Carretera de Barcelona tras un ataque aéreo. 1939. Montaje sobre fotografía de Robert Capa

En el pasado siglo, durante la primera mitad de la década de los 30, la España de la II República vivió una efervescencia cultural extraordinaria que abarcó todas las facetas de la cultura, del arte y, aunque en menor medida, también de la ciencia, con una nómina de intelectuales y artistas verdaderamente extraordinaria.

En aquella España convivieron, cada cual con su ideología política, Miguel de Unamuno, Pablo Picasso, Dionisio Ridruejo, Miguel Hernández, Antonio y Manuel Machado, Manuel Azaña, Salvador Dalí, Ramiro de Maeztu, Francisco Giner de los Ríos, Ramón Gómez de la Serna, Concha Espina, Luis Buñuel, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Rafael Sánchez Mazas, María Moliner, Azorín, Pío Baroja, Severo Ochoa, Eugenio d’Ors, Juan Negrín, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Julio Camba, Luis Rosales, Pedro Muñoz Seca, José Ortega y Gasset, León Felipe, Ramón Pérez de Ayala, José Luis Sáez de Heredia, Camilo José de Cela, José Bergamín, Dámaso Alonso, Agustín de Foxá, Salvador de Madariaga, Jardiel Poncela, Mercedes Rodoreda, Antonio Mingote, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, María Zambrano, Alfredo Marqueríe, José María Pemán, Manuel de Falla, Rodolfo Halffter, Gregorio Marañón, Menéndez Pidal, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Federico García Lorca y tantos y tantos otros.

Muchas veces me he preguntado cómo fue posible que unas mentes tan brillantes, cada una en su materia, cómo unos intelectos tan preclaros, fueran los protagonistas de un pasaje tan nefasto de nuestra historia. Cómo pudieron presenciar impasibles, cuando no participar, en la degeneración criminal de un sistema de gobierno democrático.

¿Nunca te has preguntado cómo, en un régimen democrático republicano y en medio de un caldo de cultivo intelectual tan fabuloso, pudo llegar a gestarse el estallido de una guerra civil?

Pues si este asunto te sigue causando la misma perplejidad que a mí, la historia nos está dando una oportunidad para comprender los mecanismos y sus porqués por medio de la observación directa del fenómeno, aunque hay que esperar que en esta ocasión el desenlace sea diferente.

Desde que se produjo la transición a la democracia, volvemos a vivir en España una inmensa explosión cultural, científica, tecnológica y económica. Como predijo Alfonso Guerra, en menos de cuarenta años a España no la reconoce ni la madre que la parió. Por empezar citando una parcela que me es particularmente afecta, en gastronomía nos hemos convertido en gigantes mundiales. Y lo mismo ocurre en calidad de vida, en libertades, en calidad democrática, en literatura, en deporte, en emprendimiento empresarial, en actividad exportadora, en ingeniería civil, y en los mil y un aspectos que detalla este artículo de marzo del 2019. Y nuevamente, como en los años 30 del pasado siglo, vamos a tener un gobierno de orientación marxista, una amalgama de socialistas, comunistas e independentistas que, como entonces, han ocupado el poder por medios bastardos aunque sean (o parezcan) formalmente legales. Y el marxismo, como el escorpión del cuento, no cambia nunca. En el siglo XX, los totalitarismos marxistas implementaron los genocidios más atroces, más crueles, más sanguinarios, más monstruosos que ha conocido la humanidad en toda su historia. En el siglo XXI, los escasos totalitarismos marxistas que sobreviven, siguen comportándose de idéntica guisa. Mucho me temo que estemos teniendo la oportunidad de analizar en directo los subterfugios que usa el marxismo para hacerse con el poder sin ningún tipo de resistencia, en una sociedad democrática, avanzada, culta, refinada y libre. Lo estamos viendo ya, estamos contemplando impasibles como el uso espurio y torticero del poder pervierte las instituciones democráticas y carcome el recto funcionamiento de las altas instancias judiciales, de la abogacía del estado, del congreso de los diputados e incluso de la monarquía constitucional. Y mientras tanto los ciudadanos comiendo polvorones, la oposición pergeñando fraseología propagandísticamente rentable y la prensa dizque libre absorta en que no le falte pienso a su pesebre.

Recuerda que lo único que hace falta para que el mal triunfe es que las buenas personas no hagan nada.


Compartir en:

FacebooktwitterredditpinterestlinkedintumblrmailFacebooktwitterredditpinterestlinkedintumblrmail