El doctor Francisco Guerra Pérez-Carral fotografiado en Madrid en el año 2007

1 – El adanismo anglosajón

Corría el mes de febrero de 1957. En la Universidad de California en los Ángeles (UCLA) tenía lugar un debate sobre la calidad de los servicios sanitarios de la ciudad. En determinado momento, uno de los profesores tomó la palabra y comenzó su intervención. A los asistentes se les debió de poner cara de pepinillo en vinagre pasado de fecha, cuando oyeron decir al orador: Lima, Perú, en los días coloniales tenía más hospitales que iglesias y, por térmi­no medio, una cama por cada 101 habitantes, índice considerable­mente superior al que tiene hoy en día la ciudad de Los Ángeles. Conocemos esa intervención porque fue publicada por el boletín de la universidad el veinticinco de febrero de 1957[1]. El artículo, que causó general estupor, lo firmaba el catedrático de farmacología Francisco Guerra Pérez-Carral, un médico e investigador que tenía prestigio más que sobrado como para que a nadie se le ocurriese poner en duda sus afirmaciones. No obstante, dada la peculiar idiosincrasia anglosajona, a los profesores y alumnos de la UCLA les debió de durar el estupor los pocos segundos que tardaron en esconder el dato detrás del último repliegue del olvido y aprestarse a negar, con británico aplomo, que tal cosa hubiera sucedido jamás[2]. Los anglosajones siempre han sido porfiados cultivadores de toda suerte de “-ismos” protervos y malhadados: racismo, segregacionismo, filibusterismo, esclavismo, machismo, clasismo, exclusivismo, supremacismo, sexismo… pero el que con mayor ahínco han practicado y siguen practicando, es el adanismo. Adanismo, según el DRAE, es el hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercido anteriormente, y para ellos la civilización occidental no comenzó hasta que Inglaterra no empezó a pintar algo en ella, cosa que tardó un excesivo rimero de siglos en suceder. ¿Y antes? Pues la historiografía británica tiene una especie de agujero negro entre la Edad Antigua y el siglo XVII, del que se salva el Renacimiento artístico en algunas ciudades de la península itálica, alguna mención a las gestas de los navegantes portugueses y poco más. Desde luego a España, artífice del nacimiento de la Edad Moderna, ni se la nombra. Como si no hubiera existido. Para un anglosajón, mencionar a España para algo que no sea criticarla o difamarla constituye pecado de lesa britanicidad[3]. En palabras del Dr. Francisco Guerra: Lejos de recibir el reconocimiento de otras naciones, en particular de aquellas que ocuparon en el norte de América las tierras habitadas por culturas marginales, se fue integrando en ellas una tesis histórica difamante que ha persistido hasta nuestros días. Así, entre omisiones, falsedades y verdades manipuladas, cualquier parecido entre la “angloversión” de la historia y la realidad, es pura coincidencia[4]. Y, claro, la Historia de la Medicina no iba a ser una excepción.

2 – Don Francisco Guerra Pérez-Carral

Pero dejemos ya a los anglosajones con sus patrañas pseudohistóricas y hablemos de la admirable figura de don Francisco Guerra Pérez-Carral (Torrelavega, Cantabria, 1916 – Madrid, 2011), un personaje magnífico, brillante, eximio… ¡inmenso! Se doctoró en Ciencias y en Historia y Filosofía; obtuvo además sendos doctorados en Medicina y en Cirugía; y se especializó en Farmacología y en Historia de la Medicina. Su obra llegó a alcanzar un gran prestigio mundial y, como consecuencia, fue nombrado doctor honoris causa por universidades de los cinco continentes. También fue presidente de la Societe Internationale d’Histoire de la Medicine con sede en París. Apasionado bibliófilo, llegó a reunir una extraordinaria colección de cinco mil valiosos libros antiguos. En el año 2007, rechazando suculentas ofertas de instituciones extranjeras, la cedió gratuitamente a la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid.

En 1936, ganó por oposición plaza de alumno interno de Farmacología en la Universidad Central de Madrid con el eminente catedrático de Farmacología y Terapéutica Teófilo Hernando Ortega, padre de la farmacología experimental en España. En julio de ese año, había viajado a Londres con su padre para conocer al profesor James Yule Bogue del University College y aprender sus técnicas de cirugía y experimentación, cuando estalló la Guerra Civil. Inmediatamente volvió a España y se alistó en el bando republicano. No le permitieron combatir en el frente como era su deseo, debido a que, siendo niño, en Torrelavega, tras haber sido atropellado por un camión sufrió la amputación de la pierna izquierda. Sí pudo alistarse como alférez médico provisional. Ejerció en Cantabria y en Barcelona donde dirigió el Hospital n.º 11 de Montjuich. Su comportamiento en el frente fue ejemplar. Una y otra vez, en situaciones muy difíciles y algunas desesperadas, demostró inteligencia, iniciativa, ingenio, un gran valor y un ánimo inquebrantable[5]. Lo hirieron en varias ocasiones y, al finalizar la contienda, había ascendido a comandante por méritos de guerra y había recibido varias condecoraciones.

En febrero de 1939, el ejército lo licenció y le proporcionó el pasaporte. Exiliado en Francia, los franceses lo llevaron al campo de concentración de Argelès-Sur-Mer a pesar de ir herido y sangrando. Su destino habría sido morir, como murieron tantos miles de españoles en ese infierno que prepararon los francos para los que huían de Franco[6]. Pero, durante el traslado, logró escapar de la columna de prisioneros en un paso a nivel. Se colgó del parachoques de un vagón del tren que había obligado a la columna a detenerse para cederle el paso. El convoy de mercancías lo llevó hasta Marsella tras pasar la noche encaramado en tan precario escaño. Allí lo ayudó un paisano y antiguo compañero de colegio, Ramón Mendaro Sañudo, que trabajaba en el Consulado como secretario. Pasando mil peligros y penurias consiguió llegar a París, donde malvivió esquivando continuamente a la policía. Unos amigos republicanos lo ayudaron a obtener un visado en la legación de México. Así fue como, en mayo de 1939, en Saint-Nazare, logró subir a un barco, el Flande, que lo llevó a Veracruz[7]. En México fue recibido con los brazos abiertos, como todos los españoles que fueron acogidos por ese país tras perder la guerra.

Consiguió un trabajo precario en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que le permitió terminar la carrera de Medicina en 1941. Después obtuvo sendos doctorados en Ciencias (1952) y en Filosofía e Historia (1955), y realizó importantes investigaciones farmacológicas que publicaron las principales revistas científicas[8]. El curso 1955-56, obtuvo asimismo los títulos de licenciado y de doctor en Medicina por la Universidad Central de Madrid, la antecesora de la actual Complutense. Solamente dos de sus libros[9] de esa época; MÉTODOS DE FARMACOLOGÍA EXPERIMENTAL (México, UTEHA, 1946) en el que describe las más modernas técnicas de investigación farmacológica, y MANUAL DE FARMACOLOGÍA (México, Editorial Atlante, 1951) que recoge actualizados todos los saberes de esa ciencia; bastarían para asegurarle un lugar principal en la Historia de la Ciencia. En palabras del propio Guerra, esos libros: …me proporcionaron prestigio y dinero. Dinero del que estaba muy necesitado, pues, desde su llegada a México, Guerra y su padre, que se reunió con él poco después, vivían con una modestia económica muy próxima a la penuria. Ambas obras se convirtieron en libros de texto obligados en los países de habla española y portuguesa, y facilitaron a los nuevos médicos un conocimiento de la más moderna quimioterapia antiinfecciosa (principalmente sulfamidas y antibióticos de última generación), que pronto se hizo notar en el espectacular descenso de la mortalidad infantil. Su labor docente e investigadora, junto a la de otros médicos españoles acogidos por México como el también farmacólogo Ramón Pérez-Cirera Jiménez-Herrera o el cardiólogo Rafael Méndez Martínez, así como el semillero de excelentes investigadores y profesionales que ellos formaron, fue de capital importancia para que la esperanza de vida de los mexicanos pasara de treinta y cuatro años en 1935, a cincuenta y siete años en 1960. Por otro lado, en su faceta de historiador de la Medicina, la estancia en México supuso para el Dr. Guerra un revulsivo intelectual y un acicate investigador que él mismo nos explica: Las cosas de la vida hicieron que, desde 1939, fuera mi destino residir en México y que su ambiente cultural provocara el compromiso íntimo de desmantelar con argumentos científicos la tesis histórica infamante[10] (se refiere, claro está, a la Leyenda Negra antiespañola).

En 1956 y 1957 fue profesor invitado(Visitor Lecturer) de Farmacología en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). De 1958 a 1961, becado por la Fundación J. S. Guggenheim, fue profesor(Lecturer) e investigador asociado(Research Associate) de Historia de la Medicina en la Universidad de Yale. Ya había estado en esa universidad en 1942, pero como farmacólogo becado por la Fundación Rockefeller, obteniendo en 1944 el grado de máster. Entre 1962 y 1969, fue académico(Fellow) en el Wellcome Institute for the History of Medicine de Londres. En 1970 regresó a España y fue profesor, agregado primero y catedrático después, de Historia de la Medicina en las Universidades de Cantabria y de Alcalá de Henares. Cuando llegó a la edad de jubilación, fue el primer profesor emérito que nombró esa universidad[11].

El catedrático de la UCM Mario Hernández Sánchez-Barba, en su artículo FRANCISCO GUERRA PÉREZ-CARRAL, UN INVESTIGADOR EJEMPLAR DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA ESPAÑOLA EN AMÉRICA[12], dice de él: La aportación del Dr. Guerra al Americanismo español es de una importancia considerable, aunque desgraciadamente es mucho más conocido en el extranjero que en su propia Patria, de la que es amantísimo devoto enamorado. Su investigación y aporte al Americanismo es, como digo, colosal y, no dudo en afirmar, absolutamente decisiva. Educadísimo y siempre correcto –condiciones más bien desconocidas en nuestra época– Guerra conserva en su talante los mejores rasgos de la hidalguía española.

Los transcendentales estudios realizados por el Dr. Guerra sobre la medicina española en América y Filipinas, los recogió en libros tan esenciales como EL HOSPITAL EN HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS, 1492-1898 (Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1994), BIBLIOGRAFÍA MÉDICA AMERICANA Y FILIPINA (Madrid, Ollero & Ramos, 1998) o EPIDEMIOLOGÍA AMERICANA Y FILIPINA, 1492-1898 (Madrid, Ministerio de Sanidad y consumo, 1999). En la introducción a este libro, el Dr. Guerra explica que el interés por la medicina española en América y Filipinas surgió en su juventud y lo acompañó ya durante el resto de su vida. Su peregrinaje por casi todos los países de América y varios de Europa le dio la oportunidad de visitar las bibliotecas y entablar conocimiento con los principales libreros de todos los sitios en los que vivió o por los que viajó, lo que le ayudó: …a adquirir los libros que han constituido el mayor estímulo intelectual de mi vida… Lo que ha dado un sentido especial a mi conocimiento de estos libros es que tuve la oportunidad de adquirir muchos de ellos, los he estudiado amorosamente sin sujeción a horarios de biblioteca, y he publicado sobre los mismos varias bibliografías médicas regionales[13].

Estando ya en España, publicó THE PRE-COLUMBIAN MIND (Seminar Press, London-New York, 1971), en el que compagina sus conocimientos médicos con los históricos para analizar la mentalidad de los indios americanos antes del descubrimiento. En Inglaterra y Estados Unidos la primera edición se agotó en una semana, pero la hostilidad con la que fue recibida la obra en México hizo que don Francisco se negara a su edición en español.

Las investigaciones históricas del Doctor Guerra descubrieron, entre otras muchas cosas, que el virus tipo B que provocó la primera epidemia de gripe que llegó a América viajó con los caballos y los cerdos que llevó Colón a Santo Domingo en su segundo viaje en 1493, y pasó a México en 1519 con Cortés y su tropa; o que el tifus exantemático que hizo estragos entre los españoles y mató a millones de aborígenes, entró por Veracruz a principios de junio de 1526 con los piojos que parasitaban las ratas negras de los barcos; o que la epidemia de sarampión la introdujo por Veracruz un marinero infectado en 1531; o que los soldados de raza negra en el Caribe poseían inmunidad adquirida al virus de la fiebre amarilla, pero no así los oficiales europeos de raza blanca, circunstancia que tuvo importantes consecuencias logísticas.

Basándose esencialmente, aunque no exclusivamente, en las investigaciones publicadas por el Dr. Francisco Guerra, María Elvira Roca Barea, en su obra IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA (Biblioteca de Ensayo Siruela, Ediciones Siruela S. A. Madrid 2016, 2017), de lectura imprescindible, traza un brillante resumen de la trayectoria de la sanidad española desde los tiempos de los Reyes Católicos. A propósito de la labor del Dr. Guerra, dice la doctora Roca: Aunque no era ese su propósito inicial, los trabajos de Guerra han puesto de manifiesto cuánto le debe la medicina moderna en Occidente al trabajo de los médicos españoles, des­de el control de epidemias a la gestión de hospitales. No es casualidad que España tenga uno de los mejores sistemas de Seguridad Social del mundo, sino el resultado de una preocupación por la salud pública que ha atravesado sin desfallecer por cambios históri­cos muy profundos y que se ha mantenido firme incluso en los momentos de mayor crisis económica. Forma parte de ese entramado vital de prioridades que los españoles de toda clase e ideología comparten sin saberlo siquiera.

3 – España revolucionó la sanidad en Occidente

El reinado de los Reyes Católicos se caracterizó por la implementación de trascendentales transformaciones que revolucionaron la civilización occidental hasta el punto de clausurar la Edad Media y alumbrar el nacimiento de la Edad Moderna. Estos cambios afectaron a todos los aspectos de la política, la administración y la vida civil: gobierno, jurisprudencia, economía, organización administrativa, armamento y organización militar, ingeniería, navegación y construcción naval, exploraciones, geografía y cartografía… y al aspecto que aquí nos interesa, la salud y el bienestar de los súbditos. Y conviene tener bien presente que los aborígenes americanos y filipinos eran súbditos de la Corona con los mismos derechos y deberes que los nacidos en Castilla, Nápoles, Sicilia, Milán o Flandes.

Durante la Edad Media, el cuidado de la salud de la población, en especial de los desheredados de la fortuna, estuvo a cargo de determinadas órdenes religiosas que hicieron de esa abnegada tarea su forma de practicar la caridad cristiana para mejor servir al Altísimo. Los Reyes Católicos pusieron la salud pública entre sus prioridades, y su preocupación por mejorarla se plasmó en que fueron los primeros gobernantes europeos que separaron netamente el ejercicio de la profesión médica de la caridad religiosa. El Estado asumió las competencias, tanto en sanidad como en gestión de los hospitales, en sustitución de la Iglesia[14]. España fue el primer reino de Europa donde se anuló la validez de los títulos médicos concedidos por la Iglesia. En su lugar, en el siglo XV, los Reyes Católicos crearon el Real Tribunal del Protomedicato, un tribunal compuesto por médicos, catedráticos universitarios[15] de reconocido prestigio, los protomédicos, que tenían la misión de supervisar el sistema docente para formar a los profesionales sanitarios, así como de vigilar el ejercicio de las profesiones relacionadas con la sanidad: medicina, cirugía y farmacia. El Real Tribunal del Protomedicato examinaba a los aspirantes a físicos, cirujanos, boticarios y herbo­larios, y les otorgaba –o no– la licencia que les permitía ejercer[16]. En palabras del Dr. Guerra: España tiene el mérito de haber organizado, antes que ninguna otra nación europea, estos tribunales… En estos tribunales, los candidatos a médicos eran sometidos a exámenes… La medicina es la primera profesión en Es­paña que es sometida a riguroso control jurídico[17].

Paralelamente al desarrollo de la sanidad civil, la Monarquía Hispánica fue pionera en crear una red sanitaria para sus soldados que sentó las bases de la sanidad militar moderna. Ya en el siglo XIII, Alfonso X de Castilla y Jaime I de Aragón incorporaron a sus tropas “apotecarios” (farmacéuticos). El uno de marzo de 1476, en la batalla de Toro que enfrentó a las tropas de los Reyes Católicos contra las del rey Alfonso V de Portugal, la reina Isabel la Católica mandó preparar seis tiendas de campaña con todo lo necesario para atender a los soldados heridos. Acababa de nacer la sanidad militar española. Los demás reinos de Europa tardarían un siglo en empezar a adoptar similares medidas. Juan Víctor Carboneras en su obra ESPAÑA MI NATURA. VIDA, HONOR Y GLORIA DE LOS TERCIOS (Editorial Edaf, 2020) nos cuenta que en 1567, Margarita de Parma fundó en Malinas, Flandes, el Hospital Real de los Países Bajos que posteriormente fue potenciado por su hijo Alejandro Farnesio. Formado por cinco grandes edificios con trescientas treinta camas, estaba atendido por un médico jefe, tres médicos ayudantes, un cirujano mayor, siete cirujanos ayudantes y un nutrido grupo de barberos, boticarios y personal auxiliar. Para ayudar a su sostenimiento, a cada soldado se le descontaba un real de su soldada, tres reales a los sargentos y diez a los capitanes. A cambio, los soldados heridos o enfermos, además del mejor tratamiento médico, recibían algo que apreciaban sobremanera: una alimentación de calidad, variada y abundante que en nada se parecía al rancho cuartelero. Este fue el primer germen de la Seguridad Social.

Desde el primer momento, el sistema se hizo extensivo a los territorios españoles de allende los océanos. Juan López fue el primer protomédico de la Nueva España en 1528. La Universidad de Santo Domingo, primera de América, se fundó en 1538, pero tituló médicos desde 1532, seis años antes de recibir el privilegio pontificio[18]. En 1551, Carlos I creó la Real y Pontificia Universidad de México. En 1563, ordenó que, para ejercer la medicina en América, además del título universitario había que tener dos años de prácticas. En 1570, el rey fundó los protomedicatos de México y del Perú, de forma que los médicos que se graduaban en las universidades americanas ya no necesitaban viajar a España para examinarse, podían obtener la licencia para ejercer examinándose en los Reales Tribunales Protomedicatos americanos. En 1574, Felipe II dictó disposiciones para garantizar que los edificios destinados a hospital reunieran las condiciones necesarias, y eximió de pagar tributos a los indios que prestasen servicios en ellos. En 1578 creó la primera cátedra de Medicina en la Universidad de México, a la que se añadirían en 1621 las cátedras de Anatomía y de Cirugía. En 1587, el rey ordenó[19]: Mandamos a los virreyes del Perú y la Nueva España que cuiden de visitar algunas veces los hospitales de Lima y México, y procuren que los Oidores por su turno hagan lo mismo cuando ellos no pudieren por sus personas, y vean las curas, servicio y hospitalidad que se hace a los en­fermos, estado del edificio, dotación, limosnas y formas de distribución… Y asimismo mandamos a los presidentes y gobernadores que, en las ciudades donde residieran, tengan este orden y cuidado. En 1603, reinando ya Felipe III, se exigía a los cirujanos cinco años de prácticas, tres de ellos en hospitales. En 1624 se creó la cátedra de Medicina en la Universidad de San Marcos de Lima fundada en 1551; poco después en la de Bogotá, y en 1681 en la de Guatemala fundada en 1676[20].

La gestión hospitalaria también sufrió una renovación y modernización profundísima durante las décadas inmediatamente anteriores y posteriores al año 1500. Los nuevos hospitales crea­dos por los Reyes Católicos y por Carlos I, como el Hospital Real de Granada, el Hospital de Santiago de Compostela, el Hospital de la Santa Cruz en Toledo, el Hospital de San Marcos en León, el Hospital de Guadalupe —pionero en el tratamiento del “mal de bubas” o sífilis, primero con palo de guayaco y después con mercuriales—, el Hospital de La Latina en Madrid —creado por Beatriz Galindo “La Latina” y su marido— y otros muchos, respondían a un modelo de organización y atención sanitaria muy mejorado con respecto al estándar europeo del momento, y, en consecuencia, notablemente más eficaz. Este nuevo modelo de hospital fue el que se exportó a todos los territorios del Imperio, y con él viajó ese desvelo institucional por mejorar la salud de la población que no tenía parangón en el resto de Europa. Ejemplo de que esa preocupación por la salud pública venía de antiguo en España, fue la creación del primer hospital psiquiátrico del mundo en Valencia, en el año 1409, al que siguió el de Zaragoza pocos años después. En palabras del médico e historiador de la ciencia José María López Piñero (Mula, Murcia 1933 – Valencia 2010): La organización sanitaria colonial en Hispanoamérica fue una de las primeras preocupaciones a la vez que una de las más originales de la época, cuando la Corona española la cristalizó en norma desde el primer libro, primer título, primera ley y primer folio de las Leyes de Indias[21].

El gobernador Nicolás de Ovando llegó a La Española en 1502 con instrucciones de los Reyes Católicos que, en materia sanitaria, decían: Haga en las poblaciones donde vea que fuere necesario casa para hospitales en que se acojan y cu­ren así de los cristianos como de los indios[22] …disponemos que se tomen cien indios para construir un hospital en cada pueblo[23]… El primer hospital en América fue el Hospital San Nicolás de Bari que mandó construir Ovando en Santo Domingo, capital de La Española, en 1503[24]. Fue una construcción muy superior a cual­quier otra levantada en ese tiempo en América, ya fuera iglesia, cabildo o casa del gobernador. En 1522 estaba finalizado y atendiendo a más de sesenta pacientes diarios gracias a que, desde su creación, contó con dos profesionales titulados. Prestó servicio durante más de tres siglos; dejó de funcionar en la segunda mitad del siglo XIX. Ovando también mandó construir el Hospital de Buena Ventura, el Hospital de la Concepción y el Hospital de San Andrés. En 1525 se construyó el Hospital de San Lázaro. También en Santo Domingo, los españoles construyeron en 1512 la primera catedral del Nuevo Mundo, Santa María la Menor, y la primera universidad en 1538, Santo Tomás de Aquino.

En su artículo LA CARIDAD HERÓICA DE HERNÁN CORTÉS[25], el Doctor Guerra describe cómo el conquistador del Imperio mexica, realizó las primeras fundaciones hospitalarias en la tierra firme del continente americano: …que han proporcionado asistencia sanitaria ejemplar en la ciudad de México desde 1521 hasta nuestros días.El primero de todos fue el Hospital de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora del Patronato del Marqués del Valle, que otras fuentes llaman Hospital de la Purísima Concepción. Siguieron el Hospital de San Lázaro, el Hospital de la Concepción, y posteriormente otros como el Hospital de Jesús en 1528 y el Hospital de San Cosme y Damián en 1534. El primero comenzó a construirse en 1521, en cuanto terminó la conquista de Tenochtitlán. Se emplazó en el lugar donde se había producido el primer encuentro entre Cortés y Moctezuma en 1519. El arquitecto fue Pedro Vázquez que se inspiró en la arquitectura de un hospital sevillano. Comenzó a funcionar en 1524, aunque su completa finalización y la del templo anejo, tardó casi un siglo en culminarse. Desde entonces ha funcionado ininterrumpidamente y sigue funcionando a día de hoy, aunque cambiando de nombre varias veces. Actualmente se llama Hospital de Jesús. En este hospital, en 1646, el médico Juan Correa realizó la primera autopsia hecha en América, para enseñar anatomía a los estudiantes de Medicina de la Real y Pontificia Universidad de México. Cortés dispuso las rentas necesarias para financiar el hospital y, en su testamento, dispuso que sus herederos se hicieran cargo del mantenimiento. Así lo hicieron hasta 1932, y por eso, hasta esa fecha, un descendiente de Cortés formó parte del patronato del hospital ininterrumpidamente. Además de en la capital, Cortés también construyó hospitales en Puebla y en Acapulco.

Continuando la labor sanitaria de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II promulgaron leyes que obligaban a construir, anejos a las iglesias, hospitales para enfermos no contagiosos. Los hospitales en los que se trataban enfermedades infecciosas debían ubicarse fuera de las poblaciones, como el hospital de San Lázaro para leprosos, construido entre 1521 y 1524 por el doctor Pedro López por encargo de Hernán Cortés en las afueras de la ciudad de México. En él se atendía gratuitamente a los enfermos de lepra sin distinción de raza, clase social o nacionalidad. La historiadora de la UNAM María del Carmen Sánchez Uriarte, en su artículo EL HOSPITAL DE SAN LÁZARO DE LA CIUDAD DE MÉXICO Y LOS LEPROSOS NOVOHISPANOS DURANTE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII (Estudios de historia novohispana, Nº 42, 2010-07-02, pp. 81-113), nos cuenta que: En septiembre de 1789, de sesenta y siete enfermos que albergaba el leprosario, ocho eran indios. También a finales de ese siglo alojó a un franciscano, un carmelita, un francés avecindado en Pátzcuaro e inclusive a un chino originario de Manila. Otro hospital para enfermos infecciosos fue el Hospital Real de San José de los Naturales, fundado en la ciudad de México en 1531 por Vasco de Quiroga y el franciscano Pedro de Gante. Estaba destinado exclusivamente a atender a los indios en­fermos de sarampión, una epidemia que causaba estragos entre la población autóctona. El hospital brindaba hospedaje y servicios de salud gratuitos a todo indígena que lo solicitara, y el personal conocía las lenguas nativas para poder atender a los indios que no hablaran español, siendo el primer hospital del mundo con atención trilingüe: español, náhuatl y otomí. Comenzó a funcionar en 1532 y, cuando se terminó en 1553, tenía capacidad para atender a cuatrocientos pacientes. En principio, los médicos de ese hospital practicaban la medicina renacentista —que en poco se diferenciaba de la medieval— enriquecida con las aportaciones de la medicina árabe, pero rápidamente asimilaron los conocimientos de la medicina indígena que hacía un amplio uso de las propiedades curativas de las plantas autóctonas. Así, la botica anexa al hospital pronto se convirtió en la más completa del mundo y la medicina practicada por aquellos médicos mejoró de forma revolucionaria. Tan notorios fueron los avances y tan elocuente el aumento en el porcentaje de curaciones, que el propio rey Carlos I envió a su médico Francisco Hernández para que estudiara todo lo relativo a las nuevas hierbas y las nuevas terapias que se estaban empleando en América, como los baños en vapores con infusión de hierbas y frutas medicinales —baños en temazcal, palabra náhuatl que significa “casa del sudor”—, que eran desconocidos en Europa pero tradicionales en Mesoamérica, y resultaban eficaces desintoxicantes y expectorantes para tratar enfermedades de las vías respiratorias. Por cierto que el Hospital de Naturales también fue el primero del mundo en llevar unas estadísticas mensuales exhaustivas y pionero en realizar autopsias regularmente, lo que proporcionó a sus cirujanos unos conocimientos anatómicos inigualables y una experiencia práctica que se tradujo en enorme maestría. No por casualidad este hospital sería más adelante sede de la Real Escuela de Cirugía de México.

Otro tanto sucedió a miles de kilómetros de allí, en Quito. En el hospital de la Santa Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, fundado en 1534 por orden de Felipe II, los pacientes eran atendidos por médicos y barberos de formación europea, junto con chamanes y curanderos que conocían profundamente el uso medicinal de la herboristería andina. Esta feliz combinación de conocimientos y tradiciones dio, como en el caso del hospital novohispano, unos resultados extraordinarios sin parangón en Europa[26].

En 1559, en Lima se creó el hospital de Santa María de la Caridad destinado a atender gratuitamente a mujeres de cualquier raza y condición social. En él, según nos cuenta el doctor limeño Miguel Rabí[27], se introdujo la novedad de atender a las pacientes en sus propios domicilios cuando la naturaleza de las dolencias lo permitía, y para ello se creó en el propio hospital una escuela de enfermeras o asistentes. Además, el hospital tenía un colegio para muchachas pobres y acogía a mujeres separadas o viudas sin recursos. En 1562 contaba ya con ocho salas y ciento cuarenta y nueve camas, y a partir de 1596 la cofradía daba, cada año, dotes de cuatrocientos pesos a medio centenar de muchachas casaderas sin recursos.

Solo entre 1500 y 1550, se construyeron en la América española veinticinco grandes hospitales y un número mucho mayor de hospitales pequeños con alrededor de veinte camas. No había población con más de quinientos habitantes que no tuviera su propio establecimiento hospitalario. Además, como resultado de las investigaciones del Dr. Guerra[28]: En la mayoría de los casos podemos establecer el costo de la construcción y equi­pamiento de los hospitales coloniales, y los informes anuales de sus mayordomos permiten conocer, además, en detalle, los presupuestos de ingresos y gastos que tuvieron. Por la evolución de los precios de los alimentos se observa que los costos de las estancias durante los tres siglos de vida colonial se fueron incrementando desde un real diario por enfermo a dos reales, luego a tres reales, y finalmente a dos pesos. Otro tanto sucede con los salarios del personal: el médico que, en San Nicolás de Bari, de Santo Domingo, recibía anualmente 100 pesos por sus servicios en el siglo XVI, llega a 500 pesos en Lima en el siglo XVIII. Son menores los sueldos del cirujano, el boticario y el enfermero.

El caso de Lima, una cama por cada 101 habitantes, es tan espectacular que, a día de hoy, muy pocas ciudades o países del mundo la igualan. Está Japón con una cama por cada 73 habitantes, Corea del Sur con una cama por cada 76 habitantes, Alemania con una cama por cada 125 habitantes… y pare usted de contar. España, por ejemplo, tiene una cama por cada 330 habitantes, Reino Unido una cama por cada 400, Francia una cama por cada 167, Italia una cama por cada 313, México una cama por cada 667… ¡ah! y Lima tiene hoy una cama por cada 499 habitantes[29]. Forzoso es reconocer que, abstracción hecha de los avances técnicos, hace tres siglos la América española tenía una red sanitaria igual a la de los países más avanzados de hoy día y superior a la de todos los demás. Y eso sin contar que todos los hospitales del Imperio eran públicos, mientras que las cifras anteriores incluyen las camas de los hospitales privados.

Es importante subrayar que prácticamente todos los hospitales prestaron servi­cio durante siglos. Muy pocos desaparecieron o fueron destinados a otras funciones distintas. Este éxito se debió, esencialmente, al alto nivel de los profesionales sanitarios y a la eficacia de los sistemas de financiación. Cada hospital tenía su propio reglamento que contemplaba, entre otros aspectos, la financiación. El diezmo eclesiástico que recibían no era suficiente, por lo que tenían que acudir a fuentes privadas tales como donaciones, tanto en vida como testamentarias, aportaciones de empresas comerciales, acuerdos con asociaciones gremiales, y a una larga serie de fuentes de ingresos que sorprenden por su creatividad e ingenio. Así, el Hospital de San Pedro, en Puebla de los Ángeles, instauró un sorteo de lotería que se hizo muy popular; el Hos­pital de los Naturales de México construyó un teatro y se financiaba con los ingresos de las representaciones; el Hospital de San Andrés de Lima recibía una parte de lo recaudado por el Coliseo donde se celebraban las peleas de gallos; etc. Hubo hospitales para niños, maternidades, hospitales para enfermos mentales, para enfermedades con­tagiosas, y hasta los Pueblos-Hospitales que creó Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, poniendo en práctica lo imaginado por Tomás Mora en su obra UTOPÍA: además de pueblo en el que vivían las familias, eran hospital para enfermos, albergue para viajeros, escuela para niños y centro de formación misionera, artesana y agraria. Por supuesto, todo ello gratuito para los beneficiarios. El primero de estos pueblos hospitales lo fundó en Pátzcuaro en 1547. En 1565, el sevillano Hernando de Santillán (1519-1574), primer presidente de la Real Audiencia de Quito, fundó en esa ciudad el hospital de la Santa Misericordia de Nuestro Señor, renombrado después de San Juan de Dios. En él, como en los demás, se atendía gratuitamente a todo enfermo que lo solicitase, sin distinción de raza, origen ni clase social.

A lo largo de trescientos treinta años, los españoles crearon en Hispanoamérica y Filipinas mil ciento noventa y seis hospitales y centros asistenciales, a los que hay que sumar los que se crearon durante los setenta y cuatro años que se mantuvieron las provincias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La mayor parte de estas edificaciones siguen hoy en pie y constituyen patrimonio protegido.

El esfuerzo sanitario y asistencial realizado por España en todos los territorios de su Imperio, no admite parangón posible en toda la Historia Universal. Y esta tradición ha continuado ininterrumpidamente hasta el día de hoy, jalonada por hitos tan admirables y poco conocidos como los que, a modo de botón de muestra, mencionamos a continuación.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna concebida y organizada por el Dr. Francisco Javier Balmis y Berenguer (1753-1819), fue financiada por el rey Carlos IV que había perdido a su propia hija, la infanta María Teresa, por culpa de la enfermedad. La primera expedición sanitaria internacional de la historia, partió de La Coruña el treinta de noviembre de 1803 llevando a bordo de la corbeta María Pita al Dr. Balmis, dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras, la rectora del orfanato de La Coruña Isabel Zendal Gómez y veintidós niños que constituyeron el reservorio vivo de la vacuna. Entre 1803 y 1806, el navío dio la vuelta al mundo llevando la vacuna contra la viruela a todos los rincones del Imperio español, a la colonia portuguesa de Macao, a varias ciudades de China y, ya de regreso a España, a la isla británica de Santa Elena. En palabras del descubridor de la vacuna Edward Jenner: No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este. Y en palabras de Alexander von Humboldt: Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la Historia.

 La Oficina de la Guerra Europea fue una agencia humanitaria creada y financiada por el rey Alfonso XIII al margen del Gobierno, dada la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. Con sede en el Palacio Real, entre 1914 y 1918 auxilió a soldados heridos de ambos bandos en barcos hospitales, informó a las familias de los países en lucha, realizó la localización de miles de desaparecidos, vigiló el trato a los prisioneros, su intercambio y la repatriación de heridos, tramitó la petición de indultos y atendió, en fin, las más de doscientas mil solicitudes que le llegaron procedentes de todo el mundo. Por su labor, Alfonso XIII es el único monarca que ha sido nominado para el Premio Nobel de la Paz, aunque finalmente se lo dieron a la Cruz Roja.

El invento de la anestesia epidural por el cirujano Fidel Pagés Miravé (1886-1923), médico militar que desarrolló su técnica para anestesiar a los soldados heridos en la guerra a los que había que operar a veces en condiciones precarias. Publicó su hallazgo en 1921 en la Revista de Sanidad Militar, describiendo cuarenta y tres operaciones llevadas a cabo con su técnica de anestesia. Hoy, esa técnica alivia diariamente los dolores de miles de parturientas.

España lleva veintinueve años consecutivos siendo campeona mundial en donaciones y trasplantes de órganos. En 2020, a pesar de que la pandemia redujo las operaciones mundiales de trasplante de órganos un 18 %, España aportó el 19 % de las donaciones de órganos de la UE y el 5 % de todo el mundo, a pesar de que nuestro país solo tiene el 9 % de la población europea y el 0,6 % de la mundial. A pesar de ser año de pandemia, las cifras registradas en nuestro país son muy superiores a las de cualquier otro durante los años previos a la crisis sanitaria[30].

Y, para terminar, como hemos tenido oportunidad de comprobar con ocasión de la pandemia provocada por el coronavirus chino, a pesar de la ineptitud, la incuria la arbitrariedad y la sinrazón de la mayoría de nuestros dirigentes, los sanitarios españoles han sido capaces de estar a la altura de sí mismos: los mejores del mundo desde el siglo XV. Su profesionalidad, abnegación y denuedo nos han evitado males aún mayores. En su honor he escrito este artículo. ¡Loor, gratitud y gloria a ellos!

Torrox-Costa, 06-09-2021


[1] Guerra, Francisco, University of California, Bulletin V, n.º 28, 25 de febrero de 1957, pp. 134-135. La cita está tomada del historiador californiano Philip Wayne Powell (1913 – 1987) que enseñó en la Universidad de Pensilvania, en la Universidad del Noroeste y en la Universidad de California en Santa Bárbara. En su libro ÁRBOL DE ODIO (Ediciones José Porrúa Turanzas S. A. Madrid, 1972, pág. 35) escribe: Por ejemplo, en prácticas gubernamentales y privadas concernientes al bienestar público, hay abundante prueba de que las acciones de los españoles demostraron una consideración muy avanzada para su época; y este tema merece mucha más atención y honor del que ha recibido. Según un catedrático de Farmacología de la Universidad de Méjico: «Lima, Perú, en los días coloniales*, tenía más hospitales que iglesias y, por término medio, una cama por cada 101 habitantes, índice considerablemente superior al que tiene hoy en día la ciudad de Los Ángeles (California)». La gran innovación fue, por necesidad, en lo relativo a asuntos indígenas. Tres siglos de tutelaje español y de interés oficial por el bienestar del indio americano, es un récord no igualado por otros pueblos europeos en el gobierno de gentes de cultura inferior (o considerados como tales) en sus tierras de ultramar. De todas las faltas, de todos los errores, de todos los crímenes cometidos y aún, admitiendo los intereses prácticos y hasta egoístas de la Corona, España no necesita, en su comportamiento general con el indio americano, justificación ni excusa ante ningún otro pueblo o nación.

*En realidad, el Imperio español jamás tuvo colonias; tuvo virreinatos, audiencias, capitanías generales, provincias… pero colonias, nunca. Llamar época colonial a la época del Imperio, es un error muy extendido que arranca del siglo XVIII por imposición de los reyes Borbones y su obsesión por remedar todo lo francés y desacreditar todo lo que tuviera que ver con los Austrias. Francia sí tuvo colonias.

[2] Que “un país de indios”, en el siglo XVIII hubiera tenido mejor sanidad de la que tenía Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, es algo que muy pocos estadounidenses estaban y están dispuestos a aceptar. Hay una conocida y esclarecedora anécdota sobre lo que opinan los WASP acerca de los países en los que, a diferencia del suyo, los indios no fueron exterminados. La cuenta el periodista Edwin Harrington (1930 – 2002) en su libro ASÍ FUE LA REVOLUCIÓN CUBANA 1952-1959 (México, 1976). El catorce de junio de 1952, se celebraba en La Habana el centésimo séptimo aniversario del nacimiento de Antonio Maceo y Grajales, segundo jefe militar de los mambises, los insurrectos cubanos. De madrugada, un destacado miembro de la embajada de los Estados Unidos, borracho, circulaba a toda velocidad con su vehículo de alta gama por las calles céntricas de la ciudad. Lógicamente la policía lo obligó a parar, y la reacción del fulano fue espetarles: Soy un ciudadano norteamericano y ninguna autoridad de un país de indios puede detenerme… Sabido es que los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, y si esta es la poco diplomática opinión de un destacado miembro de la diplomacia, no es de extrañar que la Universidad de Stanford eliminara de su campus, en 2018, el nombre de alguien que le dedicó su vida a los indios californianos, Fray Junípero Serra, ni que los estadounidenses, cual bárbaros redivivos, se dediquen a destrozar las estatuas del santo mallorquín.

[3] Oliver Cromwell: Los españoles no son nuestros enemigos accidentalmente, lo son providencialmente.

[4] Los ejemplos de este vacío “anglohistórico” son innumerables. Mencionaremos solo uno, la jornada laboral de ocho horas. La “angloversión” más extendida es que su origen está en Estados Unidos, donde el movimiento obrero la reivindicó en 1886. De hecho, el uno de mayo de ese año, ocurrieron en Chicago trágicos acontecimientos que se han elegido para conmemorar cada año el Día Internacional de los Trabajadores. Sin embargo, el agujero negro de la “anglohistoria” se traga el Edicto Real de Felipe II que rezaba así: Todos los obreros trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde, en las fortificaciones y fábricas que se hicieren; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes… Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal mientras dure la enfermedad (Ley VI de la Ordenanza de Instrucción de 1593, capítulo 9). Además, los trabajadores tenían derecho a diez días de vacaciones al año, percibiendo el salario íntegro. Estas leyes, que dictó Felipe II durante las obras de construcción de El Escorial, se aplicaron en todo el Imperio, con la salvedad de aquellos que trabajaban en las minas, cuya jornada era de siete horas en vez de ocho para que se conserven mejor. Y ya en la Edad Contemporánea, España fue el primer país que instauró la jornada laboral de ocho horas al día como máximo, por Decreto de tres de abril de 1919. Con anterioridad a Felipe II, las leyes promulgadas por su padre Carlos I prohibían trabajar a las mujeres embarazadas a partir del cuarto mes y a los menores de catorce años; obligaban a los encomenderos a proporcionar a los indios de sus encomiendas una vivienda digna con una ratio mínima de una choza para cada doce indios y una hamaca por persona; establecían un periodo de descanso de tres meses al año, en el que los indios podían trabajar para sí mismos o para el encomendero pero cobrando por ello un salario aparte, el equivalente a las actuales horas extraordinarias; etc. Paralelamente, se atribuyó a determinados oidores la función de los actuales inspectores de trabajo: vigilar el cumplimiento de estas normas e imponer las sanciones correspondientes en caso de infracción.

[5] Sirvan de ejemplo estos dos episodios seleccionados de entre muchos: El 2 de diciembre de 1936, la mayoría de los oficiales del Batallón 110 habían caído muertos o heridos. Guerra asumió el mando y, al frente de sus hombres, tomó al asalto la posición de Montecillo (Burgos). El 21 de agosto de 1937, en Ontaneda (Santander), la compañía de Carabineros asturianos encargada de proteger la retirada de sus compañeros, había perdido a todos sus oficiales y había sido completamente rodeada. Guerra se hizo cargo del mando y, combatiendo cuerpo a cuerpo, lograron romper el cerco de las fuerzas italianas y escapar. En la lucha, mató a un oficial y un soldado italianos y fue herido en un hombro y una pierna. Fue felicitado en el campo por el General Jefe del Ejército del Norte, Mariano Gamir Ulíbarri. Fuente: la misma reseñada en 7.

[6] Pocos de los milicianos españoles que combatieron y murieron para librar a los franceses de los invasores alemanes, sabían entonces cómo su amada Francia había tratado a los exiliados españoles que cruzaron la frontera desde 1939. Veinte mil fueron encerrados en Rivesaltes, en el mayor campo de concentración construido en Occidente. Allí fueron maltratados por los guardianes marroquíes antes de ser entregados a los nazis para que remataran la faena en sus campos de exterminio.

[7] Datos del párrafo tomados de Gutiérrez Flores, Jesús, GUERRA CIVIL EN CANTABRIA Y PUEBLOS DE CASTILLA, LibrosEnRed, 2006.

[8] Entre ellas destacan el descubrimiento de que la acción cardiotónica de la digitalina está mediada por la liberación enzimática de fósforo; el mecanismo de la acción hipotensora de los extractos de ajo; el aislamiento de la tebetina, el poderoso cardiotónico presente en la nuez mexicana yoyote; el mecanismo por el cual la aspirina hace bajar la fiebre; el diseño de los métodos oficiales de valoración en sangre de los digitálicos y de los salicilatos, etc.

[9] A lo largo de su vida publicó sesenta y siete libros y unos trescientos trabajos y monografías, además de numerosos artículos periodísticos y traducciones.

[10] Tomado de FRANCISCO GUERRA PÉREZ-CARRAL, UN INVESTIGADOR EJEMPLAR DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA ESPAÑOLA EN AMÉRICA, Mario Hernández Sánchez-Barba. http://ddfv.ufv.es/ Agosto 2021.

[11] Guerra regresó a España durante lo que se ha dado en llamar el tardofranquismo y, a pesar de su enorme prestigio y reconocimiento internacional, las cosas no fueron fáciles para él. A su regreso en 1970: …fui nombrado profesor de Farmacología en la Universidad Autónoma un jueves y cesado por teléfono un sábado… Por negarme a firmar los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional no pude hacer oposiciones a cátedra hasta 1980… En el último ejercicio de las oposiciones a cátedra en 1981, dos catedráticos miembros del tribunal destruyeron mi expediente académico; a pesar de ello fui catedrático Fui propuesto para profesor emérito a mi jubilación y la propuesta estuvo retenida seis años en un cajón de un vicerrector de Alcalá, pero hoy soy profesor emérito de esta Universidad. Fuente: la misma reseñada en 7.

[12] Mar Oceana: Revista del humanismo español e iberoamericano, n.º 4, 1999, pp. 201-212.

[13] Tomado de EL DOCTOR FRANCISCO GUERRA, BIBLIÓFILO, Manuel Sánchez Mariana, ex-director de la Biblioteca Histórica UCM. https://eprints.ucm.es/id/eprint/6206/1/6_1.pdf. Agosto, 2021.

[14] La primera cátedra de Medicina había sido creada por Alfonso X en la Universidad de Salamanca, en 1252.

[15] El acceso a cátedra fue siempre por oposición en todas las universidades del Imperio.

[16] Una consecuencia interesante, aunque anecdótica, de este desarrollo de la ciencia médica en España, fue que los soldados de los tercios españoles se ponían ropa limpia antes de una batalla; sabían que así, en caso de herida, las posibilidades de que se infectara eran menores. En palabras de sus enemigos: Hasta sus meretrices parecen reinas de cómo lucen sus ropas. También tenían la precaución de entrar en combate con el estómago vacío, y el motivo era el mismo: sabían que así las heridas en el abdomen tenían menos posibilidades de infectarse. Con el tiempo, todos los ejércitos europeos imitaron estas profilácticas costumbres.

[17] Francisco Guerra Pérez-Carral, EL HOSPITAL EN HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1996, pág. 31.

[18] Inglaterra creó su primera cátedra de Medicina en América en 1765, un año antes de la independencia de las trece colonias. Portugal no fundó universidades en Brasil. Francia no estableció educación médica universitaria en Canadá hasta 1847.

[19] EL HOSPITAL EN HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1996, pág. 45.

[20]La Universidad de Quito en 1693, Caracas en 1727, La Habana en 1728, Santa Fe de Bogotá en 1733, Santiago de Chile en 1756, Guadalajara de Nueva Galicia, México, en 1791, en el siglo XVIII se creó el protomedicato del Río de la Plata que fundó una cátedra de Medicina en Buenos Aires en 1798, León de Nicaragua en 1807, San Juan de Puerto Rico en 1816 y finalmente Manila, cuya Universidad de Santo Tomás se fundó en 1645, contó con enseñanzas médicas desde 1681, pero con Facultad de Medicina en 1871. Fuente: Francisco Guerra Pérez-Carral, EL HOSPITAL EN HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1996, pág. 253 y siguientes.

[21] Leyes de Indias, 7 de octubre de 1541, Ley I, Título IV: Que se funden hospitales en todos los pueblos de españoles e indios. Encargamos y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencias y Gobernadores, que con especial cuidado provean que, en todos los pueblos de españoles e indios de provincias y jurisdicciones, se funden hospitales donde sean curados los pobres enfermos, y se ejercite la caridad cristiana… Fuente: HISPANIDAD – Hospitales en la América española (1) (https://somatemps.me), septiembre 2021.

[22] Ya en la Real Cédula de 1511 se instruye a las autoridades locales para que levanten hospitales en las nuevas ciudades fundadas y se ordena que deben prestar servicio a toda la población, tanto española como indígena.

[23] Juan Jacobo Muñoz, EL PRIMER HOSPITAL DE AMÉRICA Y OTROS RELATOS MÉDICOS, Bogotá: lnstituto Caro y Cuervo 1995, pág. 218.

[24] El primer hospital británico en el Nuevo Mundo lo construyó la Compañía Británica de las Indias Orientales en Nueva York, en 1664. En él se atendía única y exclusivamente a soldados y marineros británicos. En todos los hospitales españoles se atendió siempre gratuitamente a todos los enfermos, sin distinción de raza, color ni condición social.

[25] Publicado en el n.º 9 de la revista Quinto Centenario editada por el Departamento de Historia de América de la Universidad Complutense, Madrid 1985, pp. 37-50.

[26] Marcelo Gullo Omodeo, MADRE PATRIA, Espasa, Editorial Planeta, S. A., Barcelona, 2021, 12ª edición, p. 278.

[27] Miguel Rabí Chara, HISTORIA DE LA MEDICINA PERUANA. EL HOSPITAL DE REFUGIO DE INCURABLES SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, ed. del autor, Lima, 1997, p. 22.

[28] EL HOSPITAL EN HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1996, p. 46.

[29] https://www.indexmundi.com, septiembre 2021.

[30] https://www.agenciasinc.es/Noticias/Espana-mantuvo-su-liderazgo-mundial-en-donaciones-de -organos-en-2020. Septiembre 2021.


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