La impresión en tres dimensiones o fabricación de objetos por medio de la adición de capas, es una tecnología que está en puertas de revolucionar las técnicas tradicionales en arquitectura o en medicina. Pero ¿y en gastronomía? ¿Entrarán las impresoras 3D en nuestras cocinas y revolucionarán nuestros antiquísimos y entrañables fogones?
En el año 2005, en el séptimo congreso “Lo mejor de la gastronomía” celebrado en San Sebastián, el cocinero Homaro Cantú del restaurante Moto de Chicago, sorprendió a todos con una creación que llamó Hamburguesa a la brasa. Primero cocinó una hamburguesa normal y corriente, después la fotografió con una cámara digital y por último imprimió la imagen sobre papel comestible, utilizando para ello una impresora especialmente adaptada para uso alimentario. No era tridimensional, pero la idea ya apuntaba maneras. Hoy, por menos de quinientos euros, podemos comprar una de estas impresoras diseñada para decorar tartas, que imprime sobre obleas o pasta de azúcar con tinta comestible.
En 2006, Yu Wen Chen y Malcolm Robert Mackley de la Universidad de Cambridge, publicaron en la revista de la Real Sociedad de Química un método para obtener chocolate flexible por medio de la extrusión en frío. Con él se pueden obtener formas tridimensionales peculiares.
En 2010, Ian Jeffrey Lipton de la Universidad de Cornell, dirigió el equipo que construyó un prototipo de impresora de alimentos en tres dimensiones, en la que se introducen los alimentos crudos así como aditamentos para modificar el sabor y la textura.
En 2011, David Carr diseñó un sistema que permite escanear un objeto, la cara de una persona por ejemplo, y reproducirlo después en un bloque de chocolate mediante una fresadora de control numérico.
Finalmente en el año 2014, se comercializaron las primeras impresoras tridimensionales específicamente aplicadas al chocolate.
Las grandes empresas están desarrollando modelos destinados a imprimir con azúcar glaseado o con gelificantes y espesantes para obtener alimentos de dietas blandas.
En España Francisco Morales, alumno de Ferrán Adriá, está colaborando con el estudio de arquitectos Green Geometry Lab para desarrollar su propio modelo de gastroimpresora tridimensional. Usando como base una máquina de impresión 3D Open Source, la han dotado de un nuevo cabezal y de inyectores de gas que permiten imprimir con alimentos fundentes como chocolate, mantequilla o queso.
La carrera ha comenzado y la NASA también participa, con la idea de que los astronautas puedan llevar estas gastroimpresoras en los vuelos tripulados de larga duración, como el que próximamente se enviará a Marte. En la Universidad de Cornell están experimentando con geles comestibles, a los que llaman hidrocoloides, que pueden mezclarse con vitaminas, colorantes o diversas sustancias nutritivas, para obtener algo parecido a las gominolas. La investigación está orientada a dotar de un sistema automatizado de cocina a los astronautas del programa espacial, pero se espera que abra nuevos caminos a la industria alimentaria.
Es muy posible que, dentro de poco, tengamos en la cocina uno de esos aparatos en los que bastará apretar el botón “cocido” para que te imprima un plato con su tocino de papada y todo. Después nos imprimimos una barra de pan y a sopear la pringá… siempre, claro está, que a mitad de impresión, no diga de agotarse el cartucho de los garbanzos.
Interesantísima entrada, que nos permite ir viendo todo lo que nos vamos a perder en el futuro, así q
Interesantísima entrada que, al abrir la puerta a un futuro tan lleno de novedades, pone de actualidad la pregunta «¿es realmente preciso morirse?» porque ¡qué rabia todo lo que nos vamos a perder! En fin… Me ha gustado también mucho el estilo que has «implementado» aquí, más libre de adjetivos que, aunque son chulos por unidades, ¡deben ser algo reprimidos cuando le brotan a uno por docenas, amigo! Gracias y sigue averiguando para nosotros, tus agradecidos lectores.
Muchas gracias. Animas mucho. Soy consciente de mi barroquismo adjetival… pero no lo puedo reprimir.