Antony Garrard Newton Flew

Acabo de leer un libro titulado “Dios existe”. Me lo prestó un amigo con el que he mantenido más de una conversación acerca del tema, para reforzar sus argumentos, supongo. Su autor, Antony Flew, fue un filósofo y profesor universitario británico, nacido en Londres en 1923 y muerto en Reading en 2010.

Durante la segunda mitad del siglo veinte y hasta el momento actual, el mundillo intelectual anglosajón -Reino Unido y Estados Unidos-, ha seguido con interés el enconado debate filosófico entre teístas y ateos acerca de la existencia de Dios. Filósofos, teólogos y pensadores varios, se han alineado en uno u otro bloque, aportando a su bando lo más florido de su ingenio en forma de elocuentes argumentos y sesudas teorías, para deleite y solaz de sus seguidores.

Antony Flew fue, durante medio siglo, el más destacado representante del ateísmo filosófico anglosajón; el adalid indiscutible de su facción; el que aportó los argumentos más novedosos y convincentes en sus escritos: “Teología y falsificación”, “Dios y la filosofía” o “La presunción de ateísmo” entre otros. No por casualidad fue conocido como “El papa del ateísmo”. Precisamente por eso, cuando en 2004 anunció su cambio de bando, del ateísmo al deísmo, la noticia fue un auténtico mazazo que revolucionó completamente el estado de la cuestión. En palabras de un analista de la época: Fue como si el Papa de Roma hubiera anunciado su convicción de que Dios es un mito.

En 2007, cuando la polémica generada le impuso la necesidad de explicar su cambio de creencia, publicó “Dios existe”, un librito en el que expone, de forma razonada y clara (bueno, en fin, todo lo clara que cabe esperar de un filósofo), los motivos por los que descartó los argumentos que llevaba cultivando toda su vida, para admitir sin ambages lo que para él era ya una evidencia indiscutible: la existencia de Dios. Honrado hasta las últimas consecuencias consigo mismo y con el mundo, con su mundo, se mantuvo fiel al que había constituido su lema intelectual desde el principio: Hay que seguir el razonamiento hasta donde nos lleve. Y eso hizo, a despecho de presiones históricas, ambientales, culturales o profesionales.

Dicho en un resumen muy sucinto, lo que convenció a Flew para abandonar el ateísmo y abrazar el deísmo, no fue la fe ni la iluminación ni la mística, sino la ciencia. En efecto, los avances científicos en el conocimiento del universo y sus componentes, especialmente en materia de Física y de Genética, terminaron por conducirlo al convencimiento de que el orden interno que evidencia tanto lo macroscópico como lo microscópico, y las complejas leyes que lo rigen, no pueden haber sido fruto del azar. Por tanto, se impone la evidencia de una inteligencia superior, un ente que ordena y organiza o, dicho de otro modo, un legislador universal, es decir, Dios.

Lo que para mí resulta más sorprendente, es que en el siglo diecinueve, un pionero de la ciencia experimental como Louis Pasteur, debió seguir un recorrido intelectual parecido, que resumió en una única frase: Un poco de ciencia aleja de Dios, mucha acerca a Él.


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