Viñeta satírica de 1802 que recoge el temor popular a que la vacuna de Jenner provocara el crecimiento de apéndices vacunos

Ya está aquí la primera de las vacunas que nos evitará padecer la enfermedad bautizada por la OMS como COVID-19. Esta vacuna, y las tres o cuatro más que están a punto de salir al mercado, nos protegerán de infectarnos con el agente patógeno causante de la pandemia, el virus bautizado por el Comité Internacional de Taxonomía de los Virus (ICTV) con el nada castizo nombre de SRAS-CoV-2: coronavirus de tipo 2 causante del síndrome respiratorio agudo severo. Varios equipos de investigadores, en un despliegue de ingenio y diligencia sin precedentes, han conseguido desarrollar vacunas eficaces contra el virus en un tiempo sorprendentemente corto. Un alarde de eficiencia y de celeridad que no tiene parangón en la historia de la ciencia.

Según la Organización Mundial de la Salud, en todo el mundo se están desarrollando alrededor de doscientas vacunas contra el virus chino. De ellas, unas diez están ya en la fase final de los ensayos clínicos y esperan las correspondientes evaluaciones para que se autorice su uso por los servicios sanitarios.

El pasado lunes veintiuno de diciembre, la Agencia Europea del Medicamento (EMA), tras completar la preceptiva evaluación de rigor, aprobó la vacuna desarrollada por Pfizer y BioNTech para su uso en el territorio de la UE. A principios de enero la EMA autorizará la vacuna de Moderna. Las demás, irán siendo aprobadas tan pronto como los laboratorios lo soliciten y superen las evaluaciones de calidad, seguridad y eficacia. Dentro de unos meses, dispondremos de media docena de vacunas en el mercado, lo cual evitará desabastecimientos por exceso de demanda.

En esta ocasión, aleccionada por lo que ocurrió en la pandemia de los años 2009 y 2010, cuando todos los países entraron en una competición feroz para conseguir dosis de la vacuna contra la gripe A (H1N1/09), la Unión Europea ha utilizado un procedimiento conjunto de precompra que asegura que todos los sistemas sanitarios europeos dispondrán de vacunas suficientes a un precio fijo. Cada país irá recibiendo las dosis que le correspondan en función de su población, conforme los laboratorios las vayan fabricando. La Comisión Europea ha firmado seis contratos con otros tantos laboratorios, hasta sumar los mil trescientos millones de dosis, aunque varias de esas vacunas están aún lejos de alcanzar la fase de evaluación y autorización. En total, habrá dosis suficientes para vacunar a los cuatrocientos cincuenta millones de habitantes de la Unión incluso si cada habitante tuviera que recibir una segunda dosis de recuerdo. La duda es cuánto tiempo necesitarán los laboratorios para fabricar y distribuir un número tan elevado de vacunas.

En Alemania, que tiene algo más de ochenta y tres millones de habitantes, han calculado que, con la cuota asignada, tardarán casi un año en vacunar al cincuenta por ciento de la población. Otro tanto sucede en los restantes países de la UE. El problema es que otros diez, doce o quince meses de confinamientos, toques de queda, desplazamientos prohibidos, negocios cerrados, hospitales saturados y chorreo diario de muertes, pueden terminar de hundir las economías de los países, la moral de los ciudadanos y la resistencia de los sanitarios, por no hablar de la capacidad de los gobiernos… de los que tengan alguna, claro. Por doquier, especialmente en Alemania, han surgido voces críticas con la gestión de Bruselas, lenta y desacertada, alegando que a los Veintisiete las dosis nos van a llegar mucho más tarde que a Estados Unidos, Canadá, Reino Unido o Japón. Así, para finales de marzo, en la UE se habrá vacunado al ocho por ciento de la población, mientras que en Estados Unidos habrán vacunado al treinta y seis por ciento. Recordemos que la ansiada inmunidad de grupo se alcanza con entre un sesenta y setenta por ciento de población inmunizada.

En España, el Gobierno asegura que sobrarán vacunas pero sin especificar cuándo sucederá tal cosa, y ni los medios subvencionados ni los expertos de comités fantasmas se atreven a poner sobre la mesa ese espinoso detalle que desluciría la propaganda oficial, tan bonita, de ancianos y sanitarios emocionados tras recibir el pinchacito y el Presidente presumiendo como si hubiera fabricado la vacuna personalmente o la hubiera pagado de su propio bolsillo.

Y, por si los problemas para recuperar la normalidad, es decir, para llegar a la inmunidad de grupo cuanto antes, no fueran suficientes, ignoramos cuántos ciudadanos se negarán a vacunarse. Por un lado están los antivacunas que son una minoría supersticiosa inmune a la obviedad, pero por otro hay un nutrido grupo de ciudadanos vacunados de todo y que también han vacunado a sus hijos de todo, pero que, de esta vacuna concreta, no se fían.

Cuando las diversas agencias que examinan los medicamentos aprueban un fármaco, previamente lo someten a un estudio minucioso para comprobar que sea seguro. En esta ocasión, debido a la urgencia de la pandemia, todo se ha hecho con mayor premura, pero ni los laboratorios se han saltado pasos en el desarrollo de sus vacunas, ni las agencias han renunciado a una sola de sus exigencias en la evaluación de las mismas.

Un cierto grado de escepticismo es siempre saludable, pero en este caso los datos son tozudos. Los laboratorios aportan una amplia panoplia de ensayos y pruebas clínicas realizadas con profesionalidad y conocimiento. Las autoridades sanitarias independientes aportan controles, revisiones y exámenes rigurosos. En cambio, en el otro platillo de la balanza ¿qué ponen los antivacunas? En el mejor de los casos sospechas, impresiones y desinformación disfrazada de precaución, y en el peor, bulos maliciosos, mentiras malintencionadas, difamaciones, infundios, falacias… Y no es un fenómeno nuevo, ni mucho menos. A principios del siglo XIX, los antivacunas de la época afirmaban sin ruborizarse que a los que se vacunaban contra la viruela les saldrían cuernos. Hoy afirman que la vacuna provoca autismo. Hoy como ayer, charlatanería y artificio.

Ciertamente, algún grado de riesgo siempre hay. Todos los fármacos tienen efectos secundarios y contraindicaciones, desde los simples analgésicos hasta los antibióticos. Todos. Incluso el exceso de vitaminas resulta perjudicial. La cuestión no es si desarrollar fármacos o no, sino que sus beneficios compensen los efectos secundarios que provocan. La misma aspirina, que consumimos desde 1899, en su origen fue un fármaco nuevo, pero a pesar de sus efectos secundarios, que los tiene, ha demostrado ser sobradamente beneficiosa.

Otro tanto puede decirse de las vacunas. Sus beneficios han superado con mucho los riesgos y las complicaciones que se les pudieran atribuir en un principio. Es cierto que las vacunas contra el virus chino se han desarrollado a uña de caballo y bajo presión, y que esto puede generar cierta desconfianza, pero también lo es que los protocolos de investigación y ensayo de fármacos y vacunas están hoy infinitamente más perfeccionados que nunca. Nada que ver con los que empleó Jonas Edward Salk en los años cincuenta del pasado siglo, cuando desarrolló la vacuna contra la polio. Y no digamos los de Edward Jenner cuando, en 1796, ensayó su pionera vacuna contra la viruela con el hijo de su jardinero. Gracias a ellos, hoy ambas enfermedades están erradicadas y la humanidad se ha ahorrado millones de vidas y muchísimo sufrimiento.

Por otro lado ¿qué otra opción tenemos? A día de hoy, hay en el mundo setenta y cinco millones de infectados por virus chino reconocidos oficialmente, y el número de fallecidos ronda los dos millones. No queda otra que asumir un pequeño riesgo a cambio de un gran beneficio. La otra opción sería la de conseguir la inmunidad de grupo como en pandemias anteriores, a base de enfermos y cadáveres. Es así como, tradicionalmente, las sociedades humanas se han inmunizado contra las enfermedades contagiosas. Muertos los individuos cuyo sistema inmunológico no resulta eficaz contra el patógeno de turno, los supervivientes son los que se reproducen y transmiten su eficiencia inmunitaria a la descendencia. Siempre ha sido un sistema muy efectivo, la prueba es que nuestra especie sigue aquí, pero ¿estamos dispuestos a pagar el enorme tributo en vidas que exige este método en vez de correr un riesgo mínimo con las vacunas?


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