ConsHace 36 años ya, un grupo de personalidades de notable talla personal y política, elaboraron una Constitución a la medida de su talento descollante y de su patriotismo de bien. Una gran Constitución que ha propiciado la etapa de mayor armonía y prosperidad de la que hemos disfrutado los españoles desde hace siglos. Con sus altibajos, con sus luces y sus sombras, la etapa que va desde la transición hasta el momento actual, no admite parangón con ninguna otra de los siglos XIX y XX.

Hoy el nivel de nuestros políticos no es el mismo, para que nos vamos a engañar. Y precisamente ahora, no sabemos bien por qué, estos actores que ocupan la escena política española; estos personajes que más parecen guiñoles de algazara y cachiporra que personalidades aptas para asumir responsabilidades de Estado; estos devotos practicantes de la demagogia, la manipulación y la falsía; pretenden convencernos de que es perentorio cambiar la Constitución del setenta y ocho y de que ellos son los llamados a redimirla de sus muchos yerros y a elevarla al nirvana de la modernidad.

Pero digo yo en mis cortas luces, que si la calidad del producto depende de la excelencia de los artesanos, más nos vale dejar la Constitución como está que emprender travesías procelosas por derroteros ignotos, en navíos capitaneados por fulanos que han aprendido el oficio en un curso por correspondencia… o eso parece.


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