Preámbulo.-
En el año 2002, el Instituto Nobel puso en marcha un proyecto destinado a contrarrestar la creciente amenaza que viene suponiendo, para el hábito lector, el auge del cine, la televisión y los videojuegos. Se trataba de crear la Biblioteca de Literatura Universal definitiva, formada por los cien mejores libros de la historia. A tal fin, seleccionó a los cien escritores más prestigiosos y laureados del momento en cincuenta y cuatro países distintos, y les formuló la siguiente pregunta: ¿Cuáles cree usted que son las diez mejores y más importantes obras de la literatura mundial? El resultado no dejó lugar a dudas: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” quedó en primer lugar ¡con más del doble de votos que el segundo clasificado! En la rueda de prensa en la que el Instituto Nobel presentó los resultados, el escritor nigeriano Ben Okri, autor de la introducción de una nueva traducción de “El Quijote” al noruego, afirmó: Si hay una novela que hay que leer antes de morir, es “Don Quijote”; es una historia maravillosa.
Introducción.-
Pero ¿qué sabemos del autor de la obra más traducida después de la Biblia, nuestro don Miguel de Cervantes, reconocido por los mayores talentos de todo el orbe como genio entre los genios? En principio, la imagen arquetípica, abonada por el adusto talante de sus retratos, es la de un sabio ensimismado, dedicado al estudio entre librotes polvorientos, pergaminos amarillentos, legajos inescrutables, tinteros de elaborada factura y plumas de oca con el cabo biselado. En verdad, nada hay más alejado de la realidad. Don Miguel de Cervantes Saavedra fue, ante todo y por encima de todo, un soldado español del siglo dieciséis, con todas las virtudes y los defectos de tal, expresados en grado superlativo. Fue un sutil observador, un profundo pensador y un magistral escritor, pero al mismo tiempo, un hombre de acción capaz de comportarse en combate como el más arrojado y audaz de los soldados… o viceversa, que el orden de los factores no altera el producto. Valiente como solo aquellos hombres supieron serlo. Heroico con la naturalidad de quien hace del heroísmo la actitud cotidiana ante la vida. Desventurado como tantos de aquellos españoles que, a despecho de su más enconada enemiga, la diosa Fortuna, fueron capaces de construir el mayor imperio que han conocido los tiempos. Con la fortaleza de espíritu de un dios, el arrojo de un titán y la determinación de un español, supo arrostrar su destino de tragedia griega. Y con su pluma y su ingenio, terminó por ganar la partida a la fatídica diosa, conquistando el lugar de mayor privilegio en el Olimpo de los literatos inmortales.
El sino de don Miguel nunca se avino con la estabilidad y el sosiego, y sí con la zozobra, la desdicha y los sinsabores. Su vida toda fue una desesperada carrera para escapar a su destino de hidalgo pobre y mal conformado con el poder, pero el infortunio fue más rápido. Fue don Miguel un hombre tímido, propenso al tartamudeo, ayuno de habilidades sociales, pero de un coraje rayano en la osadía y de una firmeza de ánimo indestructible. Harto puso a prueba el destino estas cualidades, y siempre don Miguel salió triunfante. Su vida superó de largo a la más imaginativa historia de aventuras, escrita o por escribir. De haber nacido en una nación instruida, habría servido de inspiración a decenas de novelas, películas y obras de teatro, y sus andanzas serían conocidas por sus compatriotas ya desde el parvulario. Pero nació en España, una nación donde los buenos son tan enormemente buenos para compensar que los malos sean tantos, tan ignorantes y, comúnmente, los que detentan el poder. Esta es su historia.
Primeros años.-
El matrimonio formado por don Rodrigo de Cervantes y doña Leonor de Cortinas tuvo siete hijos de los que Miguel ocupó el cuarto lugar: Andrés, Andrea, Luisa, Miguel, Rodrigo, Magdalena y Juan; si bien Andrés y Juan murieron en la infancia.
Miguel nació en Alcalá de Henares (Madrid), probablemente el 29 de septiembre de 1547, día de San Miguel. Fue bautizado el 9 de octubre en la parroquia de Santa María la Mayor, cinco meses después de que sus compatriotas derrotaran a los protestantes en Mühlberg, situando a su rey Carlos I en la cima de su poder.
Su abuelo paterno, don Juan de Cervantes, era un licenciado en leyes por Salamanca, que ocupó varios cargos públicos, juez de la Santa Inquisición entre otros. Sin embargo, en todos duró poco tiempo, y de alguno de ellos salió malparado. Bajo la protección del duque del Infantado se trasladó con su familia a Guadalajara, aunque nuevamente se buscó problemas propiciando los amores de su hija con un hijo bastardo del Duque. Como consecuencia pasó una semana en la cárcel de Valladolid. Tras ello abandonó el hogar dejando a su familia desamparada.
Don Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel, ejerció el oficio de cirujano barbero. Era esta una profesión humilde que no proveía los recursos necesarios para mantener dignamente a tan numerosa familia, por lo que las deudas los obligaban a viajar continuamente. La infancia y adolescencia de Miguel discurrió en un continuo peregrinar por las más populosas ciudades de la época. Don Rodrigo padecía una sordera muy acusada, por lo que solía acompañarlo alguno de sus hijos que ejercía de intérprete con los clientes.
En 1551, buscando mejor fortuna, la familia Cervantes marchó a Valladolid. En 1552, por una de esas jugarretas del destino, don Rodrigo, debido a un préstamo cuyo pago no pudo atender dentro de plazo, sufrió el embargo de sus bienes y pasó siete meses en la misma cárcel de Valladolid que había alojado a su padre. Andando el tiempo, el destino volvería a jugar a las casualidades con esta familia que nunca conoció la fortuna. Viviendo don Miguel en Valladolid, una noche, en un duelo nocturno, hirieron cerca de su casa a un tal Gaspar de Ezpeleta, caballero navarro de la orden de Santiago. Don Miguel lo acogió y su familia lo cuidó, pero falleció dos días después sin confesar el nombre de su agresor. El autor de la estocada fue, según testigos, un hombre vestido de negro, y en casa de los Cervantes, las hermanas de Miguel (las Cervantas) ejercían el concubinato. Eso bastó a un juez poco escrupuloso y con prisas por cerrar el expediente, para encarcelar a don Miguel, a sus hermanas y a su hija, en la misma cárcel de Valladolid donde ya habían estado su padre y su abuelo.
En 1553, tras abandonar Valladolid y regresar a Alcalá de Henares, Rodrigo de Cervantes se trasladó a Córdoba para hacerse cargo de la herencia de su padre y, dos años después, ingresó a Miguel en el colegio de los jesuitas de esa ciudad. Don Rodrigo no había adquirido mucha cultura debido a su sordera, pero sí se preocupó de dar a sus hijos una buena educación. De hecho, las hermanas de Miguel sabían leer y escribir, cosa muy poco usual en la Europa de la época, incluso entre las clases altas.
En 1564, siempre acuciados por la necesidad, se instalaron en Sevilla que entonces era la tercera ciudad de Europa, tras Paris y Nápoles. En ella el comercio con las Indias propiciaba una actividad económica que atraía a los que querían prosperar.
En Sevilla Miguel asistió al colegio de los jesuitas. Se había convertido en un joven tímido, propenso a tartamudear, y aficionado a la lectura y a las representaciones de Lope de Rueda, que entonces era muy popular. En 1565, su hermana Luisa ingresó en el convento de monjas carmelitas de Alcalá de Henares.
Pero la economía familiar no aventajaba como hubiera deseado don Rodrigo, que seguía acuciado por las deudas. En 1566 Madrid había quintuplicado su tamaño y población, desde que en 1561 Felipe II la convirtiera en capital. Hacia allí se encaminaron nuevamente los Cervantes-Cortinas, en pos de esa ansiada prosperidad que nunca alcanzarían. En Madrid, el joven Cervantes inicia su carrera literaria gracias a Alonso Getino de Guzmán, un organizador de espectáculos, con quien su padre tenía negocios. Su primera obra en 1567, fue un soneto dedicado a la reina con motivo del nacimiento de su segunda hija.
Es posible aunque improbable que Miguel asistiera a la universidad. No se sabe con certeza. Lo que sí sabemos es que estudió con el catedrático de Gramática Juan López de Hoyos que regentaba el Estudio de la Villa, porque en 1568, incluye cuatro poemas suyos en el libro “Relación oficial de las exequias” dedicado a la reina Isabel de Valois con motivo de su fallecimiento, y se refiere a él como nuestro caro y amado discípulo.
Comienza la aventura.-
En 1569, hay constancia de un Miguel de Cervantes, estudiante, que fue condenado en Madrid a destierro y amputación pública de la mano derecha, por herir en duelo a un tal Antonio de Sigura, maestro de obras que, andando el tiempo, alcanzaría el cargo de intendente de las construcciones reales. Nuestro Miguel de Cervantes Saavedra salió de España ese mismo año, no sabemos si para huir de la justicia. Lo cierto es que, en diciembre, dejando atrás sus inicios poéticos, partió rumbo a Italia al servicio de Giulio Acquaviva que sería cardenal en 1570, posiblemente recomendado por el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete, pariente lejano de Miguel. En su séquito recorrió Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma y Ferrara. Pero sintiéndose atraído por la carrera militar, lo dejó para sentar plaza como soldado en la compañía de Diego de Urbina, del tercio de Miguel de Moncada, en el que servía su hermano Rodrigo.
En ese empleo, el 7 de octubre de 1571, a bordo de la galera Marquesa, participó en la batalla de Lepanto, combatiendo muy valientemente, según testimonio de sus compañeros. En el momento de la batalla estaba aquejado de malaria y sufría fortísimas calenturas. Su capitán lo mandó bajo cubierta, a la cámara de la galera, y sus camaradas intentaron convencerlo de que cumpliera la orden porque no estaba en condiciones ni de tenerse en pie. Sin embargo el tozudo Miguel, se presentó voluntario para ocupar plaza en la proa de la nave, el lugar más expuesto al fuego enemigo, porque más quería morir peleando por Dios e por su rey que meterse so cubierta. Peleó con arrojo y recibió dos arcabuzazos en el pecho, que hicieron peligrar su vida pero de los que se recuperaría, y otro en el brazo que le inutilizó para siempre la mano izquierda. De aquel lance obtuvo como recompensa fama y honor, el apelativo “El manco de Lepanto” como timbre de gloria, y la cantidad de cuatro ducados que le concedió don Juan de Austria como premio a su heroísmo. A pesar de quedar lisiado, toda su vida estuvo orgulloso de haber combatido con honor en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
En 1572, tras seis meses en el hospital de Mesina, Miguel se reincorporó al servicio, ya en calidad de “soldado aventajado”. En el tercio de Lope de Figueroa, bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León, intervino junto a su hermano menor Rodrigo, en las expediciones de Navarino, La Goleta, Corfú, Bizerta y Túnez; recorrió Sicilia, Mesina, Cerdeña, Génova, Lombardía y por fin Nápoles, donde estuvo dos años. Allí se introdujo en los círculos literarios y mantuvo relaciones amorosas con una joven a quien llamó Silena en sus poemas y de la que tuvo un hijo, Promontorio, del que casi nada se sabe. Parece ser que alcanzó la edad adulta y siguió la carrera de las armas, pero ni siquiera hay total certeza de que existiera realmente.
El largo y triste cautiverio (1575-1580).-
Tres años después, con la intención de hacer carrera dentro de la milicia, Cervantes obtuvo dos cartas de recomendación ante Felipe II, firmadas por el virrey de Nápoles, duque de Sessa, y por el propio don Juan de Austria, en las que se certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con ellas se dirigió a Madrid con el propósito de conseguir un cargo de alférez o de capitán.
Sin embargo, nunca fue la fortuna compañera de viaje de don Miguel. Embarcó con su hermano rumbo a Barcelona en la galera Sol que, junto a otras tres, partió de Nápoles el 20 de septiembre de 1575. A poco de zarpar una tormenta separó su barco del resto de la flotilla. El día 26, cerca ya de Cadaqués, la nave fue atacada por tres navíos turcos al mando de un albanés renegado llamado Mamí Arnaute. Se entabló un encarnizado combate que terminó con la muerte del capitán español y la captura de la nave cristiana. Los hermanos Cervantes cayeron prisioneros. Las cartas de recomendación de Miguel que les salvaron la vida, serían al mismo tiempo, la causa de su prolongado cautiverio. Mamí Arnaute, convencido de hallarse ante personas principales y de recursos, los convirtió en sus esclavos y los mantuvo apartados del habitual canje de prisioneros y del tráfico de esclavos corriente entre turcos y cristianos. Esta circunstancia y su mano lisiada lo libraron de ir a galeras.
Cinco años largos duró el cautiverio de Miguel en Argel que, en aquel momento, era uno de los centros de comercio más ricos del Mediterráneo. Muchos cristianos pasaban de la esclavitud a la riqueza renunciando a su fe y dedicándose al comercio. El tráfico de personas era intenso y lucrativo, pero la familia de Cervantes estaba muy lejos de poder reunir la cantidad necesaria, ni siquiera para el rescate de uno de los hermanos. Sin embargo, en ningún momento el valeroso espíritu de Miguel se plegó a renunciar a su fe ni se resignó a la esclavitud. Años después, pondría en boca de Don Quijote: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
Protagonizó, que sepamos, cuatro intentos de fuga, y en todos prefirió asumir la responsabilidad y soportar la tortura, antes que delatar a sus compañeros.
El primero en 1576, fue una intentona de llegar por tierra a Orán, que era el punto más cercano bajo dominio español. El guía musulmán que habían contratado los abandonó en la primera jornada, y los tres fugitivos no tuvieron más remedio que regresar a Argel donde fueron castigados y encadenados en prisión.
El segundo, al año de aquel, coincidió con los preparativos que la familia Cervantes realizaba para su liberación. La madre, haciéndose pasar por viuda, había obtenido 60 escudos del Consejo de Cruzada, y con la ayuda de sus hijas, había conseguido reunir una importante cantidad de ducados con la esperanza de rescatar a sus dos hijos. Luisa, hermana de Cervantes, era monja carmelita, pero Andrea y Magdalena, las otras dos hermanas, encontraron acomodo laboral con el que atender a su subsistencia en el honrado ejercicio del amancebamiento, trabajo este que les permitió allegar recursos para comprar la libertad de su hermano. Con cuánta razón dice el refrán que: En luengos linajes hay putas, ladrones y frailes. Sucedió que uno de sus mantenedores, un madrileño rico llamado Alonso Pacheco Pastor, decidió redimir su pecaminosa vida por medio del matrimonio. “Las Cervantas” le ganaron un pleito en el que demostraron que ese matrimonio, había mermado sus ingresos como barraganas. La sentencia les proporcionó sendas dotes que destinaron al rescate de sus hermanos. En 1577 se concertaron los tratos, pero la cantidad no llegaba para ambos y Miguel prefirió que fuera liberado su hermano Rodrigo, quien saldría de Argel el 24 de agosto de 1577.
En cuanto estuvo libre, Rodrigo puso en marcha un plan elaborado por su irreductible hermano, para rescatarle a él y a otros catorce cautivos. Los fugitivos se ocultaron en una cueva del jardín del gobernador Hasán Bajá donde estuvieron cinco meses a la espera de que una galera española llegara a recogerlos. La galera llegó y por dos veces intentó acercarse a la playa a pesar de que el fuerte oleaje se lo impedía. Finalmente fue apresada y los cristianos de la cueva descubiertos, por culpa de la delación de un traidor renegado apodado “El Dorador”. Miguel asumió la responsabilidad de organizar la fuga y de inducir a sus compañeros a seguirle, pero su dueño seguía convencido, ahora más que antes, de que se trataba de un hombre importante por el que obtendría un pingüe rescate. Cervantes pasó cinco meses en prisión cargado de grilletes, pero salvó la vida.
A principios de 1578, para su tercer intento, Miguel contrató un mensajero fiel que debía llevar una carta al gobernador de Orán, Martín de Córdoba. En ella le explicaba su plan y le pedía guías para llegar por tierra a Orán. Pero el correo fue interceptado y empalado. El inquebrantable Miguel fue condenado a recibir mil azotes, lo que de hecho, significaba la pena de muerte bajo el látigo del verdugo. Muchos fueron los que intercedieron por él, pero una vez más, fue la presunción de riqueza lo que más pesó para que la sentencia fuese suspendida en el último momento.
Un año y medio más tarde, el indomable Miguel, inasequible al desánimo, planeó otra fuga, esta vez en compañía de un granadino, el licenciado Girón. Un mercader valenciano que estaba en Argel, le entregó una importante suma de dinero con la que adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. El intento estuvo a punto de tener éxito, pero uno de los beneficiados, el exdominico extremeño, doctor Juan Blanco de Paz, los traicionó a cambio de un escudo y una jarra de manteca.
Miguel de nuevo asumió toda la responsabilidad del plan. Su dueño, harto ya de él, lo vendió al gobernador Hasán Bajá, que elevó su rescate a 500 ducados y lo encerró encadenado en la prisión más segura de Argel, la de su propio palacio. Lo que más temía Cervantes era un traslado a Constantinopla que lo hubiera alejado de la posibilidad de fuga, pero su madre, doña Leonor, no había dejado de realizar gestiones para su rescate. De alguien tuvo que heredar Miguel su testarudez. Fingiéndose viuda obtuvo préstamos y garantías, consiguió la protección de dos frailes, reunió dineros y, en julio de 1579, entregó al Consejo de Cruzada de Felipe II 250 ducados. Su hermana Andrea entregó otros 50. Los 300 ducados fueron recibidos por los monjes trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella.
Por fin vuelve a casa por Navidad.-
Los padres trinitarios se ocupaban de liberar cautivos, llegando incluso a cambiarse por ellos. En mayo de 1580 llegaron a Argel los dos frailes. Antón de la Bella partió pronto con una expedición de rescatados. Fray Juan Gil quedó en Argel recogiendo, entre los mercaderes cristianos, los 200 ducados que le faltaban para el rescate de Cervantes. Un auténtico dineral para la época. Logró reunirlos cuando Miguel estaba ya encadenado en una de las galeras en las que Hasán Bajá se disponía a zarpar rumbo a Constantinopla. Por fin en el último momento, el 19 de septiembre de 1580, lograba su liberación. Pero Miguel, terco como él solo y puntilloso en asuntos de honra, en vez de salir de allí a toda prisa, aún estuvo un mes pleiteando contra el traidor Blanco de Paz para limpiar su nombre. Finalmente, el 24 de octubre, embarcó rumbo a España. El 27 desembarcó en Denia, desde donde se trasladó a Valencia y, en diciembre, se reencontró con los suyos en Madrid. Tenía treinta y tres años y había pasado los últimos diez entre la guerra y el cautiverio.
Miguel encontró a su familia arruinada y endeudada con el Consejo de Cruzada. A su edad, lisiado y sin la protección de un poderoso, tuvo que renunciar a la carrera militar. Durante largo tiempo trató de obtener un puesto de funcionario en América, pero tampoco lo consiguió.
En 1581 viajó a Orán en una misión oficial cuya naturaleza desconocemos. Después fue a Lisboa para dar cuenta de la misma al gobierno de Felipe II. Seguía empeñado en conseguir un puesto en América, y en 1582 dirigió una solicitud a Antonio de Eraso, pero le fue denegada. Nunca consiguió que le fueran recompensados sus méritos militares a pesar de presentar documentada información sobre sus servicios.
Sin medios para vivir y ante la imposibilidad de obtener algún cargo público, intentará sobresalir en las letras. Tal pareciera que su acerbo destino lo empujara hacia “El ingenioso hidalgo” a punta de toledana.
Paternidad y matrimonio, por ese orden.-
Dedicado ya de lleno a la literatura, mantuvo relaciones amistosas con las más destacadas plumas del Madrid de la época: Laínez, Figueroa, Padilla… y se dedicó a redactar La Galatea donde figuran como personajes buena parte de estos autores. También se interesó por el teatro, que gozaba de gran auge gracias al nacimiento de los corrales de comedias.
Sobre 1584, Cervantes era asiduo de una populosa taberna de la calle de los Tudescos, frecuentada por gentes del mundillo teatral. El tabernero, un asturiano llamado Alonso Rodríguez, estaba casado con Ana Franca de Rojas. Con ella mantuvo Miguel relaciones adúlteras, fruto de las cuales nació su hija Isabel.
Por esa época, Cervantes viajó a Esquivias para entrevistarse con Juana Gaitán, viuda de su amigo Pedro Laínez, para tratar sobre la publicación de sus obras. Allí conoció a Catalina de Palacios, con cuya hija Catalina de Salazar y Palacios, contrajo matrimonio el 12 de diciembre, teniendo Cervantes treinta y siete años y su esposa diecinueve. Catalina, que casó de luto por la reciente muerte de su padre, era una mujer culta y de pensamiento avanzado, como casi todas las mujeres que formaron parte de la vida del escritor.
Tal vez, el temor de que los rumores sobre su relación con la tabernera llegaran a oídos del marido, que había acogido a la segunda hija de su mujer como propia, decidieran a Miguel a contraer tan precipitado matrimonio y a instalarse con su esposa en esa noble localidad toledana.
En 1585 Cervantes había terminado su primera obra importante, “La Galatea”, un hito significativo en la trayectoria de la novela pastoril de una madurez y trascendencia impropias de un principiante. El editor Blas de Robles le pagó 1.336 reales por el manuscrito, cifra nada despreciable que quedaría compensada por la buena acogida y el relativo éxito del libro. Ese mismo año murió su padre.
Poco tiempo después murió el tabernero Alonso y, al poco, el doce de mayo de 1585, lo siguió su mujer Ana. Por designación testamentaria, sus dos hijas pasaron a estar bajo la custodia de un procurador madrileño que, el nueve de agosto de 1599, se convirtió en tutor legal de ambas huérfanas. Solo dos días después, el once de agosto, Magdalena de Cervantes reclamó para su servicio a Isabel que a la sazón tenía quince años, a cambio de alojamiento, manutención, y un salario de veinte ducados. Pero lo más sorprendente, es que en el acta notarial que dio fe de esta extraña contratación, la joven Isabel, aunque quedó inscrita como hija de Alonso Rodríguez, aparece citada como Isabel de Saavedra, y tenida por descendiente del licenciado Juan de Cervantes, abuelo de Miguel y Magdalena. Sin duda el escritor se sirvió de este rodeo legal para reconocer su paternidad y vincular a la joven a su auténtico linaje familiar. Andando el tiempo, Cervantes otorgaría legalmente el apellido Saavedra a su hija Isabel que, en el complicado núcleo familiar de los Cervantes, siempre gozó del afecto y los cuidados de su tía Magdalena.
En 1586 Cervantes recibió la dote de Catalina, algo más de 400 ducados.
Comediógrafo en Esquivias.-
Entre 1585 y 1600, Cervantes fijó su residencia en Esquivias y se dedicó a escribir comedias, que era el género que mayor fama y fortuna podía proporcionar a un autor de éxito. Sin embargo su estilo, respetuoso con las normas clásicas, no podía competir con la nueva forma de hacer comedias de Lope de Vega, dueño y señor absoluto del favor del público. Las dos primeras, “La comedia de la confusión” y “Tratado de Constantinopla y muerte de Selim”, escritas hacia 1585 y desaparecidas ambas, obtuvieron relativo éxito y le proporcionaron cuarenta ducados. Pero competir con el gran Lope en su terreno era aún más difícil que escapar de Argel. Miguel, no obstante, se aplicó al empeño con su característica terquedad: escribió una treintena obras de las que solo nos han llegado dos, “Los tratos de Argel” y “Numancia”, y conocemos el título de otras nueve. Según sus propias palabras: Compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Hacia el 1600 dejó de escribir comedias, actividad que retomaría al final de su vida.
Desde su retiro esquiviano, Cervantes viajaba a Madrid, siempre solo. Cada vez sus visitas eran más frecuentes y prolongadas. Parece que tampoco la vida conyugal, fue para el escritor fuente de felicidad y armonía o, tal vez, fuera la perspectiva de dedicarse a administrar los viñedos y olivares de su suegra, lo que le causara espanto. El caso es que sus continuos viajes terminaron por convertir su matrimonio en algo sólo nominal, y hasta principios del siglo XVII no volvería a reunirse con su esposa.
En la capital del reino alternaba con otros escritores, conocía sus últimas obras y cultivaba la amistad con Lope de Vega, que a partir de 1602 se convertiría en manifiesta enemistad y enconada pendencia, por causas que desconocemos. Lope lo mortificaría llamándolo en sus versos, cornudo y otras lindezas. Cervantes por su parte lo parodiaría en el prólogo y en diversos capítulos de “El Quijote”, identificándolo con el asno de Sancho. Por esas ironías del destino, hoy la casa madrileña de Cervantes está en la calle Lope de Vega, mientras que la casa museo de Lope de Vega se encuentra en la calle Cervantes.
Comisario en Sevilla.-
En 1587 ingresó en la Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño. Ese mismo año, al fin obtiene el tan deseado cargo público, un golpe de fortuna que también se tornaría adverso.
Por mediación de Diego de Valdivia, Alcalde de la Real Audiencia de Sevilla, el comisario general Antonio de Guevara lo nombra comisario real de abastos para la Armada de Inglaterra, con la misión de proveerla de trigo y aceite. En cumplimiento de su mandato, recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y canónigos prebendados, y que le acarrean un sinnúmero de disgustos y desgracias: acusaciones de sus adversarios, abusos de sus ayudantes, denuncias, excomuniones, encarcelamientos…
Nuevamente intentará escapar de esa trama perniciosa consiguiendo un cargo en el Nuevo Mundo. El 21 de mayo de 1590, presenta una demanda al Presidente del Consejo de Indias, acompañada con su hoja de servicios y destinada al Rey. En ella solicita: entre los tres o cuatro que al presente están vaccos, la contaduría del nuevo reyno de Granada, la gobernación de la provincia de Soconusco en Guatimala, el de contador de la galeras de Cartagena y el de corregidor de la ciudad de la Paz, concluyendo que con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le haga merced. El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo, escribe en el margen del documento una negativa expresada en los siguientes términos: Busque por acá en que se le haga merced. Ese mismo año cambia su segundo apellido, Cortinas, por el de Saavedra.
En 1591 lo encontramos por tierras de Jaén, Úbeda, Baeza, Estepa, Montilla… enviado por el nuevo comisario general Pedro de Isunza. Su ayudante, Nicolás Benito, es denunciado por abusos pero Cervantes evita verse implicado gracias a la mediación del comisario general. Sin embargo en 1592, en Castro del Río, es encarcelado por orden del corregidor de Écija, acusado de vender parte del trigo requisado. De nuevo la mediación de Isunza le consigue la libertad. Ese mismo año firma contrato con Rodrigo Osorio, quien le entrega 300 ducados a cambio de que le escriba seis comedias en los tiempos que pudiere. Obviamente, esos tiempos nunca llegaron.
En 1593 finaliza su empleo como comisario de abastos y en octubre de ese mismo año, muere su madre.
Durante esa época, escribe varias novelas cortas, algunos poemas sueltos, y esboza la primera parte de “El Quijote” y, probablemente, también del “Persiles”.
Recaudador en Andalucía.-
En 1594, Agustín de Cetina le encarga la misión de recaudar dos millones y medio de maravedís pendientes de pago, empleo miserable que lo obligará a soportar un continuo vagabundeo por Granada, Guadix, Baza, Motril, Ronda y Velez-Málaga, sin lograr más que discordias, denuncias, excomuniones de cabildos eclesiásticos y algunos encarcelamientos siempre injustos y nunca demasiado largos. Claramente, no era ese oficio adecuado para alguien de nobles sentimientos y con un acendrado sentido del honor.
En Écija, sus requisas de grano eclesiástico le valen la excomunión por parte del vicario general de Sevilla. En Castro del Río lo excomulga el vicario general de Córdoba… Con la iglesia hemos topado. Pero sus desdichas no paran ahí. El dinero de los impuestos recaudados lo va depositando en el banco de Simón Freire. En 1597, quiere el infortunio que el banquero quiebre y, por mor de la torpeza o la malicia de un manifiesto abuso de poder del juez Gaspar de Vallejo, Cervantes vuelve a dar con sus huesos en prisión. Esta vez en la cárcel de Sevilla, donde permanecerá cinco meses hasta que, el propio rey, en respuesta a su demanda, conmina al juez Vallejo a dejarlo en libertad para que se presente en Madrid en un plazo de treinta días. Una cárcel, la sevillana, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación. Allí Cervantes tomará buena nota de los personajes que lo rodean y de su particular forma de expresarse. Probablemente también allí estructure el esquema de “El Quijote” y comience su redacción. Nuevamente parece que el destino urde la trama, para que el genio de Miguel produzca la mejor novela jamás escrita.
Como contrapartida a tanto infortunio, el viajero entra en contacto directo con las gentes de a pie en caminos, posadas y presidios, adquiriendo una experiencia humana magistralmente recreada en sus obras. A estos años pertenece la “Novela del cautivo”, que intercalará en el primer “Quijote”.
Con el inicio del nuevo siglo, Cervantes se despide de Sevilla, ciudad que, pese a todo, siempre ejerció sobre él una fascinación especial. Regresa a Madrid en el momento en que la terrible peste negra, que había diezmado Castilla, baja hacia Andalucía.
Por esas fechas, mientras se dedica de lleno a la escritura de “El Quijote”, su hermano Rodrigo muere en la batalla de las Dunas.
Entre 1604 y 1606, la familia de Cervantes, su esposa Catalina, sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza, y la criada María de Ceballos, se trasladan a Valladolid junto con la corte, y allí viven en el suburbio del Rastro de los Camareros, hasta que el rey Felipe III ordena el retorno de la Corte a Madrid.
Don Quijote y Sancho Panza sientan plaza en el imaginario colectivo hispano.-
En 1605, Cervantes tenía ya cincuenta y ocho años. Era un hombre enjuto de aspecto adusto, tolerante y afectuoso con su peculiar familia, aunque poco diestro en ganar dinero, y que mostraba en la paz tan poca desenvoltura como coraje y decisión había mostrado en la guerra. Fue a principios de ese año cuando se publicó en Madrid “El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha”, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta y costeado por Francisco de Robles, hijo de Blas de Robles que había publicado “La Galatea”.
El éxito fue inmediato y apabullante, así como la fama, pero los efectos económicos apenas si se notaron. Cervantes vendió su obra por 1.500 reales y la tirada inicial fue de 1.600 ejemplares, que se vendieron a 290,50 maravedís; pero inmediatamente aparecieron ediciones no autorizadas en Lisboa, Valencia y Zaragoza, que mermaron considerablemente las ganancias del autor, a pesar de que, en solo tres meses, Juan de la Cuesta inició la segunda edición. Muchos de los lotes estaban destinados a América.
En esa época, los derechos de una obra regían en una zona determinada, en este caso el Reino de Castilla. El pirateo consistía en editar la obra en otros territorios próximos, y venderla en Castilla más barata. Así Miguel tuvo que contemplar, impotente, como los aprovechados se enriquecían a costa de su genio, mientras que su familia seguía atenazada por la necesidad.
Don Quijote y Sancho, los inmortales personajes creados por el genio de Cervantes, parodian por un lado a los caballeros andantes y sus escuderos, mientras que por otro, exaltan la fidelidad al honor y a la lucha por los débiles. En el Quijote confluyen realismo y fantasía, imaginación y reflexión literaria; los personajes discuten sobre su propia entidad de personajes mientras que las fronteras entre delirio y razón, entre ficción y realidad, se desvanecen. Con seguridad, Cervantes supo que, con el Quijote, creaba una forma literaria nueva y sin duda adivinó los ilimitados alcances de la pareja de personajes que había concebido. Sus contemporáneos quedaron inmediatamente cautivados por los encantos de la ficción novelesca, y reconocieron la viveza del ingenio de su autor, pero probablemente no comprendieron que estaban asistiendo a la fundación misma de la novela moderna.
En junio de 1605, don Quijote y Sancho ya habían encontrado acomodo en el imaginario colectivo hispano, y don Miguel era admirado, respetado y, como no, envidiado, cuando una vez más, el infortunio se cebó con los Cervantes de manera inmisericorde, infligiendo un injustificado daño a su fama. Toda la familia con el escritor a la cabeza, fue encarcelada en Valladolid por el mezquino alcalde Villarroel, a causa del asunto del navarro acuchillado a las puertas de su casa. Bien es verdad que el encierro duró solo unas horas, pero bastaron para dar pábulo a la maldad de envidiosos y maledicentes.
En 1606 la Corte volvó a Madrid y, tras ella, los Cervantes.
Últimos años del sexagenario Cervantes: conflictos familiares y frenética producción literaria.-
Siguiendo el camino iniciado por su tía abuela, Andrea y Magdalena, “Las Cervantas”, siempre mantuvieron su independencia económica y personal “recibiendo en casa”, y ayudaron con sus ingresos a sostener la precaria economía familiar. Años después siguió sus pasos Constanza, la hija de Andrea. En cambio Luisa, en 1565, había tomado los votos de monja carmelita en el Convento de la Imagen con el nombre de Luisa de Belén, y en él permaneció el resto de su vida, siendo nombrada Superiora primero y Priora después.
Ninguna de las hermanas se casó. Prefirieron mantener su libertad frente a una estructura social que condicionaba la vida de la mujer al matrimonio, con el consecuente enclaustramiento. Cervantes siempre sintió admiración por esta actitud independiente y valerosa de sus hermanas, y la reflejó en sus obras.
En 1606, a poco de regresar a Madrid, Isabel de Saavedra casó con Diego Sanz del Águila, de cuyo matrimonio nació, al año siguiente, Isabel Sanz. En 1608, tras la inesperada muerte de Diego, Isabel se volvió a casar con Luis de Molina al tiempo que mantenía relaciones adúlteras con Juan de Urbina, secretario del duque de Saboya, quien pudo ser el verdadero padre de su hija Isabel.
Magdalena ingresó en una orden religiosa para pasar en un convento sus últimos años de vida. En su testamento excluyó a Isabel de Saavedra, a la que había cuidado como a una hija, en favor de su otra sobrina, Constanza. Cervantes renunció a la parte que le correspondía de la finca de su hermano, también en favor de Constanza, excluyendo a su propia hija. Estos datos ponen de manifiesto las sórdidas contiendas de Isabel, que ya mucho antes de estos asuntos testamentarios, se había manifestado resentida y rencorosa con su padre, al igual que hizo con todos los hombres que se cruzaron en su vida. Y para completar el cuadro, don Miguel, ya anciano, se vio implicado en un interminable pleito que Isabel mantenía con su amante, propietario de la casa en la que vivía.
Lo cierto es que todos aquellos acontecimientos emponzoñaron la relación de don Miguel con su hija, con sus yernos, y amargaron su vejez, tal vez para acomodarla a la que había sido la tónica predominante en su vida desde que naciera.
1609 fue el año en que se firmó el decreto de expulsión de los moriscos, que Cervantes saludó con alegría. En abril, tal vez preocupado ya por la eterna salvación de su alma, Cervantes ingresó en la congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar, a la que también pertenecían Lope de Vega y Quevedo. Era ésta una costumbre de la época, que le ofrecía la oportunidad de obtener alguna protección. Sin embargo, cuando en 1610, intentó acompañar al conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro, a su virreinato en Nápoles, Lupercio Leonardo de Argensola, encargado de reclutar la comitiva, lo excluyó al igual que a Góngora, a pesar de la admiración que el conde decía profesarle. Otro nuevo revés para don Miguel que no haría sino engrosar un periodo especialmente aciago para la familia. En octubre de 1609 murió su hermana Andrea, seis meses después falleció su nieta Isabel con solo dos añitos y, seis meses más tarde, las siguió su hermana Magdalena.
Quizás para intentar evadirse de tanto dolor y tanta desgracia, Cervantes se sumergió en la escritura y escribió a un ritmo denodado. Tras ocho años de silencio editorial desde la publicación de “El Quijote”, lanzó al público una verdadera avalancha literaria.
En 1613 publicó las “Novelas ejemplares”. En julio de ese mismo año, ingresó como novicio en la Orden Tercera de San Francisco, al igual que habían hecho su mujer y sus hermanas. Tres años después tomaría los votos definitivos, pocos días antes de recibir la extremaunción.
En 1614 publicó el “Viaje al Parnaso”. Ese mismo año, para entristecer aún más su existencia, si es que ello hubiere sido posible, apareció en Tarragona una segunda parte del Quijote firmada por un apócrifo Alonso Fernández de Avellaneda, que proclamaba ser la auténtica continuación anunciada por Cervantes al final de la primera parte. Así en 1615, con la nada desdeñable edad de 68 años, viejo, enfermo, y afanado en gestionar la publicación de las “Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados”, se vio forzado a acabar la segunda parte de “El Quijote”, que aparecería antes de finalizar el año.
La lista se cerraría en 1617, habiendo ya fallecido el autor, con la publicación de “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, gestionada por su viuda Catalina de Salazar con Juan de Villaroel en la imprenta de Juan de la Cuesta.
Cervantes recibe una pequeña alegría de unos caballeros franceses.-
Desde 1612 circulaban traducciones de las obras de Cervantes en Francia e Inglaterra, y el autor gozaba de reconocimiento y admiración entre los ciudadanos de ambos países. Unos meses antes de su muerte, este reconocimiento le proporcionaría a Cervantes una pequeña satisfacción moral… procedente del extranjero, naturalmente. El 27 de febrero de 1615, el licenciado Francisco Márquez Torres cursaba la aprobación de la segunda parte de “El Quijote” tras su censura previa. Entre otros halagos al autor y a su obra, el licenciado Márquez dejó constancia de la siguiente anécdota: Certifico con verdad que en veinte y cinco de febrero d’este año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y tocando acaso en este que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno d’ellos tiene casi de memoria la primera parte d’esta, y las Novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que viesen el autor d’ellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halleme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: “Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?” Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: “Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo”.
Viejo, soldado, hidalgo y pobre. ¿Puede haber algún español bien nacido que no sienta vergüenza después de leer esto? Tal vez, la pertinaz ignorancia de nuestra historia que practica el español medio, no sea más que un mecanismo de defensa contra el sufrimiento moral que lleva aparejado conocer el mal trato que España ha dado siempre a sus grandes hombres.
Murió como vivió: hidalgo, soldado, pobre y obstinado.-
A principios de 1616, Cervantes estaba ya muy enfermo de hidropesía, probablemente diabetes, y terminando su novela de aventuras “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”. Era este un proyecto iniciado hacía décadas, tal vez en su etapa andaluza, que tenía empeño en concluir antes de que se lo impidiera la muerte… y lo logró ¡voto a tal!
El 18 de abril recibió la extremaunción.
Al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, puesto ya el pie en el estribo / con las ansias de la muerte / gran señor ésta te escribo… ofrenda considerada como exquisita y conmovedora expresión de su genio: Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…
El 20 de abril, incapaz ya de escribir por sí mismo, dictó de un tirón el prólogo de su “Persiles”, que concluye dirigiéndose al lector: Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida… Adiós gracias; adiós donaires; adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida.
No llegó al domingo, tampoco ese deseo se le cumplió. El viernes 22 de abril de 1616, murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y su sobrina. Al día siguiente, envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el Convento de las Trinitarias Descalzas, en la entonces llamada calle de Cantarranas, actualmente Lope de Vega. Los cofrades de la Venerable Orden Tercera de San Francisco tuvieron que pagar al escritor un entierro para pobres.
Según costumbre de la época, el registro de su fallecimiento se efectuó el día 23, fecha del entierro, en la parroquia de San Sebastián, siendo esa la fecha oficial del deceso. Este es el motivo de que la UNESCO, en 1995, eligiera el 23 de abril para instituir la celebración del Día Internacional del Libro.
Su testamento se perdió, como se perdieron sus restos mortales, dispersados a finales del siglo XVII durante la reconstrucción del convento.
Cervantes, que fue testigo tanto de las glorias imperiales de Lepanto como del desastre de la Grande y Felicísima Armada, sólo vivió las aflicciones de la pobreza, la envidia de los mezquinos y el desdén de los poderosos. Al contrario que su personaje, él nunca pudo escapar a su destino de hidalgo, soldado y pobre. Él que, en palabras de Fernández de Navarrete (biógrafo del siglo XIX), fue uno de aquellos personajes que el cielo concede a los hombres de cuando en cuando, para consolarnos de nuestra miseria y pequeñez, y en palabras de Luis Astrana Marín (biógrafo del siglo XX), fue todo un hombre o, más bien, un superhombre que vivió y murió abrazado a la Humanidad.
Recientemente se han localizado sus restos, en medio de una polémica muy del gusto de los españoles actuales, como de los pretéritos: sórdida, mezquina, chabacana, rastrera y miserable. Es decir, España “versus” sus grandes hombres en estado puro.
En el lugar, se ha inaugurado una lapidita en su honor. Una cosa modestita, discretita, cutrecita… vamos, para que los estólidos demagogos del populismo no alboroten demasiado. Pero si incluso han puesto faltas de ortografía en la leyenda, en vano intento de que los hijos de la LOGSE se sientan concernidos.
A pesar de todo ¡Ya era hora! Aunque si Cervantes levantara la cabeza y la viera, sin duda rememoraría el soneto satírico que le dedicó al túmulo sevillano de Felipe II:
¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!
porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
¡Apostaré que el ánima del muerto,
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria, donde vive eternamente!
Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado
y el que dijere lo contrario, miente!»
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.