En 1944 la Segunda Guerra Mundial estaba en su punto álgido. Hitler tomaba las decisiones militares basándose en horóscopos y astrologías en vez de hacerle caso al sapientísimo refranero español (El que mucho abarca poco aprieta. La teta que en la mano quepa. La avaricia rompe el saco. Quien todo lo quiere todo lo pierde…) y se batía en retirada en todos los frentes, aunque aún estaba muy pero que muy lejos de ser derrotado.
Los aliados preparaban un desembarco en la costa atlántica de Francia, para abrir un nuevo frente que obligara a los alemanes a disgregar aún más sus efectivos y, si todo salía bien, a defender su propia casa. Ambos bandos sabían que el resultado de la guerra dependía de ese desembarco. Si fracasaba, el ejército alemán aniquilaría el grueso de las tropas aliadas, que se verían obligados a pedir la paz. No volvería a cometer el error de Dunkerque. En cambio, si tenía éxito, París estaría al alcance de la mano y llegar a Berlín sería solo cuestión de tiempo. En consecuencia, ambos bandos estaban dispuestos a jugarse el todo por el todo en el envite.
Para impedir el desembarco, Hitler llevaba ya dos años construyendo el muro del Atlántico, una línea de defensas inexpugnables, a lo largo de toda la costa atlántica de Francia, Países Bajos, Dinamarca y Escandinavia. A pesar de la enorme cantidad de recursos humanos y económicos invertidos, el proyecto era tan descomunal que aún necesitaba tres años más de trabajo ímprobo para llegar a su fin; y lógicamente, los aliados no estaban dispuestos a concederle ese tiempo. El desembarco debía intentarse cuanto antes.
Las fuerzas alemanas situadas en Francia y en los Países Bajos constaban de sesenta y dos divisiones; diez de ellas panzer y veinte de asalto. Los aliados solo disponían de treinta y siete divisiones, la mitad de ellas blindadas aunque los tanques eran notablemente inferiores a los alemanes. En resumen, se disponían a asaltar la fortaleza europea con la mitad de los efectivos que Hitler tenía para defenderla. Su única ventaja consistía en que las fuerzas alemanas estaban distribuidas a lo largo de toda la costa, mientras que los aliados concentrarían todas sus tropas en el lugar elegido para el desembarco.
En principio, el punto más favorable por todos los conceptos era el estrecho de Calais, pero allí las fortificaciones estaban ya concluidas en sus tres cuartas partes. Además, el sector estaba defendido por el XV Ejército alemán, el más potente y mejor equipado de Francia, integrado por veteranos y con unos carros de combate nuevos, los Tigre, dotados de un blindaje invulnerable a los disparos de los tanques aliados. Sin embargo doscientos cincuenta kilómetros hacia el sur, en las playas de Normandía, los alemanes solo habían construido una quinta parte de las defensas proyectadas. Además el sector estaba defendido por el VII Ejército, un combinado formado por restos de unidades aniquiladas, por viejos y adolescentes reclutados en las últimas levas, y por prisioneros polacos y rusos que se habían alistado en el ejército alemán para librarse de los campos de concentración. Una tropa realmente poco fiable.
La elección, por razones obvias, recayó en Normandía, pero una vez tomada la decisión, los aliados debieron resolver dos problemas cruciales para el éxito de la operación. En primer lugar debían fomentar en Hitler el convencimiento de que el lugar elegido era Calais. En segundo lugar, si lograban sorprender a los alemanes y el desembarco prosperaba, durante las dos semanas siguientes deberían conseguir persuadirlos de que se trataba solamente de una maniobra de distracción y que el verdadero desembarco se efectuaría en Calais en cuanto quedara desprotegido. Si, tras las primeras horas, Hitler mandaba a Normandía al XV Ejército con sus blindados Tigre, todo estaría perdido.
A tal fin, los servicios secretos británicos y estadounidenses diseñaron una enorme operación de engaño consistente en simular un ejército inexistente mandado por el general Patton. Compuesto por noventa divisiones y veintidós brigadas, sus falsos efectivos estaban repartidas por todo el sur de Inglaterra. Para dar vida al embeleco, fabricaron campamentos, aeródromos, depósitos de material, cientos de tanques y de camiones, parques de artillería, almacenes de intendencia, barcazas de desembarco, puertos de cartón-piedra… todo ello manifiestamente falso visto a ras de suelo, pero perfectamente identificable y real en las fotografías aéreas de los aviones-espía alemanes. Si la red de espionaje alemán en Gran Bretaña no hubiera estado orquestada por el agente doble Garbo/Arabel, hubiera sido imposible impedir que se descubriera todo el tinglado. Al mismo tiempo y para dotar de mayor verosimilitud a las imágenes y a las falsas informaciones de Garbo, cientos de actores y de telegrafistas, mantenían diariamente un volumen de conversaciones falsas equivalente a las que hubieran mantenido los regimientos de un ejército real de esas dimensiones.
Otro tanto hicieron en el norte, en Escocia, donde desplegaron un inexistente 4º Ejército Británico para mantener retenidas en Noruega a las fuerzas de ocupación alemanas.
Las estimaciones estratégicas del mando conjunto respecto a las posibilidades de éxito de esta operación llamada Fortitude, estaban en torno al cincuenta por ciento; vamos, como lanzar una moneda al aire. Sin embargo la estratagema funcionó y, cuando desembarcaron en Normandía las treinta y siete divisiones aliadas, los alemanes creyeron firmemente que había en reserva más del doble, esperando el momento oportuno para lanzarse sobre Calais.
Sin duda el éxito de este artificio se debió al papel decisivo de un espía español que trabajaba simultáneamente para Churchill y para Hitler… o eso creía don Adolfo.
Juan Pujol García merece ser recordado como la persona cuya actuación individual resultó más decisiva para que la democracia derrotara al fascismo.
Había nacido en Barcelona el catorce de febrero de 1914, en una acomodada familia burguesa que le proporcionó una excelente educación. En contraste con el marcado carácter belicista de su año de nacimiento y tal vez por influjo del santo del día, siempre fue enemigo declarado de toda violencia. Abominaba de los extremismos, tanto del comunista como del fascista que conoció muy bien en la Barcelona de su juventud. Cuando estalló la Guerra Civil, permaneció escondido durante dos años con la esperanza de no tener que participar en la contienda, pero finalmente se alistó en el bando republicano. Después, tras un sinfín de peripecias, consiguió pasarse al bando nacional. En 1940, terminada ya la guerra española, se convirtió en un respetado empresario al que el haberse pasado al bando vencedor le auguraba un futuro de prosperidad. Sin embargo decidió comprometerse personalmente en la derrota del nazismo y, con la colaboración de su mujer Araceli González Carballo, consiguió introducirse como espía tanto en el servicio secreto alemán como en el británico. Era Alaric Arabel para los primeros y Bovril para los segundos, aunque bien pronto sus superiores del MI5 apreciaron en él unas cualidades interpretativas tan sobresalientes, que le cambiaron el nombre clave por el de Garbo, por analogía con Greta Garbo, la más admirada actriz de la época.
Arabel/Garbo desplegó tal habilidad que la red ficticia de espionaje que creó en suelo británico llegó a estar compuesta por hasta veintisiete individuos, entre agentes e informadores. Todos vivos únicamente en su imaginación y todos transmitiéndole informes diarios que él a su vez pasaba a los alemanes vía Madrid, sin incurrir jamás en un error ni en una contradicción. De hecho, Berlín lo consideraba uno de sus espías más fiables. Según Amyas Godfrey, investigador del Royal United Services Institute: “No era ningún James Bond. Era un hombre calvo, bajo y aburrido, que no sonreía nunca, pero a los alemanes los engañó por completo. Estaban convencidos de que toda la información que les mandaba era precisa”.
En realidad, era el servicio secreto británico quien le proporcionaba las informaciones reales que, convenientemente dosificadas, servían para apuntalar su credibilidad ante los alemanes y para camuflar los datos falsos que les infiltraba. Una de sus últimas misiones consistió en desviar las bombas volantes V1 y V2 del área metropolitana de Londres hacia zonas despobladas del sur de la ciudad, convenciendo a los alemanes de que, en ellas, los ingleses ocultaban importantes depósitos de armas.
En el transcurso de la operación Fortitude, Arabel envió a Berlín información concreta y precisa sobre el desembarco en Normandía el seis de junio de 1944, pero demasiado tarde para que los alemanes pudieran actuar a tiempo. Después los saturó con informes de sus agentes, de los que se colegía que ese desembarco era una maniobra de distracción para atraer a las tropas de Calais, lugar por el que se produciría el verdadero ataque. Previamente había informado de que, en las Islas Británicas, había setenta y siete divisiones preparadas para el asalto. Los alemanes, que lo creían a pies juntillas, hicieron cuentas y… dejaron sus mejores tropas en Calais.
Gracias a que los expertos polacos en decodificación habían logrado descifrar el código secreto alemán de las máquinas Enigma, los británicos supieron que el engaño de Pujol había surtido efecto y que los alemanes seguían esperando el verdadero desembarco por el paso de Calais. En ese momento ordenaron la puesta en marcha del Día D, sabiendo que en Normandía solo los esperaba el VII Ejército alemán.
Al terminar la guerra, Juan Pujol García sin disparar ni un solo tiro, sin tocar siquiera un arma de fuego, fue el único héroe que había recibido la máxima condecoración alemana, la Cruz de Hierro, y la máxima condecoración británica, la MBE (Miembro de la Orden del Imperio Británico). Después, temiendo la venganza de los nazis supervivientes, escenificó su propia muerte en Angola y vivió feliz en Choroní, una preciosa localidad costera de Venezuela, en el más completo incógnito. Disponía de un capital considerable porque los alemanes habían pagado sus servicios muy generosamente, mucho más que los ingleses. Genio y figura…
En 1984, un británico, escritor de novelas de espías, lo localizó. Tras su reaparición recibió honores y agasajos de sus antiguos compañeros del MI5 y fue recibido por el duque de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II. Murió en Caracas en 1988 y está enterrado en su querida Choroní.
La novena, el wolframio y Juan Pujol; contribución de la neutral España, al desarrollo de la segunda guerra mundial y a la derrota de la Alemania nazi.
Los primeros liberaron Paris; el segundo convirtió a los tanques alemanes en fortalezas rodantes casi invencibles y el tercero jugó un papel decisivo en el desembarco de Normandía que condujo a la derrota alemana.