
Recientemente, Rui de Carvalho de Araújo Moreira, alcalde de Oporto desde 2013 al frente de una candidatura independiente, aprovechó la celebración en su ciudad del Cities Forum 2020 para expresar su convencimiento de que Portugal y España deberían integrarse en una estrategia ibérica conjunta, coordinada a nivel internacional, y con especial proyección en Iberoamérica. La llamó Iberolux por la semejanza de su propuesta con la unión aduanera y económica del antiguo Benelux. Según Rui Moreira, esta unión ya está funcionando de facto entre el norte de Portugal y Galicia así como entre el este y Extremadura o entre Lisboa y Madrid.
El iberismo, el movimiento que promueve la unión hispanoportuguesa en una única nación, no es nuevo. De hecho es tan antiguo como la separación de Portugal y España en naciones independientes. Con unos u otros matices y con mayor o menor pujanza, siempre ha contado con partidarios a lo largo de la historia de ambas naciones, aunque hasta ahora no haya encontrado un terreno abonado para su materialización, debido, entre otros factores, a la oposición egoísta de ciertas oligarquías dominantes y a la injerencia de potencias extranjeras que nos prefieren divididos y consecuentemente más débiles.
Muchos autores sitúan el nacimiento del movimiento iberista en junio de 1494, cuando los Reyes Católicos y Juan II de Portugal firmaron el Tratado de Tordesillas gracias al cual se evitaron disputas, guerras y contiendas entre ambos países, en la colonización del Nuevo Mundo.
Durante los siglos XVI y XVII, los intentos de materializar la unión ibérica se basaron en fomentar los matrimonios entre la portuguesa Casa de Avis, y las españolas Casas de Trastámara primero y de Habsburgo después.
Durante el tramo final del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, los absolutistas partidarios de Carlos IV y Fernando VII por un lado, y las nefastas influencias de Inglaterra sobre Portugal y de Francia sobre España por otro, mantuvieron eficazmente a raya a los partidarios de la unificación ibérica, defendida principalmente por intelectuales liberales portugueses y españoles, muchos de ellos reunidos en París por el exilio.
Tras el triunfo de la Revolución de 1840 que otorgó la regencia de Isabel II al general Baldomero Espartero, éste recibió escritos de Andrés Borrego Moreno, solicitando el matrimonio de la reina con un príncipe portugués para realizar así la unificación ibérica. Tal enlace no se llevó a cabo porque, entre otros motivos, Isabel tenía entonces diez añitos y el que sería Pedro V de Portugal, solo tres.
El más importante resurgir del movimiento iberista, tanto en España como en Portugal, se produjo a mediados del siglo XIX. Los periodistas y escritores Nicomedes Pastor Díaz y Andrés Borrego Moreno le dieron un importante impulso, pero el mayor progreso se debió a Sinibaldo Mas y Sanz que protagonizó la más eficaz de las campañas iberistas, desarrollada simultáneamente en ambas naciones. Sus argumentos calaron especialmente en las ciudades, entre la burguesía media y los profesionales liberales. No obstante, entre los partidarios decimonónicos de la integración ibérica había discrepancias en cuanto a la forma que debería adoptar esa unión. La burguesía peninsular representada políticamente por el liberalismo progresista, era partidaria de la unión ibérica bajo una monarquía única. Los republicanos en cambio, eran partidarios de una federación ibérica bajo régimen republicano.
Este momento álgido del iberismo coincidió con la búsqueda de unificaciones nacionales en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Algunas se consiguieron, como Italia y Alemania; otras no, como Iberia y Escandinavia.

Don Sinibaldo de Mas y Sanz (Barcelona 1809 – Madrid 1868) fue un catalán liberal, patriota y entusiasta defensor de la unión ibérica. En1851, publicó en Lisboa un libro titulado LA IBERIA. MEMORIA SOBRE LA CONVENIENCIA DE LA UNIÓN PACÍFICA Y LEGAL DE PORTUGAL Y ESPAÑA. En él realizó un detallado y concluyente análisis de las ventajas políticas, sociales y especialmente económicas que la unión de las dos naciones peninsulares reportaría para ambas. Incluso diseñó un escudo y una bandera, y propuso la ciudad portuguesa de Santarem como capital del nuevo Estado. Su propuesta era realizar la unión mediante un enlace dinástico entre Braganzas y Borbones, pero se topó con el mismo inconveniente que la propuesta de Andrés Borrego: la corta edad de los príncipes obligaba a aplazar el enlace. Cuando este enlace fue posible, otros acontecimientos más apremiantes habían acaparado el protagonismo. Una vez más, lo urgente impidió atender lo importante y se perdió la oportunidad.
El libro –que puede descargarse en este enlace: La Iberia– reactivó el iberismo y causó un gran impacto que se plasmó en casi dos centenares de publicaciones durante los años siguientes. El propio Sinibaldo Mas fundó la REVISTA PENINSULAR. En Barcelona, el diario LA CORONA DE ARAGÓN se convirtió en ardiente defensor de la unión de Iberia. En Lisboa lo fueron el periódico monárquico A IBERIA fundado a tal fin en 1852, la publicación republicana federalista REVISTA LUSITANA y el semanario bilingüe RESTAURACIÓN DEL MEDIODÍA; y en Oporto el semanario literario A PENINSULA.
Don Sinibaldo, hoy relegado al nutridísimo panteón de ilustres españoles olvidados, fue un catalán universal y un gigante en ámbitos muy diversos. Uno de esos hombres de los que nacen muy pocos en cada generación. Además de estimable calígrafo, escritor, poeta, pintor y pionero de la fotografía, tradujo a Virgilio en hexámetros castellanos utilizando un sistema métrico de su invención, creó un sistema de escritura universal inspirado por la escritura china y basado en la notación musical, fue un viajero impenitente y un profundo estudioso de las distintas etnias, culturas y lenguas que conoció en sus viajes. Llegó a dominar 20 idiomas y pasó la mayor parte de su vida representando al Gobierno Español por todo el mundo en las más variadas misiones comerciales y diplomáticas. Recorrió Francia, Gran Bretaña, Grecia, Turquía, La India, Líbano, Siria, Palestina, Irak, Arabia, Egipto, Filipinas, China dónde consiguió establecer una sede diplomática española cuándo solamente EEUU, Gran Bretaña y Francia la tenían, etc.
Don Sinibaldo fue justamente lo contrario de un catalán independentista, tal vez porque como decía el vasco Pío Baroja: El independentismo es una enfermedad que se cura viajando. Por el contrario, fue un lúcido y ardiente defensor del iberismo que dedicó su vida a procurar la mayor grandeza de España y fue, sin duda, el mejor promotor de la “marca España” de su siglo.
Pero en aquella España convulsa de Isabel II, los acontecimientos iban a propiciar el retroceso del iberismo. Los mismos liberales progresistas que, decepcionados con Fernando VII, habían propuesto sustituirlo por los Braganza; decepcionados ahora con Isabel II, proponían destronarla y hacer rey de España al rey de Portugal Pedro V y, tras su muerte, a su hermano y sucesor Luis I. El gobierno reaccionó prohibiendo que la prensa mencionase el tema de la unión ibérica, y varias publicaciones progresistas divulgaron un manifiesto de protesta. La polémica llegó a Portugal, donde los absolutistas portugueses, los miguelistas, criticaron al gobierno por su tolerancia con la circulación de ideas iberistas.
Así, en las postrimerías de la centuria decimonona, el iberismo había sufrido ya un fuerte retroceso, satanizado por el sentimiento nacionalista portugués y arrinconado por el paulatino olvido de los conservadores españoles que, a raíz de la propuesta de destronar a Isabel II, consideraban el iberismo como una idea revolucionaria.
En Portugal, como en todas partes, el nacionalismo necesitaba de un enemigo real o imaginario para justificar su razón de ser, y ¿quién mejor que España? El nacionalismo portugués manipuló el movimiento iberista para presentarlo como fruto del afán expansionista y dominador de una España que había perdido su imperio colonial. Este estigma perdura hasta hoy. En el país vecino, sigue siendo políticamente incorrecto hablar de iberismo como acaba de hacer el alcalde de Oporto quien, por otro lado, tiene fama de ir a su aire, sin atenerse a imposiciones ni consignas.
En España, el impulso iberista recobró importancia a medida que el régimen isabelino se fue deteriorando. Mantuvo su pujanza hasta la Guerra Civil y, aunque después perdiera fuerza, nunca desapareció del todo.
En Portugal, a pesar del nacionalismo imperante en la política, el iberismo nunca llegó a ser desalojado de las universidades ni de los ambientes culturales. Son numerosos los intelectuales y los personajes públicos que han mantenido encendida la llama de la integración, y no pocos de ellos han proclamado abiertamente su iberismo: el general Latino Cohelo, el diplomático Carlos José Caldeira, el poeta Antero de Quental, los historiadores Henrique Lopes de Mendonça y Oliveira Martins, el político José María Caldeira do Casal Ribeiro, el primer ministro Costa Cabral, el presidente Teófilo Braga, el psiquiatra y escritor Lobo Antunes, y los escritores Eça de Queiros, Fernando Pessoa, Miguel Torga, Antonio Sardinha o José Saramago.
En España los escritores Marcelino Menéndez Pelayo, Juan Valera, Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga, Blasco Ibáñez, Ramón Gómez de la Serna, el poeta Joan Maragall, los políticos Juan Álvarez Mendizábal y Víctor Balaguer Cirera, el general Juan Prim, los presidentes republicanos Emilio Castelar y Pi i Margall que proponía una federación republicana ibérica, y un largo etc.
También los grupos anarquistas españoles y portugueses respaldaron una federación anarquista ibérica y una federación ibérica de juventudes libertarias.
Actualmente, la lista de políticos que se confiesan iberistas en privado, también es larga. Sin embargo, ningún partido político a uno y otro lado de la frontera, se ha atrevido a concurrir a unas elecciones con la unión hispanolusa en su programa. La única excepción fue el Movemento Partido Ibérico creado en Portugal por Paulo Gonçalves en 2013, y el Partido Ibérico Íber formado en Castilla-La Mancha por Casimiro Sánchez Calderón en 2014. Aunque sin demasiado éxito electoral, esa es la verdad.
Sin embargo, desde 1983 se celebran regularmente Cumbres Ibéricas que mantienen abierto el camino hacia una mayor integración. Nadie pretende ya una fusión de nacionalidades, a todas luces inviable a estas alturas de la Historia, pero sí avances significativos en los buenos propósitos aprobados en las Cumbres Hispano-Lusas: mayor coordinación y acoplamiento en cultura, deporte, espacio radioeléctrico, bancos centrales… y sobre todo en la acción exterior, lo que aumentaría considerablemente nuestra influencia en Iberoamérica y África, y nuestro peso en la Unión Europea.
En el último Barómetro de Opinión Hispano-Lusa, el de 2011, desarrollado por la Universidad Complutense, la Universidad de Salamanca, el Centro de Estudios Sociales Casus y el Centro de Investigaçao e Estudos de Sociologia, un 39,8% de españoles y un 45,6% de portugueses pensaban que España y Portugal deberían avanzar hacia alguna forma de unión política ibérica. Diversos estudios posteriores del Real Instituto Elcano, del Instituto Camoes y de las universidades de Coímbra, de Extremadura y de Salamanca, indican que los porcentajes de aceptación del iberismo han ido en ascenso a pesar de la ausencia total de debate sobre el tema por parte de políticos y periodistas. La media de estos estudios, indica que aproximadamente el 60% de los portugueses y del 40% de los españoles están a favor.
En 2011 se constituyó la Asociación Iberista y en 2018 se constituyó la Sociedad Iberista, ambas en Madrid. Son asociaciones culturales sin ánimo de lucro, nacidas para fomentar el iberismo en el marco de la Unión Europea y, de paso, para servir de ejemplo revitalizador del proyecto europeo que, tras la defección británica, vive sus horas más bajas.