Estados Unidos se apodera de California. –
En 1821, México se constituyó en nación independiente ocupando casi todo el territorio que había sido virreinato de Nueva España. Inmediatamente, su vecino del nordeste, Estados Unidos, lo invadió para robarle tanta extensión de terreno como pudo. Y pudo mucho, porque los mexicanos opusieron una resistencia más bien escasa e ineficaz. Ya en el conflicto bélico de 1838-39 contra Francia, habían evidenciado su debilidad. Se conoce que, tras siglos de paz y prosperidad, no estaban preparados ni militar ni anímicamente para una guerra como aquella. Por cierto que Estados Unidos no la llamó guerra sino “intervención”, que es como la sigue llamando a día de hoy la enciclopedia WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) Wikipedia: Intervención estadounidense en México. ¡Con un par! Tranquiliza comprobar que, en materia de vileza y mendacidad, la invasión rusa de Ucrania no ha inventado nada nuevo.
El caso fue que, derrotado México, para conseguir la paz tuvo que cederle al invasor el cincuenta y cinco por ciento de su territorio. Cincuenta y cinco por ciento que actualmente pertenece a los estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas. El trágala se formalizó en el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el dos de febrero de 1848. Pero, como cabía esperar, fieles a su naturaleza anglosajona, es decir ruin y traicionera, también aquí hicieron trampa los estadounidenses. En el tratado, redactado y firmado en español y en inglés, se establecía la protección de los derechos civiles y de propiedad de todos los mexicanos que permanecieran en el nuevo territorio estadounidense —indios incluidos, naturalmente—. El artículo nueve garantizaba los derechos ciudadanos de esta población y el artículo diez garantizaba todos sus derechos de propiedad, tanto los procedentes de la época virreinal como los otorgados por el gobierno mexicano tras la independencia. Pero cuando el Senado estadounidense ratificó el tratado en inglés, eliminó el artículo diez y modificó a su antojo el artículo nueve. En la Málaga de mi infancia, por mucho menos te colgaban el calificativo de “tranfullero” que pesaba como una losa sobre tu reputación… Claro que, para que tal cosa suceda, hay que tener reputación, y dignidad, y honra, y vergüenza.
Entre los territorios que pasaron a poder de Estados Unidos estaba California, un estado en el que, desde hace algunos años, se viene desarrollando una feroz campaña hispanófoba sustentada en mentiras, difamaciones, falacias, tergiversaciones, adoctrinamiento perverso de los niños en las escuelas… resumiendo, Leyenda Negra pura y dura promovida, en esta ocasión, por el movimiento indigenista surgido entre los progres universitarios WASP, y apoyado con entusiasmo por las autoridades académicas, administrativas y políticas. Por eso nos vamos a centrar en ese territorio y a relatar la verdad histórica de lo que allí sucedió tras su conquista por los WASPE (White, Anglo-Saxon, Protestant and Exterminators).
México se consuela abrazando la Leyenda Negra. –
California fue bautizada así por un explorador español cuyo nombre desconocemos, compañero de fatigas de Hernán Cortés y aficionado a los libros de caballerías. El topónimo procede de LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN (¿1495?), novela en la que Garci Rodríguez de Montalvo relata las aventuras del caballero medieval Esplandián, hijo primogénito del mítico Rey Amadís de Gaula y de la princesa Triana de Bretaña, en su viaje desde Constantinopla hasta la imaginaria isla de California. Aquel anónimo explorador le dio a este territorio el nombre de una isla porque lo primero que descubrieron los españoles fue la península de la Baja California, que en un primer momento confundieron con una isla:
Sabed que a la diestra mano de las Indias, muy cerca de aquella parte del Paraíso Terrenal, hubo una isla llamada California, la cual fue poblada de mujeres negras sin que ningún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su manera de vivir. Estas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones, y de grandes fuerzas.
En la época de fray Junípero Serra, California formaba parte del virreinato de la Nueva España y la actividad de las misiones franciscanas se desarrollaba en territorio mexicano. Por tanto, forma parte de la historia de México. De un México que pretende redimir su incompetencia como nación proclamando la Leyenda Negra antiespañola como si de una verdad revelada se tratara. Al parecer, los actuales mexicanos olvidan que sus bisabuelos, indios, mestizos, criollos o peninsulares, fueron españoles de Nueva España, que era lo mismo que ser españoles de Andalucía, de Asturias o de Castilla; de hecho, la sesión de las Cortes de Cádiz que cerró la primera legislatura extraordinaria, fue presidida por el diputado por Ultramar José Miguel Gordoa Barrios, de Real Álamo, Nueva España; y, ya instaladas en Madrid, en la última sesión de la última legislatura ordinaria de aquellas Cortes, el presidente fue el diputado por Ultramar Antonio Joaquín Pérez y Martínez Robles, de Puebla de los Ángeles, Nueva España. Un México instalado en el discurso negrolegendario para culpar a España de todos sus yerros y torpezas; en palabras de Mª Elvira Roca Barea en entrevista concedida al diario LA OPINIÓN DE MÁLAGA el nueve de octubre de 2022: Las clases dirigentes que llevaron a México a esa catástrofe [la conducción de la guerra con EE. UU. y la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo] no han tenido otra forma de limpiar su incapacidad para la gestión que echando la culpa a España. Un México, en fin, que, subordinado culturalmente a sus vecinos expoliadores y sometido a sus imposiciones, pretende ignorar que la población indígena de California desapareció tras la incorporación del territorio a los Estados Unidos.
Las investigaciones de Benjamin Madley. –
Que los nativos californianos fueron exterminados por los colonos WASP, ha quedado implacablemente demostrado por un reciente trabajo publicado por Benjamin Madley en la Universidad de Yale (*):
Cientos de lugares en los que se mató a indios manchan California desde las secuoyas rojas plantadas en la niebla del noroeste hasta los abrasadores desiertos del sudeste. Individuos, grupos privados, milicias del Estado, soldados del ejército de los Estados Unidos llevaron a cabo estos crímenes, en apariencia para proteger a los no indios o para castigar a los indios por presuntos crímenes. Pero, de hecho, los responsables a menudo buscaron aniquilar a los indígenas californianos entre 1846 y 1873. La traducción es de Mª Elvira Roca Barea (*).
La página que Yale University Press dedica al libro (*) explica que:
Entre 1846 y 1873, la población india de California se desplomó de quizás 150.000 a 30.000. Benjamin Madley es el primer historiador en descubrir el alcance total de la masacre, la participación de funcionarios estatales y federales, los dólares de los contribuyentes que apoyaron la violencia, la resistencia indígena, quién hizo el asesinato y por qué terminaron los asesinatos. Este libro, profundamente investigado, es una historia completa y escalofriante de un genocidio estadounidense. Madley describe California antes del contacto y los precursores del genocidio antes de explicar cómo la fiebre del oro provocó la violencia de los vigilantes contra los indios de California. Narra el surgimiento de una máquina de matar sancionada por el estado y el amplio apoyo social, judicial y político al genocidio. Muchos participaron: vigilantes, milicianos estatales voluntarios, soldados del Ejército de los Estados Unidos, congresistas de los Estados Unidos, gobernadores de California y otros. Los gobiernos estatal y federal gastaron al menos 1.700.000$ en campañas contra los indios de California. Además de evaluar la culpabilidad de los funcionarios del gobierno, Madley considera por qué la masacre constituyó genocidio y cómo otros posibles genocidios dentro y fuera de las Américas podrían investigarse utilizando los métodos presentados en este libro innovador. La traducción es de Google.
No obstante, ya con anterioridad, el trabajo del historiador estadounidense Sherburne F. Cook había puesto de manifiesto la inusitada magnitud de esta hecatombe poblacional. En su obra THE POPULATION OF THE CALIFORNIA INDIANS (Univ. of California Press, 1976, pág. 44), nos informa de que la población de indígenas californianos en 1845 era de 150.000; en 1855, año culmen de la fiebre del oro, era de 50.000; en 1860 de 31.338; en 1865 de 27.500; en 1880 de 16.277; y en 1900 alcanzó su mínimo histórico con solo 15.377. Refiriéndose a la década 1845-1855, Cook dice: Rara vez una población nativa ha sido diezmada de un modo tan catastrófico. Los datos están tomados del blog A ORILLAS DEL POTOMAC de Gustavo Jaso Cortés (*).
El exterminio de los nativos californianos fue paralelo al aumento de población anglosajona. Antes de la fiebre del oro de 1848, la población de California era de 150.000 indígenas, 6.500 mexicanos de ascendencia española y 800 colonos estadounidenses. Cuando se descubrió oro comenzó la llegada masiva de estadounidenses y para 1850, el año en que California se convirtió en estado, se estima que habían llegado ya más de 300.000. Tomado de Bob Avakian (*).
John Charles Frémont, pionero de genocidas. –
En California vivía una numerosa población multirracial de indios, mestizos y criollos. La mayoría eran hispanohablantes, católicos, y vivían de la agricultura y la ganadería. Estos habitantes fueron despojados de todos sus derechos, incluido el de propiedad, desde el momento mismo en el que la región pasó a manos estadounidenses. En cuanto el Congreso de Estados Unidos incluyó a California entre los estados de la Unión en 1850, justo al día siguiente, el militar y político John Charles Frémont presentó ante el Senado diez medidas legales para “transferir grandes extensiones de tierra de los indios de California a los no indios y al gobierno del nuevo estado”. Estas fueron sus palabras anotadas en el acta de la sesión y recogidas por B. Madley:
La ley española, de manera clara y absoluta, garantizaba a los indios sedentarizados el derecho de propiedad de la tierra que ocupaban más allá de lo que está permitido por este gobierno en sus relaciones con nuestras tribus domésticas. La traducción es de Mª Elvira Roca Barea (*).
Inmediatamente y con apoyo gubernamental, comenzaron a sucederse los ataques de los anglosajones contra la población no WASP, especialmente indios y mestizos. Frémont, ferviente defensor de la doctrina del destino manifiesto, se distinguió por organizar expediciones presuntamente científicas pero que en realidad eran de exterminio. La primera de ellas tuvo lugar en 1846, cuando California era todavía territorio mexicano. Frémont era capitán del ejército de los Estados Unidos y fue mandado a México por el presidente James K. Polk con la excusa de realizar unos estudios topográficos. Su verdadera misión era organizar a los colonos californianos de origen anglosajón para que se levantaran en armas contra el gobierno mexicano. Sus actividades despertaron las sospechas de las autoridades mexicanas que le ordenaron abandonar el territorio. Fremont y sus hombres se dirigieron entonces hacia el norte, camino de Oregón, pero, ya que les cogía de paso, aprovecharon para masacrar a la tribu Wintu. El treinta de marzo de 1846, al mando de setenta y seis hombres —sesenta soldados, cinco voluntarios civiles y el guía Kit Carson con diez indios Delaware— avanzaron río Sacramento arriba hasta la región habitada por el pueblo Wintu, ciento cuarenta y cinco kilómetros al oeste de la actual ciudad de Sacramento. Los Wintu eran una población autóctona de más de cinco mil indios pacíficos que vivían de la caza, la pesca y la recolección, y mantenían relaciones comerciales de intercambio con las tribus vecinas. El día cinco de abril de 1846, unos mil indios Wintu, en su mayor parte mujeres y niños, estaban acampados a orillas del río Sacramento dedicados a pescar salmones. El río bajaba crecido y era peligroso cruzarlo. Allí los atraparon las fuerzas de Frémont que, utilizando tácticas militares y por sorpresa, se aplicaron a asesinarlos a tiros. Cada hombre iba armado con un rifle, dos pistolas y un cuchillo. El alcance de sus rifles era de ciento ochenta metros, mucho mayor que el de las flechas de los indígenas. Inmediatamente, los indios varones formaron una barrera defensiva protegiendo detrás de ellos a las mujeres y los niños que quedaron así atrapados contra el río. A los que intentaban huir a la carrera, Kit Carson y sus hombres los perseguían a caballo y los mataban a hachazos o a tiros si, desesperados, intentaban cruzar el río. Cuando la mayoría de los varones habían sido abatidos a tiros, Frémont dio orden de iniciar la segunda fase del ataque: un avance ordenado desde tres frentes, con descargas cerradas de fusilería a una distancia cada vez menor. En la tercera fase, el cuerpo a cuerpo, completaron la matanza con pistolas, sables y cuchillos. Conocemos estos hechos gracias a los testimonios de miembros de la expedición como Thomas E. Breckenridge y Thomas S. Martin, y un testigo presencial, William Isaac Tustin. Gracias a ellos sabemos que la orden de Frémont fue “no pedir cuartel y no dar ninguno”, y que unos mil hombres, mujeres y niños “fueron muertos como ovejas sin que quedara ni uno solo con vida”, mientras que entre los hombres de Frémont no hubo ni un solo muerto ni un solo herido. Kit Carson declararía después que aquella masacre “fue una carnicería perfecta”. Tras aquella hazaña, Frémont y sus hombres siguieron remontando el río Sacramento, matando a cuantos nativos se ponían a su alcance. Siempre utilizaron la misma estrategia de ataque y siempre con el mismo resultado: ningún nativo superviviente y ninguna baja entre los estadounidenses. Más al norte, ya en tierras del actual estado de Oregón, los indios Klamath mataron a tres miembros de la expedición en un ataque nocturno y, unos días después, Frémont y los suyos arrasaron su aldea a orillas del lago Klamath asesinando a todos los nativos, unas catorce personas. Era el mes de mayo de 1846. Frémont recibió noticias de que la guerra con México era inminente y regresó rápidamente hacia el sur para incorporarse al ejército. De camino, en la zona del río Sacramento próxima a Sutter Buttes, atacaron y destruyeron las rancherías de los indios asesinando a todos los que no lograron escapar a tiempo. Las estimaciones de los indios muertos en aquella masacre oscilan entre varios cientos y varios miles.
Hoy, Frémont está considerado uno de los prohombres de la California estadounidense. Su memoria es honrada con estatuas y su nombre es el de numerosas calles, escuelas e incluso el de una ciudad de Nebraska. Y ninguna de las bestias pardas que se dedican a destrozar estatuas de fray Junípero Serra osaría causar el más leve daño a una sola de las efigies de tan admirado prócer. Y ninguna de las autoridades hispanófobas que le han quitado su día feriado a Cristóbal Colón osaría cambiar el nombre a una sola calle dedicada a tan ejemplar personaje. Y ninguna de las autoridades académicas de la Universidad de Stanford que han eliminado el nombre del santo mallorquín de todas las dependencias universitarias “para no ofender la sensibilidad de los indígenas” —¡¿…?!— osaría criticar a tan sólido cimiento de la nación estadounidense.
La Ley para el Gobierno y Protección de los Indios de 1850. –
En 1850, el mismo año en que se estrenaba como Estado de la Unión, California aprobó la 1850 Act for the Government and Protection of Indians. Esa ley excluía a los indios de la consideración de ciudadanos y de seres humanos. Permitió la expulsión de los indígenas californianos de sus tierras y la separación de los niños de sus familias, idioma, y cultura. Estableció un sistema de servidumbre que propició el secuestro de niños indígenas para obligarlos a trabajar sin remuneración. Según esa ley, los indígenas no podían testificar ante los tribunales de justicia. Un indígena acusado de un crimen era culpable mientras no demostrara su inocencia y, complementariamente, los WASP podían comprar a cualquier indígena encarcelado para obligarlo a trabajar sin paga. También legalizaba el castigo corporal a los indígenas… En fin, una burla a los derechos humanos, a los principios democráticos, a las libertades ciudadanas, a la equidad y a la justicia. Una ley que hacía mangas y capirotes tanto de las virtudes cristianas como de los valores de la ilustración. Un compendio de barbarie e inhumanidad consumado durante la segunda mitad del siglo XIX, en plena Edad Contemporánea, que situó a sus perpetradores, los WASP estadounidenses, en un nivel moral inferior al de los nativos.
Las masacres de Clear Lake en 1850. –
No pensemos que el caso de Frémont fue excepcional, ni mucho menos. Solo fue uno más de entre muchos. Como las masacres de Clear Lake en 1850.
Charles Stone y Andrew Kelsey fueron dos de los primeros colonos WASP en recibir terrenos que habían pertenecido a las tribus indígenas locales en la región de Clear Lake, unos ciento sesenta kilómetros al norte de San Francisco. De la noche a la mañana se convirtieron en propietarios de sendos latifundios que había que cultivar, y como el precio de los esclavos negros se había disparado, decidieron adquirir indígenas “aprendices”, que eran mucho más baratos, y convertirlos en la práctica en esclavos.
Es necesario realizar un pequeño inciso para explicar lo que significaba el término aprendiz en el contexto que nos ocupa. Para ello acudimos al escritor estadounidense James J. Rawls, quien en su libro INDIANS OF CALIFORNIA. THE CHANGING IMAGE (Univ. of Oklahoma Press, 1984, pág. 95) expone:
Amparándose en las disposiciones sobre el aprendizaje, de las leyes de 1850 y 1860, se estaba llevando a cabo el secuestro y venta de indios —en particular mujeres jóvenes y niños— como un negocio regular en California. Eran vendidos como “aprendices” a granjeros, ganaderos y mineros blancos. George M. Hanson, Superintendente de Asuntos de los Indios en California, en su informe de 1861 informaba de que grupos de hombres… estaban secuestrando niños indígenas en las zonas de frontera… vendiéndolos virtualmente como esclavos. Tomado de Gustavo Jaso Cortés (*).
Incluso un indigenista, ferviente defensor y divulgador de la Leyenda Negra antiespañola, Elías Castillo, estadounidense de origen mexicano, en su libro A CROSS OF THORNS: THE ENSLAVEMENT OF CALIFORNIA’S INDIANS BY THE SPANISH MISSIONS (Craven Street Books, 2015, pág. 199), dice al respecto:
Aquella ley permitía que niños [indios] fueran cedidos por sus padres para su adiestramiento como “aprendices”, previo consentimiento de aquellos. Pero, en la práctica, sirvió como licencia para que los secuestradores primero asesinaran a los padres, se hicieran con los hijos y pretendieran haber obtenido la autorización de los padres. Tomado de Gustavo Jaso Cortés (*).
Siguiendo con la historia de Charles Stone y Andrew Kelsey, ambos se comportaron con sus indios al más puro estilo anglosajón: con una crueldad inhumana. Con cualquier excusa o por puro capricho torturaban y mataban a sus esclavos indígenas, de forma cotidiana violaban a las mujeres y a las niñas… Según B. Madley hay testimonios de que asesinaron a los indígenas sin límites ni piedad. Cierto día desaparecieron unas cabezas de ganado y los indios acusados, sabiendo el horrible fin que les esperaba, mataron a los dos rancheros y huyeron. El ansia de venganza se extendió por todo el norte de California y, entre diciembre de 1849 y mayo de 1850, milicianos y soldados exterminaron a más de un millar de indígenas. La primera oleada de asesinatos comenzó el día de Navidad de 1849. El Primer Teniente John W. Davidson estaba al mando del 1º de Dragones, una unidad de caballería en la que servían personajes como Nathan Boone, hijo del mítico Daniel Boone, y Jefferson Davis que llegaría a ser presidente de la Confederación. Estos “caballeros” aplicaron todo su saber y entrenamiento militar a la tarea de buscar y masacrar indígenas. Sin embargo, parece ser que la población civil lo consideró insuficiente y organizó su propia milicia que, entre febrero y marzo, recorrió el territorio asesinando nativos indiscriminadamente. Nuevamente tomó el relevo el 1º de Dragones que, reforzado por la 3ª de Artillería, varios destacamentos del 2º de Infantería y bajo el mando del capitán Nathaniel Lyon, marcharon hacia Clear Lake con órdenes de exterminar a la tribu Pomo. El quince de mayo, atraparon al pueblo Pomo en la isla del lago Clear. Lyon, para ir abriendo boca, ordenó matar a sus dos guías indios —a uno le dispararon y al otro lo colgaron— y después masacró a los Pomo en la que desde entonces se conoce como Bloody Island (Isla Sangrienta). Por declaraciones de un capitán que publicó el Daily Alta California, sabemos que los indios opusieron poca resistencia y que la carnicería fue rápida. La orden de exterminio se cumplió a rajatabla y no se perdonó la vida ni a uno solo. En julio de 1850, el mayor Edwin Allen Sherman estimó en al menos cuatrocientos los guerreros muertos y un número similar de mujeres y niños que se arrojaron al lago y se ahogaron. Unos ochocientos nativos fueron asesinados en ese día de honor y gloria para las armas estadounidenses.
El levantamiento de Antonio Garra en 1851. –
Cada vez más acosados, diezmados y despojados de todo derecho, los indios se fueron refugiando en las zonas más inhóspitas y pobres, en las que había poco que comer. Además, para evitar que los localizaran, tenían que mantenerse en constante movimiento. Esto les impedía practicar la agricultura y la ganadería como les habían enseñado los frailes franciscanos españoles. En el verano de 1851, en el sur de California donde la concentración de indios hispanizados era mayor, se produjo el llamado Antonio Garra’s Uprising (Levantamiento de Antonio Garra), que fue el mayor intento coordinado de expulsar a los anglosajones de la región. Antonio Garra era el jefe de los indios cupeños y consiguió el apoyo de varias tribus. Buen estratega, ideó un ataque coordinado en tres frentes y, previamente, inutilizó el ferry para impedir que llegaran refuerzos estadounidenses cruzando el río. Consiguió algunos triunfos, pero tuvo que enfrentarse a las desavenencias entre las tribus aliadas y a la deserción de algunas de ellas. Los WASP formaron un cuerpo de voluntarios en el que se integraron algunos militares como el sargento mayor Edward H. Fitzgerald y el general Joshua Bean que asumió el mando. Los persiguieron sin éxito hasta que Garra escribió una carta —en español— al jefe de la tribu Chuilla, Juan Antonio, pidiéndole que se uniera al levantamiento. Éste le respondió citándolo a una reunión cara a cara. Lo que Garra no sabía era que Juan Antonio había sido comprado por el general Bean y la reunión era una trampa. Así fueron capturados Antonio Garra, su hijo, el sonoreño Juan Verdugo y los cupeños Santos y José Noca, entre otros. Dada la notoriedad que había alcanzado el caso, en vez de asesinarlos allí mismo los sometieron a un juicio pantomima con abogado defensor y todo. Naturalmente, todos fueron ejecutados.
Las reservas indias o la muerte lenta por inanición. –
El exterminio de los indios californianos no se llevó a cabo de manera soterrada o clandestina. Muy al contrario, se realizó con luz y taquígrafos. Se publicó en los periódicos, se debatió en las cámaras de representantes e incluso el gobierno del estado de California emitió bonos para financiar expediciones de mercenarios que masacraran a los nativos. Y, entre los WASP, ni una sola voz se alzó en defensa de los indios. Ni un solo blanco, protestante, anglosajón, consideró que los indios fueran seres humanos y menos aún que tuvieran derecho alguno, ni siquiera el derecho a la vida. Ni uno. La prensa californiana jugó un importante papel estimulando convenientemente el fervor racista contra los indígenas y promoviendo el genocidio, especialmente a partir de la fiebre del oro. Solo a modo de ejemplo, en 1850, el diario Red Bluff Independent escribía:
Se está haciendo evidente que habrá que recurrir a la exterminación de los diablos rojos para que estén seguros los residentes cercanos a las rancherías y que se pueda viajar por los caminos serranos con alguna seguridad, a menos que sean partidas de hombres bien armados. Tomado de Bob Avakian (*).
El empeño de los WASP en exterminar a todos los nativos para robarles sus tierras, lo expresó con meridiana claridad el primer gobernador de California, Peter Hardeman Burnett, que había firmado la Ley para el Gobierno y Protección de los Indios de 1850 a sabiendas de que autorizaba un genocidio con sanción estatal. El seis de enero de 1851, pocos días antes de dejar el cargo, dijo:
Es previsible que una guerra de exterminio vaya a continuar entre las dos razas, hasta que la raza india se extinga. Aunque sólo podemos contemplar ese resultado con doloroso pesar, el destino inevitable de dicha raza queda fuera del alcance del poder y la sabiduría humanas. Tomado de Gustavo Jaso Cortés (*).
Y el senador John B. Weller, que poco después sería gobernador de California, dijo a sus compañeros senadores: Los indígenas californianos serán exterminados ante la marcha adelante del hombre blanco… aunque la humanidad lo prohíba, el interés del hombre blanco exige su extinción. Tomado de Bob Avakian (*).
Lo que sí se debatió en la prensa fue la forma de realizar el exterminio de los aborígenes. Había partidarios de matarlos a tiros cuanto antes y partidarios de internarlos en reservas para que el hambre y las enfermedades hicieran el trabajo. Entre marzo de 1851 y enero de 1852, los comisionados especiales McKee, Barbour y Wozencraft firmaron tratados con unas ciento veinte tribus que aceptaron ser encerradas en reservas como mal menor. Para defender que la “solución final” más adecuada eran las reservas, los tres comisionados mencionados escribieron una carta que se publicó en el Daily Alta California el catorce de enero de 1851:
Al pueblo de California que reside cerca de donde hay problemas con los indios. […] Como no hay más oeste a donde se les pueda expulsar, al Gobierno general y al pueblo de California parece que no les queda más que una alternativa en relación con los supervivientes de lo que fueron tribus numerosas y poderosas, a saber, exterminio o domesticación. La traducción es de Mª Elvira Roca Barea (*).
El Gobierno destinó a reservas indias treinta mil de los cuatrocientos veinticuatro mil kilómetros cuadrados del estado de California, pero incluso esto les pareció excesivo a los WASP. Según nos cuenta B. Madley, buena parte de la prensa se manifestó en contra, como el periódico Los Angeles Star que, en marzo de 1852, publicó:
Poner en nuestros más fértiles suelos a la más degradada raza aborigen del continente norteamericano, concederles derechos de soberanía y enseñarles que deben ser tratados como naciones poderosas e independientes es sembrar las semillas de un desastre futuro. La traducción es de Mª Elvira Roca Barea (*).
Demasiada impaciencia, toda vez que la solución final de los campos de concentración, uy, perdón, de las reservas, estaba funcionando, y la hambruna estaba diezmando a las poblaciones indias encerradas en ellas. Según B. Madley, esto sucedió porque los términos pactados en los tratados no fueron respetados por el Gobierno —como cabía esperar de semejantes “tranfulleros”—, y las condiciones de vida en las reservas mataban a los indios sin necesidad de cámaras de gas ni nada. El tres de marzo de 1853, el senador de Arkansas William Sebastian expuso en el Senado de los Estados Unidos:
El superintendente ha recibido información, digna de toda credibilidad, de que quince mil [indios de California] han perecido de absoluta inanición durante esta estación. La traducción es de Mª Elvira Roca Barea (*).
La masacre de Yontocket en 1853. –
No obstante, con reservas o sin ellas, en ningún momento cesaron las expediciones de exterminio llevadas a cabo por militares, por vigilantes y por milicias voluntarias, siempre con apoyo estatal. En la primavera de 1853, en Battery Point, al norte de California, gente de Crescent City disparó y mató a varios indígenas Tolowa porque, según dijeron, habían visto a uno de ellos con una pistola. Inmediatamente se formó una partida de voluntarios para encontrar y destruir el asentamiento de la tribu, pero los Tolowa huyeron y se refugiaron en una ranchería próxima a la desembocadura del río Smith llamada Yontocket Ranch. Yontocket, en la costa de California cercana a la actual frontera con Oregón, era la tierra sagrada donde, siguiendo una tradición ancestral, peregrinaban durante los solsticios los Tolowa y otras tribus del suroeste de Oregón para celebrar sus rituales y ceremonias místicas durante diez días. Enterados los ciudadanos de Crescent City, formaron una milicia muy numerosa y, antes del amanecer del tercer día, rodearon el asentamiento y dispararon contra las tiendas de campaña en las que estaban durmiendo los indios. Después, prendieron fuego a las tiendas y tirotearon a los que intentaban huir de las llamas. La enorme hoguera lo consumió todo, indios incluidos. El número de nativos asesinados aquella gloriosa jornada varía según las fuentes. B. Madley, basándose en fuentes Tolowa trasmitidas por tradición oral, estima que debió de estar en torno a los seiscientos. En los años siguientes, los WASP siguieron masacrando a las tribus de la zona cada vez que se reunían para sus celebraciones espirituales.
El exterminio de los indígenas fue una política de Estado. –
Tras lo expuesto hasta aquí, que no es ni mucho menos una relación exhaustiva, debe haber quedado claro que el exterminio de la población indígena fue una política de Estado practicada por las autoridades de Estados Unidos con pleno conocimiento de causa. Sabían lo que hacían y querían hacerlo. Y si aún queda alguna sombra de duda, es recomendable leer el libro de B. Madley (*) para disiparla.
Ejecutar el genocidio de los indígenas californianos a lo largo de medio siglo, no hubiera sido posible sin la colaboración entusiasta de toda la sociedad estadounidense: los gobiernos estatal y nacional, el ejército, los medios de comunicación, la opinión pública, la población civil, los vigilantes, las milicias de voluntarios y los mercenarios pagados por la administración.
El gobierno del Estado de California gastó cerca de dos millones de dólares en financiar las milicias y pagar a los mercenarios que exterminaban a los indígenas por todos los rincones del estado. La profesión de cazar indios para cobrar por sus cabelleras se transformó en una actividad lucrativa con la que algunos se hicieron ricos y famosos, como el cuáquero Ben Wright, cuya fama saltó las fronteras del estado y se extendió por todo el país hasta el punto de que el New York Times lo llamó a genuine Indian killer.
Claro que con tanto gasto, el aumento de lo que llamaron “deuda de la guerra contra los indios” estuvo a punto de poner fin a la matanza de nativos por falta de liquidez en las arcas del Estado de California. Menos mal que el presidente demócrata estadounidense Franklin Pierce estuvo al quite, y en los años 1856 y 1857 consiguió que se aprobara el reembolso a California de su “deuda de la guerra contra los indios”. Así, los WASPE californianos pudieron seguir asesinando nativos tan ricamente. A este respecto, B. Madley nos dice:
Esta enorme transferencia de dinero en efectivo proveyó la financiación imprescindible para la máquina californiana de matanza, e hizo que el genocidio fuera, cada vez más, un proyecto conjunto estatal y federal. Tomado de Bob Avakian (*).
Por cierto, obsérvese que los estadounidenses llaman “guerra” al genocidio de los nativos, pero llaman “intervención” a la invasión de México. Son anglosajones y se les nota: mienten hasta cuando roncan.
Los culpables del genocidio fueron los españoles. –
Cuenta Mª Elvira Roca Barea (*) que, hace algunos, años se rodó en EE. UU. una serie de dibujos animados que llamaron Conquista-Dora remedando al conocido personaje infantil Dora la Exploradora. La serie se proyecta en los colegios de Estados Unidos y enseña a los niños cómo los españoles saqueaban y mataban a los indios, y violaban a las indias. En Conquista-Dora se cuenta también que los españoles utilizaron mantas contaminadas de viruela para exterminar a los indios. Lo de las mantas sucedió realmente, pero fue protagonizado por White, Anglo-Saxon, Protestant and Exterminators. ¡Cómo no! En 1763, Ford Pitt (hoy Pittsburgh) estaba asediado por Pontiac, un jefe Delaware que había conseguido aliar a varias tribus. El capitán Simeon Ecuyer tuvo la idea de hacer llegar a los indios varias mantas sacadas del hospital, que habían usado enfermos de viruela. Tanto él como el capitán William Trent dejaron documentos en los que exponen su plan y piden autorización para llevarlo a cabo. La operación fue aprobada y muy elogiada por el coronel Henry Bouquet y por el general Jeffrey Amherst.
También, gracias a Mª Elvira Roca Barea, sabemos que, desde hace unos años, para celebrar el Día de los Pueblos Indígenas —sí, sí, ahora los WASPE estadounidenses han dispuesto celebrar el Día de los Pueblos Indígenas a los que exterminaron, ¿cabe mayor degradación moral?—, los colegiales californianos acuden a la escuela disfrazados de indios y de frailes franciscanos españoles. En el aula, escenifican un teatrillo dirigido por sus maestros, en el que los niños frailes maltratan, insultan y azotan a los niños indios, para obligarlos a trabajos forzados en condiciones de esclavitud. El complemento perfecto de la serie Conquista-Dora. Terminada la jornada, esos niños se van a casa con unos prejuicios antiespañoles que la mayoría mantendrá durante el resto de su vida.
Y, a todo esto, ¿qué hacen nuestros historiadores, y nuestros políticos, y nuestros diplomáticos, y nuestros académicos, y nuestros escritores, y nuestros periodistas, y nuestros…? Pues nada. O, como mucho, llamar facha en sus medios de comunicación subvencionados a quien escribe ensayos como este si es un autor medianamente conocido, que no es mi caso.
(*)FUENTES:
Mª Elvira Roca Barea, FRACASOLOGÍA, Espasa Libros S. L. U., Barcelona, 2019, 2021.
Benjamin Madley, AN AMERICAN GENOCIDE: THE UNITED STATES AND THE CALIFORNIA INDIAN CATASTROPHE, 1846-1873, Yale University Press, New Haven y Londres, 2016.
Yale books: https://yalebooks.yale.edu/book/9780300230697/an-american-genocide/
Gustavo Jaso Cortés, Blog A ORILLAS DEL POTOMAC: https://www.aorillasdelpotomac.com/os-indigenas-de-california-casi-exterminados/
Bob Avakian, Blog REVOLUCIÓN, Crimen Yanqui Caso #53: https://revcom.us/es/a/522/crimen-yanqui-caso-53-el-genocidio-de-los-indigenas-de-california-es.html#footnote4
Los Angeles Times, San Diego History: Garra’s Uprising, 10 ago 1992: https://www.latimes.com/archives/la-xpm-1992-08-10-me-4992-story.html
Wikipedia.