Es de alabar la firme y paciente perseverancia con la que los anglosajones tratan de eliminar a España y a la hispanidad de la Historia borrando la autoría de todas las realizaciones pasadas y presentes de los españoles. Ardua tarea, ciertamente, pero ellos ni se arredran ni desisten. No son los únicos, claro está, lo mismo hacen luteranos, calvinistas y protestantes varios, además de los franceses, presuntos católicos cuya última hazaña antiespañola ha sido eliminar la palabra Iberoamérica y sustituirla por esa mamarrachada de Latinoamérica, y hasta los portugueses, empeñados en escamotearnos la primera vuelta al mundo, ya que el origen de Colón se lo han terminado birlando los italianos. Incluso —por las razones que explicamos en otro ensayo—, las propias élites españolas, antaño ilustradas y hogaño progresistas, se sumaron a la tarea desde el siglo XVIII. No obstante, probablemente los que mejor se desenvuelven en los terrenos de la mentira, la falsificación y la mendacidad son los anglosajones. Y si pensamos que esa actitud es cosa del pasado, erramos. Sin ir más lejos, el último doce de octubre, el presidente estadounidense Joe Biden pronunció un discurso en el que prescindió de España y de la hispanidad en la historia de América, y tuvo el cinismo de atribuir los méritos a Italia, una nación que no existió como tal hasta la segunda mitad del siglo XIX; y ya en racha de despropósitos, le quitó a Colón su día feriado y se lo regaló a los “pueblos indígenas” ¡¿…?! debe referirse a esa insignificante muestra de indios que sus antepasados dejaron sin exterminar y que, desde entonces, mantienen en esa suerte de zoos humanos a los que llaman reservas. ¿Realmente los asesores de ese provecto septuagenario son tan ignorantes? Pues probablemente no, pero están en la línea de lo que vienen haciendo los herejes anglicanos desde que aquel rey obeso, lujurioso e inmoral, se sacó de la bragueta su propia religión y se invistió sumo pontífice. Y también está en esa línea la historia del escorbuto; un ejemplo más de que, como comentábamos en un artículo anterior, para los historiadores ingleses la civilización occidental no comenzó hasta que Inglaterra no empezó a pintar algo en ella, cosa que tardó un considerable rimero de siglos en suceder.
Pero hora es ya de entrar en materia. Las vitaminas son sustancias que necesita nuestro metabolismo pero que no puede sintetizar, motivo por el cual hemos de tomarlas con los alimentos. La falta de alguna vitamina en la dieta causa una enfermedad carencial o avitaminosis. Concretamente, la falta de vitamina C —necesaria para formar el colágeno que sustenta la estructura de los tejidos— provoca el escorbuto, padecimiento que se cura comiendo frutas y verduras frescas que la contienen en abundancia. También está, aunque en menor cantidad, en leche, carnes y pescados, pero el almacenamiento y los procesos de cocinado la destruyen en gran medida. Diariamente, necesitamos ingerir alrededor de ochenta miligramos de vitamina C o ácido ascórbico. La causa es que los antepasados arborícolas y frugívoros de nuestra especie perdieron la capacidad de sintetizar esta molécula sobradamente presente en las abundantes frutas de su dieta. Aunque ahora nosotros seamos omnívoros, normalmente nuestra alimentación nos suministra suficiente cantidad de ácido ascórbico. Sin embargo, en situaciones especiales como hambrunas, largas migraciones, ejércitos en campaña, ciudades asediadas o largas navegaciones, la ingesta de vitamina C disminuye y aparecen síntomas de escorbuto. Primero los leves: debilidad, anemia, dolores musculares, hematomas, caída del cabello, mala cicatrización de las heridas, halitosis…, pero si la carencia persiste, aparecen manifestaciones progresivamente más graves y dolorosas como fiebre, equimosis, hinchazón y sangrado de las encías, pérdida de dientes, ulceraciones en brazos y piernas, flebotrombosis, hemorragias en vísceras y cerebro…, y finalmente convulsiones y muerte. Una terrible y prolongada tortura que, a partir de las grandes navegaciones transoceánicas que inició el descubrimiento de América, causó más muertes entre las gentes del mar que todas las batallas navales y las tempestades juntas. No es de extrañar que los navegantes le dieran a esta enfermedad nombres tan significativos como el mal terrible, la peste de los mares o la peste de las naos. La causa era que, durante meses, la alimentación en los barcos carecía de productos frescos. Y como el origen era desconocido, no se le buscaba la solución adecuada. Y para aumentar la desorientación de los médicos, el escorbuto se atribuía a causas tan erróneas como el largo confinamiento, la dureza del trabajo, la atmósfera viciada de los navíos, las condiciones de insalubridad o enfermedad infectocontagiosa.
Pasó mucho tiempo hasta que algunos navegantes observadores relacionaron la aparición del escorbuto en las tripulaciones con la prolongada falta de alimentos frescos en su rancho. ¿Quiénes fueron los primeros que se dieron cuenta de que el terrible suplicio del escorbuto podía evitarse comiendo frutas como naranjas y limones o bebiendo su zumo?
Naturalmente, los historiadores británicos atribuyen el mérito a un británico, y el resto de historiografías, incluida la española, lo admiten sin chistar. Está generalmente aceptado que fue el médico escocés James Lind (1716-1794) el primero que descubrió la relación entre el consumo de cítricos y la curación del escorbuto. Lind ingresó en la marina de guerra británica como cirujano naval, todavía sin titulación de médico. En 1746 y 1747, estuvo destinado en el buque HMS Salisbury y tuvo que tratar marineros enfermos de escorbuto (los oficiales sí tomaban alimentos frescos y no contraían la enfermedad). El capitán había autorizado una dieta especial para los enfermos: y tuvieron la misma dieta: gachas endulzadas con azúcar, caldo de cordero, budines, galleta cocida con azúcar, cebada, arroz, pasas, sagú y vino. Pero los enfermos no mejoraban, y ante la imposibilidad de curarlos, pues no sabía cómo, Lind decidió experimentar con ellos. En mayo de 1747 eligió a doce enfermos en los que el diagnóstico de escorbuto no ofrecía dudas: todos tenían las encías podridas, manchas en la piel, lasitud y debilidad de las rodillas... Los agrupó en seis parejas y a cada una de ellas le suministró diariamente un producto diferente para observar los efectos. A la primera pareja, los dos más graves, les dio media pinta (284 ml) de agua de mar al día; a la segunda les dio un cuarto de galón (1,13 litros) de sidra tres veces al día; a la tercera, dos cucharadas de vinagre tres veces al día; a la cuarta, veinticinco gotas de elixir de vitriolo (solución diluida de ácido sulfúrico) tres veces al día; a la quinta, tres veces al día les daba una porción del tamaño de una nuez moscada, de una pasta purgante hecha con una mezcla de ajo, semillas de mostaza, raíz deshidratada de rábano, bálsamo del Perú y resina de mirra; y a la sexta, dos naranjas y un limón al día. Lind, en su publicación A TREATISE OF THE SCURVY (Edimburgo, 1753), nos cuenta que, en esta última pareja, ambos enfermos experimentaron una notable mejoría a pesar de que las naranjas y los limones se acabaron a la semana de iniciado el tratamiento. Lo que no nos cuenta es lo que observó en las otras parejas a las que suministró cosas tales como agua de mar o ácido sulfúrico, más próximas a venenos que a medicamentos. Su motivo tendría. Alguien podría pensar que estos experimentos con seres humanos anticiparon los que después practicó el doctor Mengele en Auschwitz, pero no. Ni mucho menos. Los historiadores británicos nos han explicado, y el resto de historiografías admite sin chistar, que se trató del primer ensayo clínico de la historia de la ciencia médica. Casi nada.
Sin embargo, no acertó ni con las causas —seguía atribuyendo la enfermedad al aire enrarecido, el confinamiento en los buques, la alimentación desequilibrada que había que estabilizar con ácidos, el frío y la humedad en los barcos…— ni con la terapia, pues para solucionar el problema de conservar alimentos frescos en los barcos, recomendaba hervir los zumos de naranja y de limón para concentrarlos y alargar su tiempo de conservación. Hoy sabemos que así destruía la vitamina C. El experimento fue desestimado por las autoridades de la Marina Real que no incluyeron los cítricos —naranjas, limones y posteriormente limas— en el rancho de sus marineros hasta 1795, un año después del fallecimiento de Lind. Y lo hicieron convencidos por otro médico, Gilbert Blane, que tuvo la idea de añadir brandy, ginebra o ron al zumo. La marina francesa no adoptó una medida similar hasta 1856.
Lind dejó la marina en 1748, obtuvo el grado de doctor con una tesis sobre un tema totalmente distinto, las enfermedades venéreas, y se dedicó al ejercicio de la medicina.
Actualmente, se duda de que realizara aquella experiencia. En el año 2003, Graham Sutton investigó los cuadernos de bitácora del HMS Salisbury y comprobó que, mientras Lind estuvo allí destinado, no registraron casos de escorbuto. El investigador sugiere que la Armada Real tendía a ocultar las enfermedades a bordo de sus barcos, es decir que, para complacer a sus superiores, los capitanes mentían en los diarios de navegación. Esta es también la opinión de Emmanouil Magiorkinis, historiador de la Medicina de la Universidad de Atenas. Pero, lo cierto es que, mientras no se demuestre que los capitanes británicos mentían en sus diarios de navegación, o al menos que lo hizo el capitán del HMS Salisbury, George Edgcumbe, los datos documentales desmienten el estudio de Lind; y no hay ninguna otra prueba de que lo realizara salvo su palabra. Es decir, que su famoso ensayo clínico habría sido pura invención, un fraude. En palabras de Sutton: Si los registros de la Marina se toman al pie de la letra, Lind nunca curó el escorbuto en el Salisbury porque allí no hubo enfermedad que tratar (Sutton G, 2004. James Lind a bordo del Salisbury. Boletín JLL: Comentarios sobre la historia de la evaluación del tratamiento). Ahora bien, si para mantener la patraña británica, los propios investigadores británicos desestiman los documentos oficiales británicos, entonces ¿qué nos podemos creer de los británicos? Pues eso. El caso es que, desde que el prestigioso gastroenterólogo, profesor, escritor, consultor y miembro de la Revista Médica Británica que decidía qué artículos se publicaban y cuales no, Jeremy Hugh Baron (1931-2014), afirmó: No hay pruebas de que Lind llevara a cabo el ensayo que dijo, la opinión más extendida entre los investigadores —incluido Iain Milne del Real Colegio de Médicos de Edimburgo, considerado la mayor autoridad en James Lind— es que Lind nunca realizó la experiencia que describe en su ensayo. Pero, que no cunda el pánico, no pasa nada. Para el propio Iain Milne y otros historiadores británicos, este “insignificante detalle” no empaña en absoluto la aportación de Lind a la ciencia médica. El escritor Stephen R. Bown, autor de la obra ESCORBUTO: CÓMO UN MÉDICO, UN NAVEGANTE Y UN CABALLERO RESOLVIERON EL MISTERIO DE LA PESTE DE LAS NAOS (Ed. Juventud, 2005), opina que: Incluso si se lo inventó, fue el hecho de que otros lo leyeran lo que tuvo impacto en la investigación del escorbuto. Y tras aducir que Gilbert Blane se basó en la obra de Lind para convencer al almirantazgo de que incluyera zumo de lima en la dieta de los marineros, concluye: Así que lo que Lind hizo o no hizo es irrelevante … situó a otros investigadores en el camino hacia una cura práctica del escorbuto. Obviamente, los hijos de la Gran Bretaña no están dispuestos a permitir que su turbia realidad les arruine un buen mito. Este mismo Bown, en la obra citada, reconoce que la relación entre el consumo de cítricos y la curación del escorbuto no era ninguna novedad: los cítricos como cura para el escorbuto se conocían desde más de un siglo antes … el remedio había sido reconocido en 1497 por el portugués Vasco de Gama, en 1593 por el inglés Richard Hawkins y en 1614 por el también inglés John Woodall, que en su manual THE SURGEON’S MATE recomendaba consumir naranjas, limones, limas y tamarindos. Cinismo británico puro y duro, claramente heredado por los WASP como Joe Biden. Bown no menciona a los médicos y navegantes españoles que fueron los que realmente descubrieron, aplicaron y publicaron la forma de curar el escorbuto mediante el consumo de cítricos. Todos los británicos mencionados por Bown, incluido James Lind, obtuvieron su información sobre el tratamiento del escorbuto leyendo publicaciones españolas. Y es que, aunque ahora nos pueda parecer sorprendente, durante los siglos XVI y XVII, las publicaciones de los cronistas, navegantes, geógrafos, médicos y naturalistas españoles, traducidas al latín, eran leídas con avidez por todas las personas cultas de Europa. Todavía en el siglo XVIII, cuando ya los Borbones franceses instalados en el trono español habían puesto en marcha su plan de demolición de la imagen de España en Europa y de anulación de la autoestima de los españoles, las obras de los españoles insignes eran traducidas, editadas y reeditadas en toda Europa. Por ejemplo, los libros de los marinos y científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, publicadas en 1748: OBSERVACIONES ASTRONÓMICAS Y PHYSICAS HECHAS DE ORDEN DE S. MAG. EN LOS REYNOS DEL PERÚ y RELACIÓN HISTÓRICA DEL VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL, fueron traducidos al francés (tres ediciones), inglés (cinco ediciones), holandés (una edición) y alemán (una edición). Es pues más que lícito dar por sentado que las publicaciones científicas españolas eran conocidas por los científicos británicos, y viceversa.
Pero, ¿qué aportaron los españoles al conocimiento del escorbuto y de su terapia?
El escorbuto lleva con nosotros miles de años. Investigadores de la Universidad de Burgos y del equipo de Atapuerca, documentaron un caso de escorbuto en un esqueleto infantil que vivió hace unos cinco mil años en la Cueva Mayor de la sierra de Atapuerca. La enfermedad aparece descrita por médicos egipcios en el papiro de Ebers hace más de tres mil quinientos años, y también habla de ella Hipócrates cinco siglos antes de Cristo. Pero fue en la Era de las Grandes Navegaciones cuando se convirtió en un problema monumental para los navegantes. Y fueron los pioneros en esas grandes navegaciones, los marinos españoles, los primeros en descubrir que se cura tomando cítricos, siglos antes de que Lind publicara su trabajo.
En el año 1980, el gran epidemiólogo Julián de Zulueta y Cebrián (1918-2015), conocido como “el señor de los mosquitos” por ser el responsable de las campañas de lucha contra el paludismo de la Organización Mundial de la Salud durante veinticinco años, publicó, en el número de agosto de la Revista General de Marina (p. 156 y ss.), un artículo titulado LA CONTRIBUCIÓN ESPAÑOLA A LA PREVENCIÓN Y CURACIÓN DEL ESCORBUTO EN LA MAR. En él cuenta que, en el Archivo General de Indias de Sevilla, había encontrado documentos demostrativos de que el tratamiento del escorbuto con naranjas y limones era habitual ya a principios del siglo XVII, tanto en el Galeón de Manila como en todas las flotas españolas que operaban en el Pacífico. Concretamente, en 1617, la flota de don Francisco de Tejada y Mendoza (1560-1634) formada por diez barcos con destino a Filipinas, embarcó cuarenta y cuatro fresqueras de agrios de limón, cinco barriles de dichos agrios y una cantidad desconocida (la cifra está ilegible en el documento) de jarabe de limón.
¿Por qué en las flotas españolas del Pacífico y no en las del Atlántico? Las navegaciones transatlánticas entre España y el Nuevo Mundo duraban entre cuatro y cinco semanas, mientras que el tiempo necesario para que aparezca la temida enfermedad oscila entre ocho y doce semanas. Por eso, ni Cristóbal Colón ni ninguno de los navegantes transatlánticos posteriores —Alonso de Ojeda, Pero Alonso Niño, Cristóbal Guerra, Vicente Yáñez Pinzón, Rodrigo de Bastidas, Diego de Lepe…— dan cuenta de que apareciera escorbuto en sus tripulaciones. Lo mismo cabe decir de los navegantes vascos y cántabros que viajaban hasta Terranova a la pesca del bacalao, pues la duración de la travesía no agotaba sus reservas de vitamina C.
A pesar de que, al menos desde mediados del siglo XVI, los españoles tenían el conocimiento experimental de que los cítricos previenen y curan el escorbuto, el problema de la fruta en los barcos es su conservación. Los frutos, naranjas limones o limas, ocupan mucho espacio, pesan mucho y se pudren antes de las dos semanas. El zumo ocupa menos espacio y pesa menos, pero también tiene una duración limitada. Los españoles intentaron alargar su periodo de conservación envasándolo sin aire, los llamados agrios, que duraban algo más que el zumo en toneles. Para los viajes largos, hervían parte del zumo para hacer concentrado o jarabe que tardaba bastante más en echarse a perder y se podía consumir cuando el zumo fresco y los agrios se agotaban. Lo que no sabían era que el calor destruye la vitamina C. Por eso los marineros seguían sufriendo escorbuto en las travesías largas a pesar de tomar estos preparados, pero lo cierto es que así se retrasaba la aparición de la enfermedad, se atenuaban sus efectos y se reducía el número de casos. De no ser así, no habrían asumido tantos trabajos y gastos.
La flota de Francisco de Tejada se avitualló ciento treinta y seis años antes de que Lind publicara su trabajo y ciento setenta y ocho años antes de que el Almirantazgo británico incluyera cítricos en el rancho de sus marineros. Pero, además, de la redacción del documento se deduce que tal práctica era normal en los barcos españoles que surcaban el Mar del Sur desde muchos años antes. Intentemos rastrear su origen.
En 1497, Vasco de Gama partió de Lisboa para llegar a la India rodeando el Cabo de Buena Esperanza. En este viaje, cien de los ciento cuarenta marineros que formaban su tripulación fallecieron a causa del escorbuto. La enfermedad empezó a manifestarse a partir de las diez semanas de navegación, frente a las costas de Loanda —actualmente Luanda, capital de Angola—, por lo que los portugueses llamaron al escorbuto mal de Loanda. Ya en este viaje, Vasco de Gama observó que el consumo de naranjas aliviaba la enfermedad, pero esta crucial observación cayó en el olvido.
La primera vuelta al mundo (diez de agosto de 1519 — ocho de septiembre de 1522) fue una empresa española, organizada y financiada por la Corona española y llevada a cabo por marinos españoles. Por mucho que enreden los portugueses, tradicionales aliados y, al parecer, émulos de los británicos, lo cierto es que el noble portugués Fernando Magallanes fue humillado y rechazado por el rey Manuel I de Portugal, que despreció su proyecto e incluso le negó una pensión digna por haber quedado lisiado combatiendo al servicio de Portugal. Tullido, deshonrado, vejado y arruinado, renunció a la nacionalidad portuguesa y adquirió la nacionalidad española. Se instaló en Sevilla, se casó con una sevillana, y entró al servicio del rey Carlos I de España que lo nombró adelantado, capitán general de la Armada para el descubrimiento de la Especiería, y le financió la expedición. Por tanto, Magallanes era español cuando inició el mítico viaje. Antonio Pigafetta, cronista oficial que lo acompañaba en la nave capitana, la Trinidad, durante la primera parte de tan asombrosa gesta náutica, nos dejó esta descripción de los efectos del escorbuto en las tripulaciones (Antonio Pigafetta, PRIMER VIAJE ALREDEDOR DEL GLOBO, Edición de Benito Caetano para la FUNDACIÓN CIVILITER, Sevilla, España, 2012): Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve… Además de los muertos, teníamos veinticinco marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo, pero que al fin sanaron. Pigafetta fue uno de los 18 superviviente que, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, regresaron a Sevilla a bordo de la nao Victoria. Cabe constatar que, en esta expedición, durante la fría y larga invernada en el puerto de San Julián, no apareció el escorbuto gracias a que consumieron mejillones, ciertas raíces y tubérculos comestibles que les enseñaron los indios patagones, y plantas parecidas a berros que crecen junto a los riachuelos en el estrecho de Magallanes. Estos alimentos les suministraron suficiente aporte de vitamina C. Claro que luego llegó la travesía del Mar del Sur… y allí fue el llanto y el crujir de dientes, como relató Pigafetta.
De la misma época, tenemos el testimonio del insigne Andrés de Urdaneta y Ceráin (1508-1568), famoso por descubrir la Ruta de Urdaneta, la ruta marítima que permitió hacer el tornaviaje de Filipinas a Acapulco. Urdaneta participó en la expedición de Francisco José García Jofré de Loaysa (1490-1526) que partió de La Coruña en julio de 1525 y descubrió el cabo de Hornos —el acabamiento de tierras— y las islas Marshall, en 1526. En esa expedición murió Juan Sebastián Elcano (1476-1526) de escorbuto (Instituto de Historia y Cultura Naval, XXXVII Jornadas de historia marítima, V Centenario del nacimiento de Andrés de Urdaneta, Ciclo de conferencias-enero 2009, Cuaderno monográfico nº 58, Madrid 2009, p. 113. Disponible en: CM58.pdf (defensa.gob.es)): Toda esta gente que falleció, murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa y más de un dolor de pechos con esto. Yo vi sacar a un hombre tanto grosor de carne de las encías como un dedo, y al otro día tenerlas crecidas, como si no le hubieran hecho nada.
Estos y otros testimonios dan cuenta de los estragos que causaba el escorbuto entre aquellos pioneros de la navegación transoceánica. Hasta que, entre el primero y el tercer cuarto del siglo XVI, alguno de aquellos héroes, no sabemos quién, fue el primero en constatar que el escorbuto se cura tomando cítricos. Lo que sí sabemos es que ese tratamiento era ya conocido por los españoles en el último cuarto del siglo, ya que el médico sevillano Pedro García Farfán (1532-1604), en su TRATADO BREVE DE ANATOMÍA Y CIRUGÍA publicado en la ciudad de México en 1579, prescribe el uso de naranjas y limones como terapia del escorbuto. De hecho, diseñó un medicamento antiescorbútico que preparaba con media naranja, medio limón y un poco de alumbre quemado. Se adelantó en doscientos dieciséis años a la Marina británica. Él fue el primero que preparó un medicamento eficaz contra el escorbuto. Don Pedro llegó a ser médico de cámara de Felipe II, pero una sordera lo alejó de la corte y lo llevó a la ciudad de México donde llegó a ser inspector de las farmacias de la ciudad y decano en aquella Universidad. La obra mencionada, tuvo un gran éxito y fue reeditada en versión corregida y aumentada en 1592 —esta edición, digitalizada, está disponible en la Biblioteca Virtual Andalucía— y en 1610, seis años después de su muerte. Es posible que fray Agustín Farfán —nombre que adoptó cuando, tras la muerte de su esposa, ingresó en la Orden de los Agustinos, y con el que firmó sus obras— no realizara este importante descubrimiento por sí mismo; bien pudo recoger noticias llegadas desde Acapulco, puerto del Galeón de Manila.
Recién iniciado el siglo XVII, en 1602, el general Sebastián Vizcaíno (1548-1628), al mando de tres naves, partió de Acapulco para explorar la costa oeste de California y localizar el lugar idóneo para la construcción de un puerto. Lo acompañaban personajes de la talla del piloto Toribio Gómez de Corbán; los cosmógrafos Gaspar de Alarcón, Jerónimo Martín de Palacios y fray Antonio de la Ascensión, autor de la relación de este viaje y de otros realizados posteriormente; y Enrico Martínez, ingeniero, políglota, impresor y cosmógrafo que gozaba de excelente fama en México por la obra cartográfica realizada en anteriores viajes con Vizcaíno. En esta expedición levantó un mapa de las costas californianas tan perfecto que, dos siglos más tarde, Alexander von Humboldt dejó constancia escrita de su admiración. Durante este viaje, Vizcaíno, a pesar de no ser médico, anotó en su diario la primera descripción clínica de la enfermedad con una precisión y un detalle asombrosos, así como la aplicación del primer tratamiento real y efectivo de la misma. El diario fue publicado en 1615 por Torquemada. En él nos cuenta que, cuando ya la mayor parte de la tripulación presentaba síntomas de escorbuto, llegaron a las islas de Mazatlán. Mandó desembarcar y todos pudieron comer y hacer acopio de frutas y verduras frescas. A los enfermos, les dio de comer unas frutas locales, xocohuitzles, parecidas a las manzanas, pero más pequeñas y alargadas. A los nueve días, todos los afectados habían recobrado la salud completamente. He aquí lo que escribió Vizcaíno (disponible digitalizado en PARES, Portal de Archivos Españoles, Ministerio de Cultura y Deporte): Cobraron todos salud y fuerzas y se levantaron de las camas, de suerte que cuando salieron las naos del puerto ya podían acudir a marear las velas y a gobernar el navío y a hacer sus guardias como antes … y para este prodigio … no hubo medicinas, ni drogas de botica, ni recetas, ni medicamentos de médicos … y si algún remedio hubo, fue el refresco de las comidas frescas … y comer de una frutilla que se halló en estas islas y los naturales de allí llaman xocohuitzles. Esta fue la terapia que aplicó don Sebastián Vizcaíno, marino español, ciento cuarenta y cuatro años antes de que James Lind, médico británico, experimentara con los marineros de cuya salud era responsable, dándoles ácido sulfúrico, agua de mar… y, menos mal, naranjas y limones… si es que no cometió el fraude de inventarse el experimento y publicarlo como realizado.
Un coetáneo de Lind, el almirante sevillano Antonio de Ulloa (1716-1795), escribió un libro titulado CONVERSACIONES DE ULLOA CON SUS TRES HIJOS EN SERVICIO DE LA MARINA (Imprenta de Sancha, Madrid, 1795. Disponible digitalizado en UCM, Biblioteca Complutense). En él se refiere largamente al escorbuto y narra que, en 1758, cuando realizó su segundo viaje a América a bordo del buque San Rafael, como preventivo antiescorbútico hizo administrar zumo de limón puro a la tripulación durante los dos meses que duró la travesía. Así lo relata en el mencionado libro:
Parece que el uso del agrio de limón y el aguardiente, en las cantidades que se han dicho, debían ser repugnantes al tomarlos, y producir efectos nocivos á la salud (…); pero no es así: el limón bebido como si fuese agua por los escorbúticos, les es tan grato al paladar, que no quedan satisfechos con la porción de una ración, ó la quarta parte de un quartillo que les daba … y en que continuando esto todo el tiempo que duró la navegación, no solo no se debilitaron sus estómagos, sino es que los mantuvieron robustos hasta llegar á puerto.
Esta es la primera vez que en la literatura se encuentra el uso de zumo de limón puro como terapéutica específica del escorbuto. Algo que la Marina Real británica no reconocería hasta 1795. Además, Ulloa mezclaba el zumo de limón con aguardiente antes de que “se le ocurriera” a Gilbert Blane.
En todo caso, los cítricos no son los únicos frutos que contienen vitamina C. Ni siquiera son los más ricos en ella. Todas las frutas y verduras frescas la contienen, y algunas, como el pimiento, en mayor cantidad. Pero hay que tomarlo crudo (ensalada, pipirrana, gazpacho, porra antequerana…). Si se hierve, se asa o se fríe, la vitamina C se destruye. Viene esto a cuento del siguiente hito en el tratamiento del escorbuto: la expedición Malaspina.
Entre los años 1789 y 1794, Alejandro Malaspina Molilupi y José de Bustamante y Guerra, capitaneando las corbetas Atrevida y Descubierta, realizaron una de las más completas y asombrosas expediciones llevadas a cabo en toda la historia de la ciencia. Los marinos, dibujantes y científicos de la expedición realizaron observaciones astronómicas, geográficas, etnológicas, lingüísticas, botánicas, zoológicas, cartográficas, de exploración, y cerca de mil dibujos. Además, elaboraron informes económicos, trazaron gran cantidad de cartas náuticas y un mapa del Imperio español, descubrieron casi seiscientas cincuenta especies nuevas y trajeron muestras de catorce mil plantas, y de una ingente cantidad de semillas. En la corbeta Atrevida viajaba el insigne médico cirujano de la Real Armada, además de naturalista, ornitólogo y taxidermista, Pedro María González Gutiérrez (1764-1838), natural de Osuna (Sevilla). Junto con el gaditano Francisco Flores Moreno (1761-1839), médico cirujano de la corbeta Descubierta, gestionaron la sanidad con tal acierto que la de Malaspina está considerada la primera expedición transoceánica que no tuvo ninguna baja por escorbuto. Unos años después, el doctor González publicó un prestigioso y afamado tratado de medicina e higiene naval, titulado TRATADO DE LAS ENFERMEDADES DE LA GENTE DEL MAR (Imprenta Real, Madrid, 1805. Disponible digitalizado en Biblioteca Virtual Andalucía). El capítulo séptimo lo dedica a analizar las causas del escorbuto, su descripción clínica y su tratamiento, el mismo que con tanto éxito aplicaron en la expedición. Resumiendo, don Pedro M.ª considera que lo fundamental para prevenir el escorbuto es la ingestión habitual de frutas y verdolagas (verduras frescas) y, en general, de alimentos frescos, en la dieta de oficiales y tripulación. A tal fin, y habida cuenta de las dificultades de almacenamiento en los barcos, aconseja: Es inútil prevenir que en todos aquellos casos en que haya provisión de “sourcrutt” o coles agrias, formarán estas y las carnes frescas la base de los alimentos de los escorbúticos. Y, como buen andaluz, recomienda el gazpacho que, según sabemos hoy, es la receta antiescorbútica perfecta: Tampoco debe olvidarse el gazpacho, composición nacional muy apropiada para el escorbuto, y a la que el pueblo español vive muy acostumbrado. Consecuentemente, como oficial médico responsable de la expedición, ordenó embarcar abundante acopio de zumo de naranjas y limones, y reabastecía el aprovisionamiento cada vez que tocaban puerto. Y, en relación con: El único marinero que vimos acometido de escorbuto en las corbetas Descubierta y Atrevida fue Manuel Pita, que ejercía las funciones de bodeguero, escribe: Y añadimos de nuestra propia experiencia haber curado el escorbuto en las islas Marianas con solo el uso de las verdolagas. Concluye su brillante análisis con estas palabras: Por último, el escorbuto es una enfermedad que jamás se cura radicalmente durante la navegación, y su exterminio está reservado para los aires de tierra, o más bien para el uso de los vegetales recientes. Es decir, que también constató que la eficacia antiescorbútica de la fruta y la verdura fresca, va disminuyendo conforme se alarga el periodo de almacenamiento. Hoy sabemos que esto se debe a que se va desnaturalizando la vitamina C presente en ellos. ¡Genial don Pedro M.ª!
La expedición Malaspina regresó un año antes de que la Marina Real británica incluyera el zumo de limón en el rancho de sus marineros. ¿Y los historiadores británicos pretenden hacernos creer que los médicos y los navegantes británicos no sabían nada de los hallazgos antiescorbúticos de don Pedro M.ª González ni de ninguno de sus antecesores, Antonio de Ulloa, Sebastián Vizcaíno, fray Agustín Farfán o Francisco de Tejada? Pues sí. Y no solo lo pretenden, lo han conseguido. Eso, y borrar de la historia de la ciencia sus hallazgos y hasta sus nombres. Y a todo esto, nuestras élites intelectuales qué c… hacen al respecto. Pues, desde el siglo XVIII, se dedican a presumir de afrancesados, ilustrados, anglófilos, progresistas… y, por encima de todo, antiespañoles.
Desde finales del siglo XIX, se sospechaba que el escorbuto era una enfermedad carencial causada por la falta de algún elemento en la nutrición. Por fin, en 1928, el médico húngaro Albert Szent-Györgyi identificó dicho nutriente: se trata de la vitamina C, que llamó ácido ascórbico por su carácter ácido y porque ascórbico significa sin escorbuto (del latín a / scorbutus). Por cierto, que, en los largos y gélidos inviernos boreales, no eran raros los casos de escorbuto. Por eso fueron los vikingos los primeros en poner nombre a la enfermedad: skyrbjugr. De ahí pasó al ruso: skrobot. Al alemán: scharbock. Y al latín medieval: scorbutus.
Referencias bibliográficas
Blanco JM. Pedro María González Gutiérrez. Vida y obra de un médico-cirujano de la Real Armada. Discurso de Recepción como Académico de número. Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz, 2007.
Comellas JL. La primera vuelta al mundo. Ed. Rialp, Madrid 2012.
Lind J. Treatise of the Scurvy. Edimburgo: Editorial A. Kincaid y A. Donaldson; 1753. Payne SG. 365 momentos claves de la historia de España. Madrid: Espasa; 2016.
Herrera J. Escorbuto o la enfermedad de los nautas. Aportación de los navegantes españoles a su conocimiento y tratamiento. Rev Esp Cien Farm. 2020;1(1):79-84.
El descubrimiento español de la cura del escorbuto. Publicado por Agustín Ramón Rodríguez González el 27, Feb, 2018.
James Lind y el escorbuto: ¿El primer ensayo clínico de la historia? | OpenMind (bbvaopenmind.com)
Actas del II centenario de don Antonio de Ulloa. Editores M. Losada y C. Varela. Escuela de Estudios Hispanoamericanos – CSIC. Archivo General de Indias. Digitalizado por Google: Actas del II centenario de don Antonio de Ulloa (googleusercontent.com)
¿Por qué a los marineros británicos se les llamaba «limeys»? – Historias de la Historia
Vitamina C. F. Valdés Unidad de Dermatología. Hospital da Costa. Burela. Lugo. España
Fantástico artículo. Gracias por tanta información tan bien especificada. Totalmente de acuerdo en su calificación de los esfuerzos anglosajones por minimizar las aportaciones históricas de España. Un saludo muy cordial
Muchas gracias por su comentario.
Un saludo muy cordial.