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Cuando yo moceaba, a los niños nos adiestraban nuestros padres en el manejo elemental de herramientas para solventar pequeñas reparaciones domésticas de todo orden, y a las niñas las enseñaban sus madres a hacer labores de punto, costura y ganchillo.

Llegó la democracia y con ella el progresismo feroz. Obviamente, aquellas tradiciones familiares tan prácticas para la buena marcha del hogar y cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, se consideraron discriminatorias, sexistas, retrógradas y, como no podía ser de otro modo, sufrieron el más enérgico y oprobioso rechazo social. Faltaría más.

Pero entonces… ¿se les enseñaban labores a los niños y chapuzas a las niñas? ¿se les enseñaba a ambos a hacer de todo? Pues no, ni mucho menos. Los españoles, fieles a nuestra vocación de malograr expectativas históricas favorables, escogimos la más estúpida de las opciones posibles: no enseñar nada de nada a nuestros retoños fuera cual fuese su sexo. Así hemos conseguido que entre nuestros jóvenes, jóvenos y jóvenas, no haya ni uno ni una ni une, capaz de coser un dobladillo o de instalar un ventilador de techo.

Y digo yo que esta debe de ser la tan cacareada colaboración entre familia y escuela, con la que nos machacan hasta el aburrimiento psicólogos, pedagogos, psicopedagogos y demás sicofauna que pasta oronda y satisfecha en los presupuestos de las consejerías de educación de las comunidades autónomas.

Si bien se piensa, la congruencia es impecable: la cooperación entre unas familias malcriadoras y una escuela logsificada, consigue moldear perfectos inútiles tanto en las actividades manuales como en las intelectuales. Muchachos solamente aptos para vivir a costa de becas, subvenciones, pensiones y ayudas públicas varias, concedidas a cambio de nada o, mejor dicho, a cambio de dar su voto a quien se las prometa. Carne de subsidio. Clientela política fidelizada de por vida.

Ya sabemos por reiterada comprobación experimental, las consecuencias de lo que hacen los dirigentes políticos progreflautas con sus gobiernos de entrepiernas de cuota, practicando la socialdemagogia del despilfarro al por mayor y el endeudamiento superlativo. Pero como somos incapaces de aprender de la experiencia, como a despecho de toda evidencia seguimos poniendo la ideología por encima del sentido común, como somos súbditos fanáticos de nuestro partido político en vez de ciudadanos libres y con criterio propio, como somos votantes atolondrados e irresponsables convencidos de que el dinero público no es de nadie… pues eso, que tropezamos en la misma piedra una y otra vez.

Pero la cosa es todavía peor. Nuestra pertinaz ceguera ante la inoperancia de unos criterios educativos que, tanto en el ámbito familiar como en el institucional, son a todas luces erróneos, está propiciando la consolidación de una colectividad de ciudadanos que, a no tardar mucho, entregarán el poder al candidato más populista, demagogo, manipulador y falsario que se presente a las elecciones. El Reino de España puede terminar convertido en una federación de repúblicas democráticas bolivarianas o cualquier otra mamarrachada totalitaria por el estilo.

Hitler, Mussolini, Perón, Chávez, Morales o Maduro, llegaron al poder utilizando los cauces democráticos. Conviene no olvidarlo.


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