Estatua de Francisco Franco cuando llegó a Melilla.

1) LA ESCULTURA

Ésta es la última estatua de Franco expuesta en una vía pública española, y está en Melilla. La otra, la figura ecuestre que había en el acuartelamiento “Millán Astray” del Tercio Gran Capitán I de la Legión, erigida en honor al primer comandante de la I Bandera del Tercio de Extranjeros, fue retirada en agosto del 2010 en cumplimiento de las órdenes recibidas y acorde con lo estipulado en la Ley 52/2007 de la Memoria Histórica, según el comunicado oficial emitido por la Comandancia General de Melilla.

MelillaÉsta que aún puede contemplarse al pie de la muralla de Melilla La Vieja, fue erigida a iniciativa del Pleno del Ayuntamiento melillense celebrado en diciembre de 1975, en el que se acordó por unanimidad dedicarla al joven comandante que, en julio de 1921, contribuyó de forma decisiva a salvar Melilla del asedio rifeño. Fue realizada por el escultor y teniente coronel Enrique Novo Álvarez, que la entregó en 1977. En sesión presidida por Luis Cobreros, último alcalde anterior a la transición, el ejecutivo melillense acordó el lugar donde debía instalarse la escultura. Sin embargo Cobreros la mantuvo guardada y sería su sucesor, Ginel Cañamaque de la UCD, quien en 1978, la emplazase según estaba previsto. Lo más original del caso es que, en palabras del presidente del “Colectivo para la Supresión de Símbolos Franquistas”, al no haberse inaugurado nunca oficialmente, no se puede considerar monumento.

Posteriormente se han sucedido en el gobierno de la ciudad autónoma: UCD, PSOE, Coalición por Melilla, GIL, Partido Independiente de Melilla, Unión del Pueblo Melillense y PP. Ninguno de ellos consideró retirar esta estatua aunque siempre hubo quien lo solicitara.

Al entrar en vigor la Ley de la Memoria Histórica en diciembre del 2007, el monumento nunca inaugurado parecía tener los días contados, pero el Ejecutivo de Melilla argumentó que si ningún gobierno anterior lo había retirado, había sido porque el Pleno que lo aprobó, lo hizo para rendir homenaje al que fuera Comandante del Tercio Gran Capitán I de la Legión de Melilla y no por su condición de dictador.

En el 2009, el alcalde-presidente de la ciudad autónoma Juan José Imbroda Ortiz, del PP, se opuso a retirar la estatua porque, al tratarse de un monumento que conmemora hechos anteriores a la Guerra Civil, no incumple la susodicha Ley.

En el 2010, al tiempo que los legionarios quitaban la estatua ecuestre de su acuartelamiento cumpliendo órdenes, Imbroda solicitó por escrito a la entonces Ministra de Defensa, Carmen Chacón, que122-Melilla25-03-13'' si era voluntad del Gobierno retirar la escultura de marras de la vía pública, la trasladara al Museo Militar o a un acuartelamiento de la Comandancia Militar de Melilla. En su lugar, propuso erigir un monolito que honrara la memoria de todos los heroicos protagonistas que, en 1921, salvaron Melilla del desastre.

A día de hoy, si llegas a Melilla por barco, saliendo del puerto a mano derecha, puedes ver la estatua en cuestión. Pero si tienes interés en curiosearla, presta atención; es tan modestita que podría pasarte desapercibida.

2) EL PERSONAJE

El Franco dictador es de sobra conocido… o ignorado, pero eso no obsta para que sea mitificado o demonizado según el sesgo ideológico de cada quien. Aún hoy, a estas alturas de siglo XXI, es raro encontrar un español capaz de opinar sobre el personaje desde la serenidad y la objetividad. Ni siquiera entre los profesionales de la Historia. Sin embargo, el Franco que representa esta escultura está aún lejos de convertirse en “Su Excelencia el Generalísimo, Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Todavía se apellida Baamonde, a la espera de que Carmen Polo le intercale una “h” para darle más lustre. Es un joven militar que, con veintiocho años y una corta pero brillante carrera, llega a Melilla al mando de la primera bandera de legionarios, que va a entrar en combate decidido a conseguir la gloria o la sepultura, o ambas cosas.

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Franco nació en El Ferrol el cuatro de diciembre de 1892. El diecisiete lo bautizaron con los nombres de Francisco Hermenegildo Paulino Teódulo… y se quedaron tan a gusto. Su familia siempre lo llamó Paquito, por abreviar y para distinguirlo de su primo Francisco Franco Salgado-Araujo, huérfano y ahijado de su padre, al que llamaban Pacón. Después, ya adolescente, sus compañeros de colegio lo llamaban “Cerillito”, porque era canijo y cabezón.

Paquito no creció en un hogar feliz. Sus padres se llevaban manifiestamente mal y acabarían separándose. Nicolás Franco y Salgado-Araujo, el padre, era oficial de la Armada, y en sus destinos había adquirido las costumbres licenciosas propias de la oficialidad colonial. Era descreído, jugador, mujeriego y juerguista. De carácter colérico, con sus hijos fue siempre autoritario, severo y con la mano más larga de lo que hoy se consideraría admisible. La madre, María del Pilar Baamonde y Pardo de Andrade, era una mujer bondadosa y convencional que soportó la difícil convivencia con su marido refugiándose en la maternidad y en la religión. Los cuatro hermanos crecieron muy apegados a su madre, que se esforzó en inculcarles sus valores: religiosidad, prudencia, tenacidad, probidad, responsabilidad… De los cuatro, el que más se identificó con ella fue Paquito, que la tuvo como modelo durante toda su vida.

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Nicolás-y-Fco'En 1907, con catorce años, Paquito vio frustrado su deseo de ingresar en la Escuela Naval de la Armada como su hermano Nicolás; el gobierno de Maura la había clausurado temporalmente por falta de fondos. Así las cosas, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo. El viaje desde El Ferrol lo realizó con su padre y, años después, describe la experiencia con estas palabras: He de confesar que este primer viaje con mi padre, rígido y adusto, no resultara divertido, pues le faltaba la confianza y la solicitud que le hicieran cordial. ¡Qué diferencia con los futuros viajes con los compañeros! Ese mismo año su padre fue destinado a Cádiz y su madre rehusó acompañarlo. La separación sería ya definitiva. Poco después, destinado ya en Madrid, Nicolás Franco se unió sentimentalmente con Agustina Aldana, con la que vivió maritalmente hasta su muerte en 1942. Aunque Agustina tenía estudios de maestra, los Franco siempre dijeron de ella que era una chacha que se había aprovechado del viejo.

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Los inicios en la Academia no fueron fáciles. Aquel gallego receloso,Cadete' tímido, retraído, con vocecita de vicetiple afónica, no despertaba ningún respeto. Y su físico aniñado, frágil, menudito y demasiado bajo para su edad, tampoco ayudaba demasiado. Sus compañeros lo llamaban Franquito. No faltaron las clásicas novatadas ni los típicos bravucones que, abusando de su debilidad, se dedicaron a martirizarlo sin piedad: Triste acogida que ofrecían a los que veníamos llenos de ilusión a incorporarnos a la gran familia militar. Hasta que un día Franquito se hartó y le tiró una lámpara a la cabeza al jefecillo de los baladrones. El acoso cesó, pero le siguieron llamando Franquito. No es de extrañar que, años después, siendo director de la Academia General Militar de Zaragoza, una de sus principales preocupaciones fuera acabar con las novatadas.

Como estudiante tampoco destacaba, y aunque siempre practicó las cualidades que tan hondamente le había inculcado su madre, una voluntad férrea y una gran capacidad de sacrificio, su expediente fue mediocre. De trescientos doce, quedó en el puesto doscientos cincuenta y uno, muy por detrás de su amigo de la infancia, compañero en África y futuro ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega. En RAZA, el protagonista José –él mismo– tomará cumplida venganza criticando agriamente a los “primeros de la clase”.

Vicente Guarner Vivancos, un compañero que en la Guerra Civil combatió en el bando republicano y que después vivió exiliado en Méjico, escribió que si en aquella época se hubiera hecho una encuesta en la Academia de Toledo sobre cuál de aquellos estudiantes podría llegar a caudillo, Franquito ni siquiera hubiera aparecido en la lista. Es posible que en esta opinión pesara el resentimiento del derrotado, pero es lo cierto que Franco no destacó en nada, hasta que no se le vio desenvolverse en un campo de batalla.

En 1910 se licenció con el grado de segundo teniente de Infantería y obtuvo destino en El Ferrol. Su baja puntuación le impidió ir a África como deseaba. Tras dos años de pertinaz insistencia, consiguió por fin destino en África donde, desde la primera misión, demostró su eficacia sobre el terreno. Nunca fue un estratega brillante, pero sí un jefe aplicado y concienzudo en aspectos tales como la organización, la táctica y la logística. El teniente Franco hacía bien los deberes. De haber sido entrenador de fútbol, hubiera preparado cada partido como si de una final se tratara.

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En aquel Ejército colonial, corrupto, lleno de carencias, mal organizado y peor dotado, donde el oficial tipo era camorrista, putero, jugador, y “echao palante” en el campo de batalla, Franco era el bicho raro. Poco aficionado a tabernas y tugurios, empleaba su tiempo libre en leer tratados militares y estudiar mapas. En el combate se mostraba frío e imperturbable. Ostentaba una valentía temeraria y un absoluto desprecio por su propia vida. Jamás perdía ecuestre[1]la calma. Antes del ataque escudriñaba largamente las posiciones enemigas con sus prismáticos, examinaba, calculaba… hasta que, engolando su vocecita todo lo que era capaz, ordenaba la carga y se colocaba al frente de su unidad, asumiendo impertérrito el riesgo que eso suponía. Y en cuanto los ascensos le otorgaron ese derecho, encabezó las cargas montado en un caballo blanco para que sus hombres lo vieran mejor… y también el enemigo, claro. Franco sabía que los mandos que demostraban valor se ganaban el respeto de la tropa y conjuraban así el peligro de las deserciones y motines que asolaban aquel Ejército. Y, en efecto, sus moros de Regulares estaban convencidos de que, con Franco al frente, la victoria era segura. Decían que tenía baraka –suerte– y que sabía manera –sabía mandar–. Las unidades bajo su mando se distinguían por su disciplina férrea y por el orden que mantenían durante la batalla.

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Franco era implacable con la insubordinación e inflexible en la jovenaplicación de los castigos. Imponía a sus hombres un elevado nivel de exigencia, pero no mayor del que se imponía a sí mismo. En esa época al mando de regulares, y en mayor medida en su segunda estancia en Melilla al mando de legionarios, ordenaba fusilamientos por infracciones por las que ningún otro oficial los hubiera ordenado. Sin embargo, también se ocupaba de sus hombres en mayor medida que ningún otro oficial. Trazaba mapas que facilitaban las marchas, no escatimaba esfuerzos para que las medidas de seguridad de los campamentos fueran las adecuadas, y procuraba a su tropa el material necesario y una alimentación decente. Algo insólito en aquel Ejército en el que los soldados calzaban albarcas por falta de botas, vendían a los rifeños hasta sus fusiles porque no les llegaban las exiguas pagas, y las enfermedades causaban más bajas que los enfrentamientos armados. Puede parecer contradictorio este desvelo por la tropa con la cruel severidad de los castigos que aplicaba, pero Franco era así, reglamentista, implacable, ordenancista hasta la exasperación en todo y para todo.

Bien pronto, su fama de oficial eficaz, minucioso y bien preparado, llegó a los altos mandos –Berenguer, Sanjurjo– que le auguraban un gran porvenir si lograba seguir sobreviviendo. En palabras del historiador Paul Preston: Su frialdad bajo el fuego de combate y su competencia práctica como oficial de campaña le proporcionaron una serie de rápidos ascensos que le convirtieron, sucesivamente, en el más joven capitán, en 1916, el más joven comandante, en 1917 y el más joven general en Europa, en 1926.

Hasta el propio rey, que favorecía a aquel grupo de presión dentro del Ejército que dio en llamarse “los africanistas”, se interesó por Franquito. Y Franquito siguió llamándolo cuando ya había alcanzado el generalato. No por mortificarlo ni por su baja estatura, sino porque le hacía gracia la cautela con la que elegía cada una de sus palabras y el tono de pomposa gravedad con el que hablaba hasta de los temas más triviales.

En el ámbito castrense, Franco había encontrado su elemento. En la vida privada seguía siendo un muchacho tímido, inseguro y desconfiado, pero en los ambientes donde podía ajustar su conducta a las ordenanzas y reglamentos militares, se transformaba en todo lo contrario. Algo así como Messi cuando tiene un balón delante. No es de extrañar que, cuando años después lograra el poder absoluto, pretendiera convertir España entera en un cuartel. Era donde se encontraba más cómodo.

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Sofía'En aquella primera etapa melillense, concretamente en 1912, Franco se enamoró perdidamente de Sofía Subirán, hija de un coronel de Infantería que era cuñado y ayudante de campo del Alto Comisario de Marruecos, Capitán General Luis Aizpuru. Franquito tenía veinte años y Sofía quince. Ya muerto el dictador, la anciana solterona se confesaba al escritor Vicente Gracia: ¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino. Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece mentira como cambió luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te fatigaba. Me trataba como a una persona mayor y eso que yo era casi una niña… Estaba en la plaza de Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o por las mañanas en el parque de Hernández… No, no me contaba chistes, no tenía ocurrencias… Creo que era demasiado serio para lo joven que era. Tal vez por eso no me gustaba, me aburría un poco… Debió ser un buen marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero bueno…».

Emilio Ruiz Barrachina, autor de la novela LE ORDENO A USTED QUE ME QUIERA: EL AMOR SECRETO DE FRANCISCO FRANCO, recoge interesantes testimonios de la joven que dio calabazas a Franco y que, sorprendentemente, era un calco de Carmen Polo a la que Franco conocería después; hasta el punto de que en Zaragoza, en la Pascua Militar de 1940, cuando Sofía Subirán apareció con su padre, la gente la vitoreó confundiéndola con Carmen Polo. A partir de ese día, la dictadora consorte adoptó medidas para no volver a coincidir con Sofía en un acto público. Eran un suplicio los paseos por el parque Hernández a media tarde con Paquito acechando detrás de los árboles… Sea como fuere, a mis padres no les gustaba verlo a mi lado… Y si de lejos veía que se acercaba mi padre, yo le decía: “¡Por Dios, Paquito, corre que viene mi padre!”. Y él echaba a correr como un gamo. Salía disparado. ¡Ni que le persiguieran los rojos! Con decirle que el hombre que más hizo correr a Franco en esta vida fue mi padre. El trece de junio de aquel año, Franco ascendió a primer teniente y ese fue el primer y último ascenso que consiguió por antigüedad. El dieciséis de noviembre recibió la cruz de primera clase del Mérito Militar con distintivo rojo. Sin embargo nada de eso pareció impresionar al coronel José Subirán que lo llamaba “el tenientillo ese”.

Sofía adoraba la música, tocaba el piano y cantaba muy bien. También le encantaba bailar. En las fiestas del Casino Militar, donde la conoció Franco, ponía a su lado a un amigo que, por indicación suya, la sacaba a bailar si se le acercaba alguien que no le gustara. Sofía recuerda que Franco nunca la invitó a bailar: Era muy patosillo el pobrecillo. Prefería que hablásemos todo el rato. Pero a mí me aburría un poco, sinceramente. Yo era muy joven, la más joven de todas las primitas. Pero, juventud aparte, a mí Franco no me gustaba. Si me hubiera gustado no hubiera dudado en que él lo comprendiera de algún modo, pero no… Quererle, lo que se dice quererle, no le quise. Me caía simpático, nada más… Eso que lo intenté, en serio, intenté quererle un poquito… pero nada… Es que era muy atento y muy galante y me daba pena decirle que no quería verle. El chico no se parecía a los otros, que no hacían más que jugarse la soldada, pelear y emborracharse. Tras denodados e infructuosos esfuerzos y cuatro centenares de afectuosas misivas enviadas en seis meses, en junio de 1913 Franco desistió y se despidió de Sofía para siempre. La joven guardó esas cartas hasta que el pelma de Paquito se casó. Entonces las quemó por consideración hacia Carmen Polo, porque eran de aúpa, y con ellas, un historiador desaprensivo se las hubiera hecho pasar canutas a la señora de Meirás. Solo guardó treinta y tres postales que fueron las que utilizó Ruiz Barrachina para escribir su libro, publicado en 1978.

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En 1916, en El Biutz, Franco recibió una gravísima herida en el bajo vientre, que a punto estuvo de acabar con su vida. Fue durante la noche del veintiocho al veintinueve de junio. El enemigo los copaba y la amenaza de una maniobra envolvente era inminente. El joven capitán cogió el fusil de un soldado herido, caló la bayoneta y se lanzó al ataque arrastrando con su acción al resto de sus hombres. Salvó la situación, pero recibió un balazo que le hizo caer fulminado. Los médicos que lo atendieron en Ceuta, calificaron de “milagrosa” la trayectoria de la bala que permitió su recuperación. Una vez más la famosa baraka. Sin embargo, como consecuencia perdió un testículo, hecho poco conocido al que algunos atribuyen lo reducido de su descendencia.

Ascendido a comandante con solo veintitrés años, no encontró vacante en África y fue destinado a Oviedo, ciudad a la que llegó en la primavera de 1917, con una cierta aureola de héroe. Por entonces Franco ya gozaba de un consolidado prestigio militar en la Península, debido a las crónicas de los corresponsales en la guerra de África. Entre otros, Tebib Arrumi del diario ABC, seudónimo del abuelo del exalcalde de Madrid, Ruiz Gallardón.

CarmenEse mismo verano conoció a María del Carmen Polo Martínez-Valdés, perteneciente a una adinerada familia de la alta burguesía ovetense que lo consideraba poca cosa para la niña, pero Carmen se había enamorado de verdad y no hubo forma de hacerla desistir de su empeño. Se casaron el dieciséis de octubre de 1923, apadrinados por el propio monarca Alfonso XIII.

En junio de 1920, Millán-Astray le propuso ser el segundo jefe del Tercio de Extranjeros que acababa de fundar a imagen y semejanza de la Legión Extranjera francesa. Franco no lo dudó. Volvía a África como era su deseo, y al mando de un cuerpo con el que podía ser aún más exigente que con los Regulares.

El Francisco Franco que representa la estatua de Melilla, Francisco_Franco_1923'corresponde a un año después, julio de 1921, cuando acudió con sus legionarios a salvar la ciudad del asedio rifeño.

El ya mencionado Vicente Guarner Vivancos, señala ese tiempo de glorioso herido de guerra, destinado en Oviedo y prometido de Carmen, como el arranque de su definitivo complejo de excelencia: …se despertaron en él ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo señorial de vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso cambió su aspecto, adelgazando y luciendo fino bigotito… Pero esa es ya otra historia.


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