentemente, ya en las primeras décadas del siglo XIX nació el sistema bancario cubano que se desarrolló hasta contar, en 1860, con quince instituciones financieras. No es, pues, de extrañar que fuera la primera provincia española con capacidad de inversión suficiente para construir una línea de ferrocarril, la que unía La Habana con Bejucal. Inaugurada el diecinueve de noviembre de 1837, fue el primer ferrocarril que funcionó en Iberoamérica, el segundo de América y el cuarto del mundo. En la España peninsular, la primera línea de ferrocarril fue la que unió Barcelona con Mataró, inaugurada el veintiocho de octubre de 1848.
En las últimas décadas del siglo, las sucesivas guerras provocadas por insurgentes financiados por EE. UU. causaron estancamiento primero y retroceso después de la economía. En 1898, al finalizar la Guerra hispano-estadounidense, se había perdido un tercio de la población y se habían destruido las dos terceras partes de la riqueza. A partir de 1900, volvió a registrarse un crecimiento económico sostenido en torno al ocho por ciento anual, favorecido en 1926 por la reforma arancelaria que incentivó el incremento en la producción de café, arroz, maíz, calzado, textiles, cemento… Este crecimiento remitió con la Gran Depresión, pero después se vio favorecido por la Segunda Guerra Mundial y por la subsiguiente posguerra. Entre 1950 y 1952, el crecimiento económico superó el diez por ciento anual.
Ya en tiempos de Fulgencio Batista, primero presidente constitucional (1940-1944) y después dictador (1952-1958), Cuba seguía siendo uno de los cuatro países más prósperos de Iberoamérica. En la década de los cincuenta, la renta per cápita era similar a la de Italia; en La Habana había dieciocho periódicos, treinta y dos emisoras de radio y cinco de televisión; el cincuenta y ocho por ciento de las casas tenían luz eléctrica (porcentaje que en los núcleos urbanos superaba el noventa por ciento) y, según datos de la OIT, en 1958 los cubanos que trabajaban en la industria tenían el octavo salario más alto del mundo. Ese mismo año de 1958, Cuba fue el tercer país de América con mayor inversión directa estadounidense: mil millones de dólares. En Cuba se creaba riqueza, pero lastrada por una corrupción galopante propiciada por la dictadura y gestionada por la mafia estadounidense instalada en La Habana, su reparto era terriblemente injusto. La peor parte la llevaban los campesinos de los que un tercio vivía por debajo del umbral de la pobreza, solo el nueve por ciento de las casas rurales tenían electricidad, el ochenta y cinco por ciento carecían de agua corriente y el sesenta y cinco por ciento eran bohíos de madera, con suelo de tierra y techo de hojas de palma. No obstante… ¡había riqueza que repartir!
En la Nochevieja de 1958, Batista abandonó la isla en avión. La noche del día siguiente, entró en La Habana la columna de revolucionarios mandada por Ernesto “Che” Guevara. Ese mismo día, en Santiago de Cuba, Fidel Castro pronunció su primer discurso. ¡Había triunfado la Revolución!
El régimen revolucionario, desató una orgía de secuestros, torturas y asesinatos que sumió al país en un baño de sangre y terror. El Che, ese mismo Che cuya efigie aún llevan algunos en sus camisetas, se mostró especialmente laborioso y diligente en la tarea de matar personalmente o mandar fusilar inocentes indefensos; en sus propias palabras: Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro… ¡El odio es el elemento central de nuestra lucha! El odio intransigente al enemigo que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano, y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así. Y en carta dirigida a su padre: Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar. Vamos, un primor de criatura al que Sartre, con esa petulante suficiencia tan marxista y tan francesa, calificó como el hombre más completo de nuestra era.
Inmediatamente, el Gobierno de Castro se convirtió al comunismo, nacionalizó los medios de producción, se apropió de los bancos y se aplicó a hundir la economía o, como ellos dicen, a sustituir la economía capitalista de mercado por una economía socialista dirigida y planificada. Acabaron con la producción incluido lo que parecía imposible: el desplome casi total de la producción azucarera. Entre 1961 y 1963, las cosechas se redujeron a menos de la mitad. Instalaron al país en una permanente bancarrota y sometieron a los cubanos a unas condiciones de represión, terror, miseria y hambruna como no se habían conocido jamás en la isla. Incapaces de producir ni siquiera lo imprescindible para no morir de hambre, los cubanos que sobrevivieron, lo hicieron gracias a los socorros que les enviaba la URSS. En un periodo de treinta años, entre 1960 y 1990, la URSS entregó a Fidel Castro cien mil millones de dólares en subsidios. Ocho veces más que el plan Marshall con el que EE. UU. reconstruyó Europa tras la Segunda Guerra Mundial, para un paisito que mide la quinta parte de España. Con esa inmensa cantidad de dinero, Castro consiguió que Cuba fuera uno de los países más pobres del planeta. Cuando murió el veinticinco de noviembre de 2016, el salario medio mensual de los cubanos estaba entre los más bajos del mundo: veintitrés euros al mes.
Cuando se desintegró la Unión Soviética en 1991 y cesó la ayuda rusa, la miseria y la hambruna crónica de los cubanos se agudizó aún más. En 1991, con la URSS también desapareció el CAME (COMECON en las siglas inglesas), la organización integrada por los países socialistas que, dirigida por la URRS, establecía la especialización de cada uno de los países miembros (alimentos, materias primas, siderurgia, petroquímica…) y fijaba las cuotas de producción y los precios a cambio de protección militar y de petróleo. Economía socialista dirigida y planificada a escala mundial. Cuba se había especializado en bienes primarios para la exportación, como azúcar, níquel y cítricos. En la década de los ochenta, más de la mitad de la superficie de la isla estaba destinada a la producción de los productos agropecuarios exportables designados por el CAME, mientras que importaban la mitad de los alimentos que consumían los cubanos, cantidad que, en el caso de las carnes, llegaba al sesenta por ciento. Además, Cuba reexportaba, a precios de mercado, la parte no consumida del petróleo que recibía de la Unión Soviética en virtud de lo acordado en el CAME. Al desaparecer ese organismo, Castro se encontró con que el azúcar crudo, que no tenían capacidad para refinar, era rechazado por el mercado que demandaba azúcar refinado; lo mismo ocurría con el níquel, Cuba lo producía en bruto, pero no lo transformaba en su forma metálica que era la que demandaba el mercado; y los cítricos, sencillamente no tenían demanda entre los países vecinos. Además, se quedó sin el ingreso extra de la reventa del petróleo soviético. ¡Verdaderamente prodigioso el sistema socialista de economía dirigida y planificada! El Gobierno cubano emprendió entonces un proceso de reformas estructurales e institucionales, de cuyo éxito da cuenta el hecho de que, en 1994, la extrema penuria de la población produjo un insólito levantamiento popular: el Maleconazo. Lamentablemente, bastó un discurso del carismático Fidel Castro para acabar con las manifestaciones, aunque no con la penuria: en 1997, el racionamiento de cada cubano era de cien gramos de pasta de soja a la semana, dos kilos de arroz, medio kilo de alubias y cuatro huevos al mes, y doscientos gramos de carne… ¡al año! Todavía en 1959, cuando Castro aún no había abrazado el comunismo, había en la isla más vacas que personas y la carne era tan habitual como el arroz en la mesa de los cubanos.
Llama la atención que, siendo Cuba una isla, en las cartillas de racionamiento de los cubanos ni siquiera aparezca el pescado. En Cuba apenas si se pesca. ¿Motivo? El miedo del Gobierno a que los ciudadanos huyan del paraíso socialista para instalarse en el infierno capitalista. En Cuba, construir cualquier cosa que flote está prohibido, y tener un simple bote de remos requiere inscribirlo en el registro oficial y obtener permisos que tardan no menos de quince años en conceder ¡si es que los conceden! No obstante, si a pesar de todo consigues tener un barco, una barca, una canoa o una simple almadía, cada vez que quieras salir al mar necesitas la correspondiente autorización; por no hablar, si se trata de un barco a motor, de la suficiente cantidad de combustible que, por supuesto, está racionado. Cada una de las personas que vayan en el barco necesitará un permiso de embarque. Y si además quieres pescar, necesitas un carné de pesca renovable anualmente; se solicita al Ministerio del Interior que, tras una minuciosa investigación que puede tardar años, normalmente lo deniega. Si durante la travesía tienes que tocar tierra, aunque sea unos instantes, para volver a separarte de la orilla debes renovar todos los permisos. Y lo mejor de todo, si tu embarcación se aleja más de dos millas de la costa, la policía marítima interpreta que te estás escapando y te ametralla o te cañonea. Conclusión: los cubanos no comen pescado.
Desaparecidas la URSS y el CAME, el Gobierno realizó algunas reformas legislativas para permitir la inversión extranjera, favorecer el turismo y despenalizar la tenencia y circulación de divisas al objeto de legalizar los dólares que envían a sus familiares los cubanos radicados en Miami (la CEPAL estima que, en 1998, estas remesas fueron de unos setecientos millones de dólares). No obstante, todo se lo traga la voraz y corrupta maquinaria administrativa socialista sin que el pueblo note mejora alguna. Cuba dirigió entonces su mendicante mano extendida a Venezuela, en petición de subsidios.
Entre 2003 y 2014, el precio del barril de petróleo no dejó de subir, y los ingresos en petrodólares de los países productores aumentaron en una proporción sin precedentes. La Venezuela chavista no solo no ahorró ni un céntimo, sino que multiplicó por seis la deuda externa. Que ¿dónde fue a parar todo ese dinero? Pues a cuentas particulares en Suiza, Andorra, Panamá, Turquía y Rusia; a lujosos inmuebles en España y en Estados Unidos; y a Cuba. Entre 1999 y 2014, Venezuela envió a Cuba un promedio de ciento veinte mil barriles de petróleo… ¡diarios! El régimen castrista usaba ese petróleo, en parte para consumo propio y en parte para revenderlo en el mercado mundial, como hiciera anteriormente con el petróleo soviético. Un regalo de entre tres y cuatro mil millones de dólares anuales, el veinte por ciento de su PIB. La caída de la producción petrolera venezolana, especialmente pronunciada a partir de 2016, disminuyó los envíos de crudo a Cuba, pero no los interrumpió. Todavía en 2018, cuando Venezuela ya padecía desabastecimiento de gasolina y escasez de alimentos y medicinas, Nicolás Maduro siguió enviando a Cuba cuarenta y cinco mil barriles de petróleo diarios. En 2020, Petróleos de Venezuela S. A. compró a crédito cuatrocientos cuarenta millones de dólares de crudo a Rusia, para enviarlo directamente a Cuba sin pasar por Venezuela. Además, a lo largo de veinte años, Venezuela le compró a Cuba todo tipo de servicios por un importe imposible de cuantificar. Ni un céntimo de toda esa inmensa cantidad de dinero sirvió para sacar a los cubanos del hambre y la miseria; los gerifaltes del socialismo cubano lo despilfarraron en sostener el esperpéntico régimen castrista que sustenta su feudo de privilegios y prebendas. Y ahí siguen. Y Cuba sigue siendo una de las sociedades más pobres y atrasadas del planeta, con recortes y restricciones en el alumbrado público, en el uso de aire acondicionado, en el uso del transporte público, con colas interminables en gasolineras, en panaderías, con escasez de alimentos, de medicinas, de ropa, de todo, con represión, tortura, presos políticos, crímenes de Estado… En fin ¡comunismo!
La completa aniquilación de la economía venezolana afectó gravemente a la economía cubana, y el paraíso socialista caribeño necesitaba desesperadamente un nuevo benefactor al que parasitar. ¿Y, quién mejor que China que ya en 2011 tuvo el importante gesto de condonarle a Cuba una deuda de seis mil millones de dólares? Además, mire usted por donde, a la República Popular también le interesa esa relación comercial porque encaja en su estrategia de expandirse económicamente por todo el orbe a través de la iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, que es una red de infraestructuras y comunicaciones marítimas y terrestres destinada a facilitar el comercio entre China y el resto del mundo. En este proyecto, Cuba resulta un enclave excelente desde el que organizar y dirigir el comercio con toda Iberoamérica. Así, en 2017 China se convirtió en el primer socio comercial de la isla caribeña, y en 2019 Cuba se sumó a la iniciativa de la Franja y la Ruta. Cuba importa de China principalmente productos electrónicos, y le exporta azúcar crudo y níquel. China le ha regalado a Cuba varios trenes y la empresa Huawei se está encargando de la ampliación de la banda ancha móvil y del tránsito de la televisión analógica a la digital. A cambio, varias empresas chinas especializadas en biofarmacéutica, se están asentando en Cuba para explotar el desarrollo médico cubano en biomedicamentos.
Todo esto suena bien, pero a los cubanos les afecta poco. Como tiene ya más que demostrado, la ineficiencia del sistema es capaz de tragarse cuantas ayudas reciba sin que mejore apreciablemente el nivel de vida de la población. El común de los cubanos sigue instalado en la miseria crónica, la hambruna cotidiana, la precariedad rutinaria, los padecimientos consuetudinarios, las necesidades de todo tipo y la feroz represión de cualquier atisbo de queja o descontento.
Pero si pensaban que habían tocado fondo, se equivocaban. Toda situación mala es susceptible de ir a peor, y ahí está el virus chino para demostrarlo. La pandemia ha acabado con la mayor industria cubana, el turismo. Las medidas de la Administración Trump hicieron prácticamente imposible que, en 2020, los cubanos de Estados Unidos enviaran dinero a la isla. En 2020 el PIB cayó un once por ciento. En la centralizada economía cubana, esto ha afectado a su principal producto de exportación, el azúcar. La falta de divisas ha impedido a los productores de caña comprar suficiente fertilizante y recambios para la maquinaria, con la consecuencia de que en mayo del 2021 han tenido la peor cosecha en más de un siglo. Por si todo esto fuera poco, el virus, que en la primera oleada fue contenido cerrando la isla a cal y canto, ahora se ha abierto paso y está causando estragos en la población. En el colmo del esperpento, las autoridades cubanas que afirman haber desarrollado, no una sino dos vacunas, eficacísimas ambas, dicen no poder vacunar a la población… ¡por falta de jeringuillas! Tanta desgracia ha hecho que los cubanos venzan el miedo al régimen de terror y se lancen a la calle a protestar al grito de ¡Patria y Vida! En toda Cuba ha habido manifestaciones. Los jóvenes se han movilizado en las redes sociales a pesar de los frecuentes cortes de internet. Veremos si en esta ocasión basta otro discurso demagógico para aplacar la ira popular.