Los guerreros aztecas se protegían el cuerpo con unos sayos guateados, hechos con telas resistentes rellenas de algodón. Los llamaban ichcatluipilli, palabra que los españoles castellanizaron como escaupiles.
A los soldados de Hernán Cortés, sus pesadas armaduras y coseletes de hierro y cuero, les producían llagas durante las largas marchas por terreno abrupto, soportando temperaturas y humedad elevadas. Con frecuencia estas heridas se infectaban causando una considerable merma de facultades, y podían llegar incluso a provocar la muerte.
Pronto descubrieron los españoles que los escaupiles de los mexicas eran bastante más cómodos e igualmente eficaces como protección en el combate, así es que los adoptaron tanto para las personas como para las caballerías.
Este es el origen de los petos que protegen a los caballos de los picadores en las corridas de toros. No son más que escaupiles aztecas fabricados con materiales modernos.