En mayo de 1921, nadie hubiera sospechado la catástrofe que iba a sufrir el ejército español tan solo dos meses después, y sin embargo los cimientos del “Desastre” ya estaban fraguados.
Entre mayo de 1920 y junio de 1921, el general Silvestre protagonizó un espectacular progreso, rápido e incruento. Con 13.000 soldados desmoralizados, mal mandados, mal entrenados y peor equipados, se internó más de 130 km a través de las montañas del Rif hasta Buy Meyan y Annual, en un total de 24 operaciones. Sin apenas sufrir bajas y casi sin disparar un tiro, estableció 46 nuevas posiciones. Ocupó Tafersit, adelantó el frente hasta el río Amekrán y obtuvo la adhesión de las cabilas de Beni Ulixek, Beni Said y Tensaman, a base de dinero y concesiones.
Siguiendo las directrices políticas marcadas por sus superiores, realizó una penetración basada en la diplomacia, cuyo propósito consistía en asegurar el apoyo de las cabilas en cuyos territorios se establecía el frente español, ganando además unos aliados que perdía Abd el-Krim… o eso creía él. Silvestre era un hombre de honor y estaba convencido de que con esos pactos dejaba la retaguardia asegurada. Solo así se explica que extendiera sus líneas de abastecimiento mucho más de lo que aconsejaba la más elemental prudencia.
En mayo de 1921, el grueso del ejército español estaba en el campamento base instalado en la localidad de Annual, una falsa elevación difícil de defender y con muy escasa cantidad de agua para abastecer a tropa tan numerosa. Desde allí pensaba Silvestre realizar el avance final sobre Alhucemas. A su alrededor estableció un anillo formado por pequeñas fortificaciones guarnecidas por entre 100 y 200 soldados. En la costa se habían ocupado las posiciones de Sidi Dris, próxima a la desembocadura del río Amekrán, y Afrau. Entre Annual y Melilla había tres plazas fuertes separadas unos 30 km entre sí.
Realmente, para cualquier observador poco avisado, la cosa no podía pintar mejor. En España todos creían que por fin se alcanzaría la bahía de Alhucemas y finalizaría la sangría de Marruecos. Sin embargo, Silvestre había cometido el error de no desarmar a los cabileños cuya lealtad había comprado; o tal vez no recibió de sus superiores autorización para hacerlo. Fuera como fuese, sus hombres y él mismo, lo pagarían con sus vidas.