El seis de enero la mayoría de los cristianos finalizamos las fiestas navideñas con la celebración de la Epifanía, pero ese mismo día los cristianos ortodoxos celebran la Nochebuena y el siete la Navidad. Las iglesias ortodoxas siguen rigiendo sus festividades religiosas por el calendario juliano, implantado por Julio César en el año 46 antes de Cristo. En Occidente, esas festividades se adaptaron al calendario gregoriano introducido por el papa Gregorio XIII en 1582. No obstante, en el mundo hispano, la llegada de los Reyes Magos al portal de Belén siguiendo a la estrella Olanda (“Olanda ya se ve” dice el villancico, no “Holanda ya se fue”) se aferró a la tradición y eludió adaptarse al nuevo calendario, quedando anclada en el seis de enero. Ese es el origen histórico de nuestra tradicional fiesta de Reyes Magos. Pero veamos con un poco más de detalle la historia de nuestro calendario actual.
En la antigua Mesopotamia, cuna de la agricultura y la ganadería, y origen de nuestra actual civilización, surgieron los primeros calendarios lunisolares. Los sumerios, unos cinco mil años antes de Cristo, dividían el año en doce meses lunares que comenzaban con las lunas nuevas de los doce ciclos lunares. Los agrupaban en dos estaciones, verano e invierno. El año comenzaba con la estación de verano, coincidiendo con el final de nuestro actual abril, como la feria de Sevilla. La fiesta de Año Nuevo estaba dedicada a Inanna (después se llamaría Isthar), diosa del sexo, del amor y de la guerra. Consistía, además de las consabidas procesiones y banquetes costeados por los templos, en beber grandes cantidades de cerveza y en hacer el amor por todas partes hasta que los cuerpos no daban más de sí, sin el más leve atisbo de pudor ni de recato. Las ciudades sumerias, sus templos y viviendas pero también sus calles, plazas, callejones y tabernas, durante unos días se convertían en el escenario de continuas orgías dignas de la más lujuriosa película pornográfica. Y si algún sumerio no encontraba pareja sexual, siempre podía recurrir a las sacerdotisas hieródulas, las prostitutas sagradas del templo de Inanna. Es posible que tamaña desinhibición y desenfreno respondieran a la conveniencia de que gran parte de las mujeres quedasen embarazadas en esos días para que dieran a luz después de recogida la cosecha, momento en el que los bebés podían ser mejor atendidos. Pero volviendo al calendario, los sumerios se encontraron con el inconveniente de que el año lunar es diez días más corto que el solar, por lo que periódicamente tenían que intercalar un nuevo mes para acompasar ambos ciclos. Además, dividían el día en doce horas y cada hora en treinta fracciones. El calendario sumerio inspiró el de los hebreos, los egipcios y los griegos de la antigüedad.
Unos dos mil años antes de Cristo, Babilonia impuso un calendario normalizado con la inclusión de un mes cada cuatro años y con el día dividido en veinticuatro horas de sesenta minutos cada una.
Los egipcios, tres mil años antes de Cristo, crearon el primer calendario solar conocido. Según Herodoto: Los egipcios fueron los primeros hombres del mundo que descubrieron el ciclo del año, dividiendo su duración, para conformarlo, en doce partes. Afirmaban haberlo descubierto gracias a su observación de los astros. En efecto, el calendario egipcio dividía el año en doce meses, cada uno con treinta días organizados en tres periodos de diez días. En total trescientos sesenta días. Los agrupaban en tres estaciones de cuatro meses cada una: la estación de la inundación del Nilo con la que comenzaba el año, la estación de la siembra y la estación de la recolección. No obstante, como el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol dura algo más de trescientos sesenta y cinco días, las crecidas del Nilo se adelantaban unos días cada año, y esto, en una sociedad cuya economía se basaba en la agricultura, representaba un serio trastorno. Para solucionarlo añadieron cinco días, los llamados epagómenos, al final del último mes de cada año. De esta forma, el calendario egipcio pasó a tener trescientos sesenta y cinco días y, a corto plazo, quedó resuelto el problema. Sin embargo, la duración real del año solar es de trescientos sesenta y cinco días y un cuarto, por lo que, a largo plazo, los acontecimientos periódicos fijados astronómicamente se desplazaban por los meses del calendario civil, tanto más cuanto mayor era el periodo de tiempo considerado. Así, el año egipcio empezaba con el comienzo de las inundaciones, que coincidía con el solsticio de verano y con la primera aparición anual de la estrella Sirio brillando fugazmente en el horizonte antes del amanecer. Pero los astrónomos egipcios observaron que, cada cuatro años, la aparición de Sirio se retrasaba un día, lo que evidenciaba un desfase entre su calendario y el calendario astronómico. Este desfase ocasionaba, por ejemplo, que cada setecientos treinta años, las fiestas de verano se celebrasen en invierno. En el año doscientos treinta y ocho antes de Cristo, se reunieron en la ciudad de Canopo los sacerdotes sabios y reformaron el calendario añadiendo un día más cada cuatro años. Ese cuarto año tendría trescientos sesenta y seis días y reajustaría así el calendario civil con el astronómico. La reforma fue promulgada por Ptolomeo III Evergetes en el Decreto de Canopo, pero su aplicación fracasó probablemente debido a recelos y rencillas entre los poderosos cleros de las distintas regiones del Imperio.
Roma tuvo calendario desde su fundación en el año setecientos cincuenta y tres antes de Cristo. La mitología lo atribuía a Rómulo. Estaba compuesto por diez meses: martius (mes de Marte, dios de la guerra), aprilis (mes de la apertura), maius (mes del crecimiento), junius (mes del florecimiento), quintilis (mes quinto), sextilis (mes sexto), septembris (mes séptimo), octobris (mes octavo), novembris (mes noveno) y decembris (mes décimo). El año comenzaba el uno de marzo (calendas de martius) y esa fecha marcaba el inicio de las campañas militares bajo los auspicios del dios Marte. Los meses duraban alternativamente veintinueve y treinta días, por lo que la duración del año presentaba un considerable desfase con respecto al año astronómico, lo cual ocasionaba considerables inconvenientes para fijar las fechas de los trabajos agrícolas y la duración de los mandatos consulares. Numa Pompilio, que reinó después de Rómulo, corrigió parcialmente el problema añadiendo dos meses después de decembris: januarius (mes de inicio de los trabajos agrícolas) y februarius (mes de las purificaciones). Así quedo el calendario hasta que Julio César mandó llamar al sabio Sosígenes de Alejandría para que arreglase el mismo problema que habían tenido los egipcios. Y Sosígenes, al igual que los sabios astrónomos del Nilo, lo solucionó añadiendo un día más cada cuatro años. Ese día se intercaló entre el veintitrés y el veinticuatro de februarius, es decir, bis sextus dies antes calendas martii (día repetido el sexto día antes del uno de marzo). De bis sextus procede la palabra bisiesto. Para los romanos, el mes tenía tres días señalados: las calendas (de donde deriva la palabra calendario) era el primer día de cada mes, las nonas era el día cinco (excepto en marzo, mayo, julio y octubre que era el día siete), y los idus era el día trece (excepto en marzo, mayo, julio y octubre que era el día quince); el resto de los días se nombraban con referencia a estos tres. Julio César, cuya cualidad más destacada no era la modestia, aprovechó para llamar calendario juliano a este calendario romano reformado que se adoptó desde el año 46 antes de Cristo. Y para que no quedara duda alguna sobre su autoría, cambió el nombre del mes quintilis por el de julius. Lo mismo haría después el emperador Augusto con el mes sextilis al que cambió el nombre por el de augustus.
Este fue el calendario que funcionó en Occidente hasta que, en 1515, sabios cosmógrafos de la Universidad de Salamanca determinaron que la duración del año astrológico establecida por los astrónomos egipcios en 365,25 días y utilizada después por Sosígenes para elaborar el calendario juliano, no era exacta. La duración real es de 365,242189 días, por lo que el calendario juliano también acumula un pequeño desfase con respecto al astronómico que, con el paso del tiempo, va ganando importancia. Este primer estudio no tuvo consecuencias prácticas, pero un segundo realizado en 1578 que confirmó el anterior, sí provocó que el papa Gregorio XIII, preocupado por la alteración de la regularidad del calendario litúrgico, organizara una comisión de sabios, entre los que estaban Pedro Chacón, Luis Lilio y Cristóbal Clavio, que elaboró el nuevo calendario llamado “gregoriano” en honor al Papa, aunque su verdadero promotor fue el rey Felipe II. La Comisión ratificó como correcta la duración de 365 días, 5 horas, 49 minutos y 16 segundos que las tablas astronómicas realizadas por los astrónomos de Alfonso X El Sabio en el siglo XIII (Tablas alfonsíes) asignaban al año astronómico. Estas tablas fueron hijas de la observación de los cielos nocturnos de Toledo. Naturalmente, en la gestación del calendario gregoriano promulgado por el papa en 1582, la Historia perpetrada por los autores de la Leyenda Negra ha eliminado cualquier rastro de participación española. No podía ser de otro modo. Los sabios astrónomos determinaron que, en el transcurso de la historia, se habían perdido diez días, por lo que en el nuevo calendario se pasó del jueves 4 de octubre al viernes 15 de octubre de 1582. También establecieron que no serían bisiestos los años terminados en dos ceros cuyas primeras cifras no fueran múltiplos de 4. Lo fueron 1600 y 2000, no lo fueron 1700, 1800 y 1900. En el caso del año 4000, la comisión determinó que no fuera bisiesto a pesar de ser múltiplo de 4.
Este calendario, que actualmente es oficial en casi todo el mundo, fue adoptado en 1582 por el Imperio español de Felipe II (el verdadero iniciador del nuevo calendario) que incluía Portugal y sus posesiones ultramarinas, y por los territorios dependientes de la Santa Sede o bajo su influencia. Los luteranos centroeuropeos y escandinavos lo aceptaron en 1700 cuando el desfase respecto al calendario juliano era ya de once días. Gran Bretaña y sus colonias no lo implantaron hasta 1752. Los últimos fueron los griegos que lo adoptaron en 1923, cuando el desfase respecto al calendario juliano era ya de trece días. Esta disparidad de fechas a la hora de adoptar el calendario gregoriano dio lugar a que Cervantes y Shakespeare falleciesen el mismo día… pero en dos calendarios diferentes, por lo que, en realidad, mediaron diez días entre ambos fallecimientos. Mención especial merece el caso de Suecia. Los suecos tuvieron la ingeniosa idea de acompasarse a los otros países que seguían el calendario gregoriano sin tener que suprimir once días de golpe. Para adaptarse gradualmente, calcularon que, partiendo de 1700 y sin añadir el día extra de los próximos once años bisiestos, en 1740 ya estarían equiparados con el nuevo calendario. Cuando comenzaron a aplicar esta brillante medida, en 1700, se dieron cuenta de que en ese momento estaban desfasados en un día con los países que tenían el calendario juliano, y en diez días con los países que tenían el calendario gregoriano. Obviamente, los problemas para firmar acuerdos comerciales o políticos de ámbito internacional que se encontraron estos pioneros de la LOGSE eran insalvables. Así pues, en 1712 decidieron volver al calendario juliano: el día que habían quitado en 1700 (en 1704 y 1708 ya no lo habían suprimido), lo volvieron a poner en 1712, también bisiesto. Ese año su febrero tuvo treinta días. Así volvieron al calendario juliano. Pero en 1753, un año después que Gran Bretaña, decidieron que ellos también querían adaptarse al calendario gregoriano. Y se conoce que ya habían aprendido a echar cuentas, porque lo hicieron quitando once días… de un golpe.
Así fue como los cálculos realizados por aquellos sabios de la Universidad de Salamanca a comienzos del siglo XVI, construyeron el calendario con el que todavía hoy, todo el planeta Tierra sigue midiendo el paso del tiempo. Cuatro siglos después aún no ha sido superado por la sencilla razón de que aquellos sabios hicieron un trabajo insuperable.
Con el descubrimiento de América, la primera vuelta al mundo y el calendario gregoriano, España situó a la humanidad en unas coordenadas espaciotemporales nuevas y universales, drásticamente diferentes a las medievales. Gracias a España, en un cuarto de siglo la humanidad aprendió más sobre su planeta que durante tres millones de años de prehistoria y cinco mil quinientos años de historia. Aquella asombrosa generación de españoles abrió las puertas de la historia a un tiempo nuevo: la Edad Moderna. Y construyó las vías de acceso que después, a duras penas y frecuentemente con siglos de retraso —como en la aceptación del calendario gregoriano—, recorrerían el resto de europeos y, a la postre, de habitantes del planeta. Digan lo que digan las historiografías enemigas empeñadas en sostener y difundir la infamante calumnia del atraso cultural y la nula predisposición científica de los españoles.
Nos pones al día! Disfruté el artículo!
Hermano, eres un pozo de ciencia cualquier día de cualquier calendario. He aprendido un montón con el artículo. Un abrazo.