La cosa comenzó en los años setenta del pasado siglo, cuando el progresismo en todas sus variantes —educativas, políticas, sociales, mediáticas…— dio en desempolvar una antigua estrategia para someter y manipular a la ciudadanía: inculcar el miedo y el sentimiento de culpa. Desde entonces, estamos bajo la influencia de una confabulación de augures aguafiestas que nos tienen atenazados con el convencimiento de que el presente es malo y el futuro será aún peor, de que vivimos circunstancias de desastre y hecatombe, de que el final de los tiempos se acerca y de que la culpa de todo es nuestra. Nada nuevo bajo el sol: el terror del año mil en versión actualizada y adaptada a las sociedades democráticas occidentales.
En el desarrollo de este procedimiento, cualquier recurso capaz de aguijonear el miedo, la alarma y la intimidación, es válido. Los medios de comunicación exageran convenientemente las “colas del hambre” y las penurias económicas sin cuento de los “menos favorecidos”; las oenegés nos bombardean con imágenes tremendas de desnutrición infantil en los países del tercer mundo o con datos convenientemente seleccionados para “demostrar” la destrucción implacable de la naturaleza; los políticos se regodean en los horrores que nos depara el cambio climático presuntamente antropogénico; y así un largo etcétera de noticias, reportajes, declaraciones y opiniones siempre negativas, alarmantes e intimidatorias. Una inmensa urdimbre de falsedades, demagogias, medias verdades y verdades escogidas, manipuladas y descontextualizadas cuya única finalidad es monopolizar el poder político y económico. Dicho en castizo, mandar para trincar el dinero de nuestros impuestos.
Sustituyendo la realidad real por esa realidad virtual paralela, políticos y sindicalistas justifican y refuerzan una ideología que, según prometen, es el antídoto contra todos los malos augurios. Esa promesa y la credulidad de muchos les asegura los votos para seguir en el poder… y en el trinque. Y es que vivir como maharajás a costa del erario, sin más mérito personal, académico o profesional que poseer el carné del partido, del sindicato o de ambos, no es motivación trivial. Los medios de comunicación públicos les siguen el juego porque han sido creados para ser la voz de su amo, y los privados porque la necesidad de subvenciones para sobrevivir como empresas los han convertido en públicos. Las oenegés, en fin, porque esa trama de penalidades, desgracias y malos augurios justifica el sostenimiento de enormes infraestructuras burocráticas de las que viven miles de personas… con dinero público, naturalmente.
Así las cosas, afirmar categóricamente que vivimos en una época que invita al optimismo más que ninguna de las que vivieron nuestros antepasados puede parecer una osadía, una insensatez o una provocación, pero no lo es. En absoluto. Muy al contrario, es una realidad que se sustenta en datos incuestionables y palmarios. Y no hablo de información reservada y solo accesible para algunos privilegiados, no. Todos los datos que voy a mencionar están publicados en las páginas web de organismos oficiales y están a disposición de todo el que tenga un teléfono móvil o un ordenador conectado a la red… y ganas de buscar, naturalmente. Por supuesto que en el mundo hay hambre, enfermedades, pandemias, desnutrición infantil, actividades humanas lesivas para la naturaleza, etc. Lo que demuestran estos datos es que la situación es notablemente mejor que hace cincuenta, cien o quinientos años y que la tendencia es a seguir mejorando. Veámoslo.
Es cierto que cada día somos más —casi ocho mil millones de criaturas humanas a día de hoy, mientras que al iniciarse el siglo XIX apenas llegábamos a los mil millones— pero somos mucho más ricos de lo que nunca hemos sido. De hecho, vivimos tan bien que si un opulento y poderoso de épocas pasadas viera como vive hoy un trabajador cualquiera, alucinaría en colores. Del año 1800 al año 2018, la población se ha multiplicado por siete, la renta per cápita por diez y la esperanza de vida por dos. En España, entre 1815 y 2019, el producto interior bruto se multiplicó por ochenta y siete; dado que en ese periodo la población española se multiplicó por cuatro con cinco, el PIB real per cápita aumentó casi veinte veces. Y la tendencia es ir a mejor. Si consideramos solamente los últimos setenta años, la población mundial se ha multiplicado por dos y la renta per cápita por tres. Y la mejoría no ha afectado solo a los países del primer mundo; en los países pobres, donde el margen de mejora era mayor, ha sido bastante más acusada. En 1920, al iniciarse los felices años años veinte, nuestros abuelos afirmaban que la máxima esperanza de vida a la que podríamos aspirar sería de sesenta y cinco años. Hoy, esa es la esperanza de vida en Sudán, uno de los países más pobres y con peor sistema sanitario del mundo. En España ronda los ochenta y cuatro años.
La mortalidad infantil ha descendido espectacularmente. En 1800, el cuarenta y cinco por ciento de los niños europeos morían antes de cumplir los cinco años. Hoy, en todo el mundo, el porcentaje de niños que mueren antes de los cinco años no llega al cuatro por ciento. En España apenas sobrepasa en tres décimas el cero por ciento. Pero donde el descenso ha sido más espectacular es en los países del tercer mundo, donde, desde 1990, se ha reducido en un treinta por ciento por término medio.
Las pandemias de hogaño son considerablemente benignas si las comparamos con las de antaño. Y no hay que remontar la comparación a las terribles pestes medievales, basta con retroceder hasta la gran gripe de 1918 y cotejar datos con la actual pandemia de COVID.
Si consideramos que las cuatro necesidades básicas del ser humano son alimento, vestido, vivienda y energía, las cuatro han bajado de precio hasta resultar asequibles a la inmensa mayoría de la población en prácticamente todo el mundo.
El planeta es mucho más verde que hace solamente medio siglo. La masa forestal del planeta ha aumentado un veinte por ciento en los últimos treinta años. En España concretamente, el aumento ha sido de un treinta y cinco por ciento. Sí, en efecto, a pesar de esa plaga que son los incendios forestales estivales, tenemos un tercio más de árboles que en 1990.
Por otro lado, los motores de explosión son cada vez más eficientes y, consecuentemente, están disminuyendo sustancialmente las emisiones contaminantes a la atmósfera. Desde 1970, mientras que el parque mundial de vehículos no ha dejado de aumentar a un ritmo galopante, las emisiones de dióxido de azufre han disminuido un treinta y seis por ciento, y las del óxido de nitrógeno que emiten los motores diésel, han disminuido un setenta y dos por ciento. Esto a nivel mundial; si consideramos solo Europa y Estados Unidos, el descenso ha sido mucho mayor.
Hemos aprendido a prever, prevenir y controlar mejor que nunca los desastres naturales. Si buscamos cuales han sido los terremotos, las inundaciones, los huracanes o las erupciones volcánicas más mortíferas de la historia, comprobaremos que todos los máximos se dieron en siglos pasados a pesar de que la densidad de población en las zonas afectadas es ahora muy superior.
La tecnología, que nos envuelve por todas partes y en la que ya apenas reparamos, nos hace la vida muchísimo más fácil, más feliz, y nos proporciona una libertad enorme, inmensa, inusitada, absolutamente inimaginable por nuestros abuelos. Cualquiera de esos apóstoles del cataclismo, ecologistas, veganos, animalistas, elegetebeistas y urbanitas irredentos, que abominan de las ciudades y predican la vuelta a la vida sencilla en comunión con la naturaleza, no soportaría ni una mañana llevando la vida de un campesino de… no es necesario viajar muy atrás en el tiempo, digamos de mediados del siglo XX.
Lo cierto y verdad es que vivimos en la edad de oro de la humanidad y que, pese a los problemas y los datos negativos —¿Cuándo no los ha habido?—, todo indica que la evolución es ascendente. Así que la próxima vez que un profesional del catastrofismo, uno de esos interesados agoreros aguafiestas, intente amargarte la vida desde la pantalla del televisor o desde el altavoz de la radio, coloca el puño con los nudillos hacia arriba y, muy lentamente, eleva el dedo medio hasta que alcance una perfecta verticalidad.
FUENTES. –
Fernando Díaz Villanueva, OPTIMISTAS CON MOTIVO, conferencia pronunciada en el VIII Congreso National Geographic / Mentes Brillantes 2018, Madrid.
UNFPA (Fondo de Población de las Naciones Unidas): World Population Dashboard (unfpa.org)
Prados de la Escosura, Leandro (Universidad Carlos III) y Sánchez-Alonso, Blanca (CEU-San Pablo); DOS SIGLOS DE MODERNO CRECIMIENTO ECONÓMICO EN ESPAÑA; PAPELES DE ECONOMÍA ESPAÑOLA, N.º 164, 2020. ISSN: 0210-9107. “CRECIMIENTO ECONÓMICO”.
Cuaderno digital www.frquesada.com
FAO: Evaluación de los recursos forestales mundiales 2020 (fao.org)
Geografía Infinita: La evolución de la mortalidad infantil en el mundo – Geografía Infinita (geografiainfinita.com)
Wikipedia
Trabajo como éste es de agradecer.
Gracias, Fernando
Gracias a ti, Miguel. Un abrazo.
Fernando, merece mucho la pena leerte.
Gracias.
Gracias a ti, Paco. Un abrazo.