
¿Por qué Martin Probst, Matthias Hohmann y Matthias Schiemann, del Tribunal Regional de Schleswig-Holstein, están utilizando su condición de jueces para influir en la política internacional de Alemania?
Acabamos de asistir al sorprendente espectáculo de unos jueces alemanes que, reinterpretando la normativa que regula la euroorden y contraviniendo el informe de su propia fiscalía, se han arrogado la potestad de enmendarle la plana a nuestra justicia y erigirse en instancia superior al Tribunal Supremo español. ¿Por qué? ¿A qué viene tal soberbia, tamaña altanería y tanto envanecimiento en su autoatribuida superioridad jurídica y democrática? Como siempre, la respuesta está en la Historia.
Decía el escritor alemán Hermann Hesse en su novela SIDDHARTA que pensar es comprender las causas. Y para comprender las causas del feo comportamiento para con España y los españoles de los que ahora son nuestros socios protestantes, hay que remontarse a cinco siglos atrás, nada menos.
En el siglo XVI, una desafortunada consecución de rebotes y carambolas hizo que la Corona de España fuese a parar a la cabeza de Carlos I, quien utilizó los recursos económicos de Castilla para comprarse el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Desde ese momento y a lo largo de su ajetreado reinado, su mayor empeño fue convertir sus amplísimas posesiones europeas en un reino único con un poder centralizado, siguiendo los cánones de la Edad Moderna recién inaugurada por España. Al Emperador no se le escapaba que sus territorios europeos constituían un amplio muestrario de razas, idiomas, culturas, costumbres, tradiciones… Por ello, eligió como nexo de unión lo único que tenían en común: el catolicismo. Y a tal fin, se convirtió en el principal garante de la religión católica, la religión que constituía el fundamento moral, espiritual e intelectual de la monarquía universal española. Algo parecido es lo que pretende la actual Unión Europea salvando, claro está, las distancias históricas y organizativas. Y como, a pesar de la globalización, las disparidades siguen siendo abundantísimas, se ha elegido como nexo de unión lo único que tenemos en común: la democracia. Hemos sustituido el ideal religioso de Carlos V, la Universitas Christiana, por un ideal laico, más acorde con los tiempos, que podría llamarse Universitas Democratia.
La empresa de Carlos V contó, desde el primer momento, con la decidida oposición de Francia, la mayor potencia económica y militar de Europa, y de Inglaterra que entonces no tenía tanto peso. Francia, siempre fiel a sí misma, consiguió malmeter y enemistar a los Papas de turno con el emperador en numerosas ocasiones y, en su afán por debilitar a España, llegó incluso a aliarse con el turco. Pero lo que realmente terminó por dar al traste con el proyecto imperial, fue la deslealtad de algunos de sus súbditos centroeuropeos. Señores feudales, príncipes y nobles que, siguiendo la más rancia tradición medieval, se conjuraron para rebelarse e implantar un mosaico de reinos de taifas en los que cada uno de ellos fuese cabeza de ratón. Aunque lo cierto y verdad es que la mayoría de los alemanes y neerlandeses permanecieron fieles a su legítimo rey y combatieron contra los sediciosos junto a las tropas españolas, al final perdieron y… ya se sabe, la Historia la escriben los ganadores. Y la escribieron como les dio la gana, es decir, falseándolo todo hasta extremos inverosímiles. Lamentablemente, es ese cúmulo de falsedades recogidas por los historiadores ingleses y franceses durante el siglo XIX para mayor gloria propia y descrédito de España, la Historia que, aún hoy, estudian sus hijos y los nuestros sin que nadie haya hecho nada por enmendarlo.
Desde el primer momento, los nobles sublevados contaron con el total apoyo económico y militar de Francia y de Inglaterra, pero contaron además con dos bazas que les deparó el azar y que terminaron resultando decisivas.
En primer lugar, surgió como del averno la figura de Lutero, un oscuro fraile agustino que, incapaz de resolver sus problemas personales con los votos monásticos de pobreza, obediencia y castidad, optó por oponerse a todo el dogma católico. Lutero fue la antítesis de una persona bondadosa y moderada: ardiente instigador de la aniquilación de la Iglesia Católica y de toda persona u organización que se opusiera a su credo, entusiasta valedor de la Inquisición, enemigo acérrimo de la libertad de religión, feroz antisemita, implacable detractor de la cultura latina mediterránea, manso y conciliador con los príncipes pero afanoso promotor de la matanza de campesinos insumisos: Contra las hordas asesinas y ladronas, mojo mi pluma en sangre: sus integrantes deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados, en secreto o públicamente, por quien pueda hacerlo como se mata a los perros rabiosos. En definitiva, un mal fulano cuyo cisma sumió a Europa en unas guerras de religión terriblemente crueles y sangrientas en las que, significativamente, las persecuciones y guerras entre las distintas ramas del protestantismo, fueron más numerosas y causaron más muertes que los enfrentamientos con los católicos. Las palabras del propio Lutero retratan su personalidad: Poseo tres perros feroces, la ingratitud, la soberbia y la envidia, y cuando esos tres perros muerden, dejan una herida muy profunda. Lutero, con la edad, se fue volviendo aún más exaltado e intolerante. El último panfleto que escribió al final de su vida, lleva este elocuente título: Contra el pontificado de Roma instituido por el diablo. Ese talante de odio, soberbia e intransigencia, se refleja en su herejía que marcó, y sigue marcando, el código moral y la conducta de las sucesivas generaciones de protestantes centroeuropeos.
Lutero tuvo la suerte de estar en el lugar adecuado y en el momento oportuno, pues el cisma que promovió le vino a los nobles sublevados como anillo al dedo para fracturar la Universitas Christiana, quebrando así el eje vertebrador del proyecto imperial. Asimismo, les sirvió para asociar el enfrentamiento religioso con el sentimiento nacionalista de alemanes y neerlandeses. De este modo podían justificar su rebelión fundamentándola en dos poderosas emociones que operan al margen de la razón: el fanatismo religioso y el nacionalismo radical. Además, los príncipes se convertían en autoridades religiosas y se apropiaban de los bienes de la Iglesia Católica que no eran cosa desdeñable. Así sumaban la avaricia al ansia de poder… ¡Todo ventajas! El propio Lutero recibió como regalo del elector de Sajonia su antiguo convento agustino, y lo convirtió en su casa particular donde vivió y crio a sus hijos.
En segundo lugar, los sublevados dispusieron de la recién inventada imprenta para dar rápida y amplia difusión a su propaganda antiespañola. De esta forma, para justificar la insurrección, se maquinó y difundió la Leyenda Negra, la mayor urdimbre de mentiras, difamaciones, calumnias, vilezas y monstruosidades que han conocido los tiempos.
En consecuencia, mientras que la nación española se fraguó en los principios morales del cristianismo católico, las naciones protestantes se forjaron en contra del Papa y, sobre todo, en contra del Imperio español. Se cimentaron y moldearon en el odio a la cultura latina, al catolicismo, a España y a los españoles. Y como Martín Lutero nació en Eisleben (Sajonia), en Alemania se adora su figura como fundador del protestantismo y como padre de la patria alemana.
Esto explica que a los españoles no nos preocupen los alemanes y, si acaso pensamos en ellos, sea para considerarlos unos vecinos del norte, serios y respetables, que se dan mucha maña fabricando cosas y que vienen a gastar su dinero en nuestras playas. En cambio, los alemanes, al igual que los holandeses y demás herejes luteranos o anglicanos, siguen despreciando a los católicos del sur de Europa y siguen viendo a los españoles como los monstruos abominables que caricaturiza la Leyenda Negra, porque ese sentimiento es consustancial con su orgullo nacional; lo viven desde niños, lo estudian en la tendenciosa asignatura de Historia y lo interiorizan aun a despecho de lo que el conocimiento y la experiencia posteriores les puedan mostrar y demostrar. Salvo excepciones, claro. Siempre hay excepciones.
Y no tienen el más mínimo propósito de enmienda: a día de hoy, la letra del himno de Holanda sigue conservando una estrofa ofensiva para España, y nuestros socios anglosajones de la U.E. nos llaman PIGS (acrónimo de Portugal, Italia, Grecia y España) que en inglés significa cerdos.
Ahora se entiende mejor la inicua decisión de los jueces mencionados al principio de este artículo y las estúpidas declaraciones de su jefa, esa indigna Ministra de Justicia del Gobierno alemán. En ellos, la profesionalidad se ha visto desbordada por el sentimiento antiespañol consustancial con su orgullo nacional que vuelve a estar exacerbado desde que se han situado a la cabeza política y económica de Europa. Por eso, dicho sea de paso, los ingleses se van de la U.E. Dos gallos son demasiados para un solo gallinero. Claro que el símil reduce a España a la condición de gallina… ¡Da qué pensar!
Pero siguiendo con Alemania, una prueba de este peligroso sentimiento de nación poderosa que embarga a los alemanes, es que la figura de Lutero vuelve a formar parte esencial de la propaganda nacionalista como lo fue en los tiempos de Bismarck.
En la República Federal de Alemania, el Quinto Centenario del nacimiento de Martin Lutero, celebrado en 1983, pasó sin pena ni gloria. En cambio, en 2017, la Alemania reunificada ha celebrado por todo lo alto el Quinto Centenario del treinta y uno de octubre de 1517, día de Todos los Santos y fecha en la que, según la leyenda, Lutero clavó sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittemberg.
Lo pernicioso es que, por las razones antedichas, ese laudable sentimiento de orgullo nacional va irremediablemente entretejido con el sentimiento de desprecio hacia la cultura mediterránea, con el desdén hacia los católicos y con los prejuicios antiespañoles.
La ministra y los jueces susodichos, crecidos por la propaganda nacionalista y embargados por el sentimiento de superioridad, han pretendido erigirse en guardianes de la pureza democrática de nuestras instituciones… Los muy cretinos, los muy necios, los muy… ¡ignorantes! ¿Es que no saben que el parlamentarismo europeo nació en la España medieval? ¿Es que no saben que las primeras Cortes de Europa, los órganos de representación compuestos por miembros de los tres estamentos (nobleza, clero y plebe), funcionaron en León desde 1188 y se extendieron después a los restantes reinos cristianos peninsulares? En Inglaterra no funcionarían hasta 1258, y en Alemania… ¡Hasta mediados del siglo XIX!
Claro que los mayores ignorantes de la Historia de España somos los españoles, y ese es un pecado que lleva incorporada su propia penitencia en forma de complejo de inferioridad.
Gracias, por su comentario, me ha ayudado, pues en principio, no sabía, muy bien la ruindad, de los cochinos alemanes llamados en este caso. Concreto jueces «dios mío esperó no caer en sus manos jamás, esto es lo que se conoce, como juez injusto. A tal nivel a llegado la naturaleza humana, creó no queda otra, que la justicia, de dios, ya me ha abierto usted los ojos, respecto de la justicia. Ahora no tengo duda alguna, gracias por este su escrito, ahora lidiare, con la impotencia, pero será sólo témporar, ya que no admito, ni toleró, ni consiento, ni admito, esta cruel injusticia. Contra España lucharé, y pelearé y los traeré a cuenta, de modo sean ellos avergonzado, y no nosotros. Toda vez, que en el día de Nuestra aflicción como pueblo español a cuenta de los independentista, pusieron sal en manos del que nos hería. Y no bálsamo, eso hereden ellos y sus hijos y los hijos de su hijos hasta la cuarta generación hasta que pidan perdón y reconoscan su injusticia, de esto jueces en concreto, nosotros paganos y ellos que también cobren la justicia en la tierra se ha podrido gracias a dios. Y a usted por este escrito.