Imagínate el panorama: un fragoso bosque bordeando una amplia llanura cubierta de pasto y situada en las proximidades de la costa mediterránea levantina o andaluza. Al fondo el mar y, rompiendo la línea del horizonte, el ir y venir de unos barcos con sus velas latinas de un blanco refulgente, henchidas por la brisa.
En primer plano, una manada de équidos pasta tranquilamente, pero siempre presta a desbandarse por el bosque al menor aviso. Son unos animales peculiares, emparentados sin duda con los caballos, pero con algunas características que recuerdan a las cebras africanas. Su porte asemeja a los asnos, pero son más grandes y robustos, mucho más veloces y más montaraces y huraños. El cuerpo es de color gris ceniciento con el morro oscuro, la panza blanquecina y las patas surcadas por rayas transversales blancas y negras. Tienen sobre la columna, una característica línea negra que va desde la cruz hasta la cola, y también desde la cruz, parten sendos trazos negros a izquierda y derecha, que descienden por los hombros hasta los codillos.
En realidad se trata de una especie distinta a caballos, cebras, onagros o asnos, aunque emparentada con ellos: la encebra o zebro, Equus hydruntinus que, allá por el Pleistoceno, se extendió por Europa y suroeste de Asia. Desapareció en el Holoceno, al final de la última glaciación, excepto en la Península Ibérica, donde sobreviviría hasta el final del siglo XVI.
Antaño, las encebras fueron muy abundantes en Galicia, Portugal, Extremadura, las dos Castillas, Levante y Andalucía. Desde siempre, pero especialmente durante el medievo, fue una especie cinegética muy apreciada por su carne, de reconocida calidad y a la que se atribuían propiedades medicinales, y por su piel, especialmente apta para la fabricación del calzado de la época. Sin embargo la caza excesiva y la progresiva reducción de sus llanuras pastueñas ocupadas por el hombre para apacentar su propio ganado, las fue empujando a las zonas montañosas y terminó por provocar su desaparición tras milenios de pacífica cohabitación con el hombre. El avance de la Mesta fue su perdición. Y es que, parafraseando a Plauto: El hombre es un hombre para el resto de seres vivos.
Sus últimos reductos fueron áreas de las actuales provincias de Almería, Murcia y Albacete. Probablemente, si no hubieran sido tan difíciles de capturar y aún más difíciles de domesticar, o si nos hubieran rendido otro tipo de servicio como el cerdo ibérico o el toro bravo, hoy día podríamos presumir de nuestra propia especie autóctona de equino ibérico y nuestros dirigentes autonómicos tendrían otro motivo más para disputarse autoctonías, atribuciones y competencias.
La principal fuente de información sobre la distribución, abundancia y utilidades de los zebros, procede de los fueros que regulaban su caza y el comercio de los productos que de ellos se obtenían.
Son numerosísimas las citas que podríamos traer a colación, pero probablemente la más famosa de ellas es la que procede de la primera parte del Quijote, en la que don Miguel de Cervantes dice: «Y aún haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto».
O aquel otro episodio histórico en el que el rey Marsín de Zaragoza, al verse herido en la batalla de Roncesvalles, prefirió la encebra al caballo, para huir a través de aquellos escarpados parajes. Lo cual, junto con otros testimonios, demuestra que las encebras, tan difíciles de capturar y de adiestrar, eran monturas muy apreciadas por su rapidez y bravura, para circular por parajes montañosos y abruptos.
Su memoria ha quedado en el nombre de las cebras africanas, a las que españoles y portugueses bautizaron así por su parecido con los zebros ibéricos. Y, por supuesto, en los más de cien topónimos que recuerdan la abundancia e importancia que las encebras tuvieron en otro tiempo, tales como Piedrafita do Cebreiro en Lugo, Auga dos Cebros en Pontevedra, Vegacebrón en Asturias, Cebreros en Ávila, Valdencebro en Teruel, Encebras en Alicante, Las Encebras en Murcia, o Ribera de Zebro en Moura (Portugal).