“Puedes tener un amo, puedes tener un rey, pero a quien de verdad debes temer es al recaudador” (Proverbio sumerio de 4 000 años de antigüedad).
Corría el año 718 cuando un grupo de nobles godos que se había refugiado en las montañas asturianas huyendo del moro Muza y sus correligionarios, se reunieron en Cangas de Onís y se conjuraron para dejar de pagar impuestos al gobernador árabe de la región, el valí Munuza. Este acto de insurrección fiscal fue el nacimiento de la nación que, andando el tiempo, sería España. Naturalmente el valí Munuza no se conformó y vino lo de Covadonga y todo el lío de la Reconquista.
Diez siglos y medio más tarde, en ese continente que nosotros descubrimos y colonizamos desde Alaska hasta la Tierra de Fuego, le pese a quien le pese, otro grupo de ciudadanos cabreados por los desmanes fiscales del baranda de turno, el rey inglés Jorge III en este caso, se declararon insumisos fiscales y, tras la preceptiva guerra, protagonizaron el nacimiento de otra gran nación, EE.UU.
¡Cuidado dirigentes europeos! ¡Cuidado Gobierno Español! ¡Cuidado gobiernitos regionales! Dejad ya de agotar la paciencia de los españoles. No sigáis estrujando sus bolsillos al compás que marca la emergencia de nuevos casos de corrupción, cada vez más sangrantes, cada vez más abominables, que cuando a la hispana grey se le sube la mosca a la nariz, nadie sabe en qué puede acabar el asunto, pero de lo que sí estamos seguros es de que será en algo trágico.