Justicia ciega… y sorda y anósmica y disgéusica y anosognósica y anáfica y gilí.

El mayor peligro que acecha a la democracia española no es la corrupción, como muchos estamos inclinados a pensar. Afortunadamente la justicia está actuando eficazmente contra ella, que ya era hora, y sin injerencias del Gobierno, aunque no se pueda decir lo mismo de algunos gobiernos autonómicos.

Tampoco es la impericia de la actual clase política en la que, a diferencia de lo que ocurrió en los tiempos de la transición, proliferan los individuos que no han hecho cosa de provecho ni en el terreno académico, ni en el profesional, ni en el empresarial, ni en el laboral, ni en ningún otro que no sea vivir a costa de la política o del sindicalismo desde siempre.

No. Todo eso, siendo grave, es superable mientras que funcione el poder judicial, que es la columna vertebral, la esencia fundamental, el garante último de toda democracia.

El verdadero peligro, la plaga de termitas que está horadando la viguería del edificio, los pies de barro que pueden derribar al gigante, el cáncer que está minando la salud democrática del sistema… son los jueces que ponen su ideología política por encima de su responsabilidad institucional. Los jueces que colocan su sectarismo por encima de su profesionalidad. Los jueces que, desde sus cargos institucionales y actuando como tales jueces, opinan públicamente sobre asuntos políticos. Los jueces que utilizan sus sentencias judiciales para intervenir en política. Los jueces, en fin, que sitúan el ideario de su partido por encima de la legislación que, ellos más que nadie, están obligados a cumplir y hacer cumplir.

¡Cuidado con ellos!


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