Para conseguir su objetivo, el general Silvestre tomó la desastrosa decisión de dispersar sus fuerzas en un total de ciento cuarenta y cuatro posiciones, los blocaos, la mayoría de los cuales se encontraban guarnecidos por entre una y dos docenas de hombres, aunque algunas posiciones como Batel, Dar Drius, Buy Mellan o el campamento base, Annual, sobrepasaban los ochocientos. La distancia entre estos emplazamientos variaba entre 20 y 40 kilómetros según el terreno. Se comunicaban por medio del heliógrafo durante las horas de sol y con señales luminosas durante la noche. Una ocupación con las fuerzas tan repartidas, hacía imposible resistir con eficacia un ataque general del enemigo, por lo que parece claro que Silvestre no esperaba tal ataque.
Los blocaos, del alemán blockhaus, eran unos pequeños puestos fortificados, fácilmente desmontables y transportables. Se habían utilizado con éxito en la Guerra de Cuba, pero en el Rif se iban a convertir en trampas mortales para los pobres soldados que los guarnecían. Las condiciones de vida de la tropa, ya de por sí malas, en los blocaos eran pésimas. Los suministros escaseaban. Durante el día el calor era asfixiante y por la noche hacía mucho frío. Ratas, piojos, alacranes y culebras eran compañía habitual. Y sobre todo, estaba el problema del agua. Los blocaos se situaban siempre en lugares altos desde los que se pudieran dominar amplias zonas, pero normalmente no había agua, lo que obligaba a ir a buscarla con reatas de mulos, cada uno o dos días.
Muchos blocaos se emplazaron de forma inapropiada, atendiendo a criterios políticos y no militares. En muchas ocasiones fueron los propios nativos los que dispusieron la ubicación de un blocao en el lugar elegido por ellos, alegando la necesidad de protección frente a otras cabilas hostiles a los españoles y sus aliados. La Comandancia siempre atendió estas peticiones por mor del buen entendimiento diplomático, desatendiendo los criterios tácticos, algunos tan elementales como poder abastecerse de agua de forma fácil y segura. Poco después, cuando estalló la rebelión, la escasez de agua sería para los rifeños un arma más eficaz que la artillería para los españoles.
Al producirse la insurrección general, estas pequeñas fortificaciones quedarán irremediablemente perdidas. Con el terreno dominado por las harcas rebeldes, resultaría imposible hacerles llegar suministros. Así, aislados e incomunicados, escasos de munición y con agua para dos días, los blocaos serían sitiados y masacrados uno tras otro, sin que sus defensores tuvieran la más mínima posibilidad de salvación. Aquellos que, agotada el agua o la munición, se rendían, eran torturados y degollados. Siempre el mismo procedimiento. Los rifeños no se limitaban a asesinar a los prisioneros. Previamente los torturaban con tanta crueldad como les dictaba su ingenio. Después, tenían especial predilección por el degüello como forma de infligirles la muerte. Al parecer, en la guerra santa, este es el procedimiento que los verdaderos creyentes deben aplicar a los inferiores harbi (no musulmanes) del perverso Dar al-Harb (mundo no musulmán).
Por otro lado, las noticias de soldados españoles muertos en combate eran muy mal asumidas por la opinión pública española, y el fantasma de la Semana Trágica quitaba el sueño a la clase política. Por ello el peso de la campaña recaería sobre las tropas nativas: Regulares y Policía Indígena. Cuando estas tropas desertaran masivamente y se pasaran al enemigo, el caos sería total y el terror se apoderaría de los soldados españoles.
En la retaguardia, las cabilas aliadas de España cambiarían de bando y atacarían también a los españoles con las armas que éstos mismos les habían vendido. El ejército rifeño alcanzaría los 18.000 efectivos.
Y a pesar del desastre que provocó Silvestre con el beneplácito del Rey Alfonso XIII. Hay personajes que lo ponen como ejemplo del Buen militar. No se si es que ni se enteran de nada o nos quieren volver a engañar, después de dejar a 10000 españoles que fuesen masacrados por los nativos