Los primeros griegos que pusieron pie en la península, la llamaron “Ophioússa” que significa “tierra de serpientes”. Sin embargo, después, la denominación griega que prosperó fue la de “Iberia” (tierra del río Íber).
Los romanos, no obstante, prefirieron usar el nombre fenicio “I-shepham-im” pero adaptado al latín, es decir “Hispania”. De ahí derivó España y, desde entonces, España somos.
Artemidoro de Éfeso, viajero, geógrafo y cartógrafo griego que vivió a finales del siglo II y principios del siglo I a.C. escribió: “Desde los Pirineos hasta las cercanías de Gadeira [las islas situadas en la bahía de Cádiz] y la tierra de la miel, todo el país se denomina igualmente Iberia e Hispania. Los romanos lo han dividido en dos provincias. A la primera provincia pertenece la región que se extiende en total desde los montes Pirineos hasta Nueva Karthago [Cartagena] y Kastolon [Cástulo] y hasta las fuentes del Betis. A la segunda provincia pertenecen las tierras hasta Gadeira y toda la región de Lusitania”. El famoso Papiro de Artemidoro, aparecido en los años noventa, contiene el texto del autor que describe la península Ibérica, acompañado por un dibujo incompleto de la misma. Fue realizado por un escriba egipcio a finales del siglo I a.C. unas décadas después de la muerte del prestigioso geógrafo, y es el mapa de España más antiguo que se conoce.
En el siglo XVI, el poeta portugués Camões llama a sus paisanos portugueses “gente fortísima de España” y, en una de sus obras afirma: “…castellanos y portugueses, porque españoles lo somos todos…” Todavía en ese siglo, se seguía denominando España a la totalidad de la península.