La pregunta surge ante la evidencia de que el calentamiento global es ya un hecho incuestionable… salvo para los irreductibles, claro. Acabamos de sufrir un mes de junio excepcionalmente caluroso, hace unos días se desprendió de la Antártida un iceberg diez veces mayor que la isla de Ibiza, ayer mismo padecieron en Montoro (Córdoba) la máxima temperatura jamás registrada tanto en España como en Europa… Sin embargo la respuesta a la pregunta del encabezamiento es no, rotundamente no, no estamos destruyendo el planeta.
Es verdad que la actividad humana está incrementando de forma galopante la emisión de gases de efecto invernadero; especialmente del dióxido de carbono emitido por los vehículos a motor, las calefacciones y las industrias, por ese orden. También es cierto que hay un paralelismo cabal entre el aumento de dióxido de carbono atmosférico y el aumento de la temperatura media en la troposfera. Y no es menos obvio que la vertiginosa deforestación está eliminando el principal sumidero de dióxido de carbono que hay sobre los continentes (el otro gran sumidero son los océanos). Sin embargo, nada de esto destruirá el planeta. Cambiará o contribuirá a cambiar el clima y, consecuentemente, la flora, la fauna, el caudal de los ríos, la distribución de bosques y desiertos, la proporción de tierras emergidas… pero no destruirá el planeta.
Desde que se formó, hace unos cuatro mil seiscientos millones de años, la Tierra ha sufrido todo tipo de transformaciones, algunas asombrosamente drásticas; pero aquí sigue, impertérrita y a lo suyo, girando alrededor del Sol.
Lo que sí estamos desbaratando los humanos, son las circunstancias medioambientales que permiten nuestra supervivencia como especie. Estamos creando otras condiciones, idóneas para nuestra extinción. Nos estamos destruyendo a nosotros mismos. ¡Con un par! Y ya de paso, estamos provocando la extinción de millares de especies a un ritmo que no tiene precedentes en las cinco grandes extinciones anteriores. Y a pesar de todo, a nuestro planeta le daría igual si es que tuviera conciencia de sí mismo.
Gaya es la palabra con la que designamos a la Tierra cuando queremos expresar que toda la biosfera funciona como un único ecosistema de ecosistemas en el que todo repercute en todo; un sistema dinámico y complejo regido según la teoría del caos que Lorenz sintetizó con la lapidaria pregunta: ¿Puede el vuelo de una mariposa en Brasil provocar un tornado en Tejas? Pues bien, a Gaya, si tuviera conciencia y opinión, también le daría igual que, por primera vez en la historia del planeta, una única especie, la humana, esté provocando la sexta extinción masiva de la que se tiene constancia. Gaya es como un caleidoscopio en el que la disposición de cada tesela depende de todas las demás y las influye. El más mínimo cambio afecta a todas las teselas en mayor o menor medida, y una transformación tan profunda como un cambio climático simultáneo a una extinción masiva, supone la reestructuración global de todo el sistema. Cambian las condiciones medioambientales, desaparecen especies y se destruyen ecosistemas que son sustituidos por otros, conformados por nuevos biotopos que albergan nuevas biocenosis, poblaciones de especies nuevas adaptadas a las nuevas circunstancias. La imagen del caleidoscopio se reestructura pero no desaparece, solo cambia. Lo malo es que ya no quedará ninguno de los Homo sapiens que provocaron ese cambio, para verla. Lo malo para nuestros descendientes nonatos, claro, porque a Gaya le dará igual, o le daría si tuviese discernimiento y opinión.
No es la primera vez que ocurre algo así. Hace tres mil quinientos millones de años aparecieron los primeros seres vivos fotosintéticos. Eran células acuáticas sencillas (procariotas),capaces de asimilar la energía de la luz solar y transformarla en energía química almacenada en los enlaces de moléculas orgánicas, apta para ser utilizada en cualquier proceso metabólico. En esencia, el mecanismo, que no ha cambiado desde entonces, consiste en tomar del medio dióxido de carbono y agua (monóxido de dihidrógeno); ambas, como indican sus nombres, son moléculas inorgánicas con enlaces oxidados, es decir, pobres en energía; con ellas se fabrica glucosa gracias a la energía de la luz solar que queda almacenada en los enlaces reducidos (ricos en energía) de los carbonos entre sí y de los carbonos con los hidrógenos. En el proceso, sobran oxígenos que se expulsan al exterior como desechos inservibles. La eficacia del procedimiento, la abundancia de materia prima y la inagotable fuente de energía, el sol, permitieron que estos seres vivos primigenios proliferaran hasta llenar todos los mares y océanos de la Tierra. Durante dos mil millones de años, que se dice pronto, toda esta inmensa masa de células similares a las bacterias fotosintéticas actuales, emitieron a la atmósfera ingentes cantidades de oxígeno, hasta que cambiaron su composición de forma radical. Por encima de la troposfera, el oxígeno bombardeado por las radiaciones ultravioleta se transformó en ozono y constituyó un paraguas protector que impedía, y sigue impidiendo, el paso de esas radiaciones mutagénicas que, de otro modo, habrían abortado la vida en la Tierra tal y como la conocemos. Así, hace mil quinientos millones de años aparecieron las células complejas (eucariotas) y, a partir de ahí, la evolución y diversificación de los seres vivos avanzó a un ritmo progresivamente acelerado.
Hace quinientos setenta millones de años, los mares del planeta albergaban ya una enorme diversidad de seres vivos pluricelulares. Como se daba la circunstancia de que habían desarrollado partes duras que fosilizaban con facilidad, tales como conchas o caparazones, desde entonces hasta hoy tenemos un registro fósil bastante completo de las diferentes especies que han poblado la Tierra.
Hace cuatrocientos cuarenta millones de años hubo una sucesión de glaciaciones y recalentamientos que provocaron grandes fluctuaciones en el nivel del mar. Como consecuencia se extinguieron el sesenta y cinco por ciento de las especies. Fue la primera gran extinción masiva de seres vivos.
Hace trescientos sesenta millones de años, se produjo un considerable enfriamiento global que extinguió el setenta por ciento de las especies. Las más afectadas fueron las que habitaban en aguas cálidas como los corales, que nunca más han vuelto a alcanzar el esplendor que habían llegado a tener. Se desconoce la causa aunque pudo haber sido el impacto de un meteorito.
Hace doscientos cincuenta millones de años se produjo la mayor extinción de todas. Se extinguieron el noventa y cinco por ciento de las especies que poblaban la Tierra en ese momento. La catástrofe fue de tal magnitud que debió ser causada por la coincidencia de varios cataclismos simultáneos, el impacto de un asteroide y erupciones volcánicas masivas que afectaran gravemente a los niveles de oxígeno atmosférico.
Hace doscientos diez millones de años se abrió el océano Atlántico produciéndose un enorme flujo de lava en su dorsal media. La temperatura aumentó considerablemente y provocó una gran mortandad tanto en la vida marina como en la terrestre.
Hace sesenta y cinco millones de años se produjo la, por ahora, última gran extinción; la que acabó con los dinosaurios. Un gran asteroide de diez kilómetros de diámetro, impactó cerca de la península de Yucatán provocando la extinción del setenta y cinco por ciento de las especies, entre ellas los dinosaurios.
Se calcula que la probabilidad de que un asteroide de diez kilómetros impacte contra la Tierra, es de uno cada cien millones de años. Sin embargo, no es necesario que sea tan grande para que tenga efectos catastróficos, y conforme disminuye el tamaño aumenta la probabilidad. Así, un meteorito de unos veinte metros cae a la Tierra cada cien años por término medio. El que impactó en Chelyabinsk (Rusia) el quince de febrero de 2013 medía diecisiete metros. Este es el motivo de que en algunas de las grandes extinciones cuya causa se desconoce, la hipótesis más socorrida sea el impacto de un meteorito de grandes dimensiones.
Lo peculiar de la sexta extinción masiva en la que estamos inmersos, lo que marca diferencia con los casos anteriores, es que está siendo causada por una única especie cuya actividad está produciendo cambios tan drásticos que terminarán por provocar su propia extinción. Nunca antes había sucedido algo así. Esto es una especie de suicidio colectivo, solo comparable al que realizamos cada uno de los individuos de la especie humana, cuando ingerimos sustancias o realizamos actividades que sabemos a ciencia cierta que van a perjudicar nuestra salud y nos van a acortar la vida. Los seres humanos sabremos… o no.
Magnífico artículo, Fernando. ¡Cómo se nota tu formación de biólogo! Todo él me hace pensar que simplemente somos un intento fallido más de toma de consciencia de la materia. Pero no pasa nada. Como individuos tenemos la muerte asegurada y como especie parece (¡pero quizá sólo parece!) que hemos fracasado. Quizá en otro lugar del universo y en otro tiempo cósmico… O el Gran Filtro. No sabemos. Pero es una lástima que estando como estamos rozado con los dedos la eternidad y la conciencia cósmica nuestras adicciones (¡Qué acertado tu comentario sobre la adicción suicida de la especie humana!), la barbarie de los instintos y la estupidez residual de la cultura de segundo nivel (religiones, mitos, servidumbres étnicas y nacionalistas) impidan la generalización y hegemonía de la conciencia cósmica (la única que podría dar soluciones a los problemas de supervivencia y trascendencia (el salto al cosmos con modificación biológica incluida) de la especie.
Sabias palabras, Luciano. Muchas gracias por tu comentario.
Me ha gustado mucho el artículo. Lo que no me gusta es el futuro que vamos a dejar a los nuestros. En otro tiempo espero que analicen nuestros fósiles y no repitan nuestros fallos.
Muchas gracias por su comentario.