La única vez que españoles y suecos se enfrentaron en un campo de batalla fue en Nördlingen, en las postrimerías del verano de 1634. El rey Gustavo Adolfo II de Suecia y sus asesores militares, habían introducido revolucionarias reformas en la estructura de su ejército, dotando a sus regimientos de cuatro piezas más de artillería ligera, dándole más importancia al papel de la caballería en las batallas con una nueva táctica al realizar las cargas y, sobre todo, disponiendo a los mosqueteros en tres filas, tumbados, rodilla en tierra y de pie, con lo que consiguieron duplicar la potencia de fuego de cualquier otra infantería de la época. Gracias a la eficacia de estas mejoras, durante la Guerra de los Treinta Años el ejército sueco se paseaba por Europa venciendo a todo el que se le enfrentaba y sin conocer una sola derrota… hasta que en Nördlingen, Baviera, se encararon con los tercios españoles. En los primeros envites la batalla estuvo a punto de decantarse a favor de los protestantes. La actuación de su caballería resultaba demoledora y la mayor potencia de disparo de la infantería sueca causaba muchas bajas en las filas españolas. Para contrarrestarla, el ingenio hispano improvisó el recurso de poner cuerpo a tierra en cuanto sonaba la detonación de los mosquetes suecos. Cuando las balas les habían pasado por encima, volvían a levantarse recomponiendo la formación de combate en cuestión de segundos. Entonces, antes de que los suecos tuvieran tiempo de recargar, los mosqueteros y arcabuceros españoles se adelantaban, disparaban contra los suecos casi a quemarropa y volvían a ocupar sus posiciones tras las picas. Se trataba de una maniobra tremendamente compleja porque requería de una gran coordinación, precisión y disciplina, y muy arriesgada porque durante unos instantes la formación quedaba indefensa y a merced del enemigo, pero no en vano la disciplina de los tercios en el campo de batalla era legendaria. Los imbatibles suecos, confiados en su superioridad, tomaron la iniciativa cargando contra las posiciones españolas en la estratégica colina de Albuch. Cargaron una, dos, tres, cuatro, cinco… ¡hasta quince veces! Siempre las picas detuvieron a la caballería sueca y los arcabuces a su infantería. No lograron romper la formación de los tercios ni hacerlos retroceder un solo centímetro. Ninguna otra infantería era capaz de hacer nada parecido. A lo largo de seis horas, que se dice pronto, los españoles aguantaron a pie firme, retirando los cuerpos de los compañeros caídos y cerrando filas para recomponer la formación una y otra vez, y otra, y otra, y otra… La decimosexta vez fueron los españoles los que cargaron contra los suecos a pica y espada, y los destrozaron. Literalmente. Entre doce y diecisiete mil muertos, cuatro mil prisioneros y más de setenta cañones capturados así lo atestiguan.
Rafa Nadal, el grande, el inigualable, el mejor de entre los mejores, es la prueba del nueve de que los genes de aquellos españoles invencibles han llegado hasta nosotros. Cosa distinta es lo que cada quien haga con ellos.