Aquellas iniquidades trajeron estas tormentas

Tal vez, la profunda inmoralidad de este sistema educativo que gratifica a los malos y descuida a los buenos, cuando no los castiga con una perversa indiferencia, responda a una finalidad política igualmente inmoral.

Sí, porque si los muchachos, en llegando a la edad de votar, hubieran interiorizado el principio de que el trabajo bien hecho merece el general aprecio, y el mal hecho la repulsa, ¿qué sería de los administradores corruptos? ¿Qué sería de la urdimbre legislativa que los cobija?

Una ciudadanía que pusiera la honradez de sus dirigentes por delante de su ideología, podría enmendar la corrupción retirándole su voto a los deshonestos. Podría incluso, exigir listas abiertas para seleccionar a los honrados y sacudirse a los indecentes. Obviamente, para ellos sería una tragedia.

Por eso, cuando vemos que el sistema destina a los bribones lo mejor de sus recursos al tiempo que ningunea a los cumplidores; cuando vemos que el tiempo, que es ese juez que da y quita razones, termina demostrando que tantas contemplaciones y miramientos no transmutan al protervo en virtuoso, sino que lo estimulan a perseverar en su conducta; pensamos que el sistema se equivoca.

Pues no. Esa es solo la apariencia a corto plazo, pero el sistema está diseñado pensando en el largo plazo: ya votarán o, lo que es altamente probable, ya los votaremos.


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