6 – Latinoamericanos: tontíberos hasta en el nombre. –
Si bien el Imperio español, desde sus inicios, resultó militarmente invencible tanto por tierra como por mar, también desde sus inicios se dejó ganar, por incomparecencia, en todos los ataques, desafíos, añagazas y estratagemas de la guerra de propaganda que le declararon sus enemigos[1]. Así, al Nuevo Mundo que los españoles llamaron las Indias o las Indias Occidentales, un monje cartógrafo centroeuropeo que jamás cruzó el Atlántico ni el Mediterráneo ni los Pirineos ni tan siquiera se alejó demasiado de su monasterio, un tal Martín Waldseemüller (1470-1520), lo llamó América[2] para rendir homenaje a otro tal Américo Vespucio[3] (1454-1512), un empresario florentino afincado en Sevilla que jamás pintó nada ni en el descubrimiento ni en la conquista del Nuevo Mundo. Sin embargo y a pesar de la chusca extravagancia del asunto, los enemigos de España —encabezados por Francia en este caso— se aplicaron a promocionar el nombre de América con la artera intención de difuminar el protagonismo de España en la empresa… y América se llama.
Así fue como, en adelante y mientras que fue español, el Nuevo Mundo se llamó América y americanos los allí nacidos. Pero hete aquí que, en el siglo XIX, consumada ya la fragmentación del Imperio, los estadounidenses se apropiaron de ambas palabras para denominar a su nación y a ellos mismos. Los antaño americanos acataron el expolio sin chistar y se quedaron huérfanos de nombre y con cara de bobos. Pero de algún modo tenían que llamarse, así es que, para designar el territorio comprendido entre el río Grande y el cabo de Hornos, dio en usarse el nombre de Hispanoamérica que durante un tiempo fue el más utilizado, y también otros como Iberoamérica, Indoamérica o Indoiberia, todos ellos razonablemente fundamentados. Sin embargo, el que finalmente ha triunfado ha sido el que propuso otra nación a la que también estamos culturalmente subordinados los hispanos, Francia. La denominación América Latina y su gentilicio derivado, latinoamericano, fue un invento de Michel Chevalier[4] (1806-1879), un gabacho que en 1835 viajó por México y por Estados Unidos, y que, tras apoyar el golpe de Estado que convirtió en emperador a Napoleón III Bonaparte, fue nombrado consejero y después senador. En palabras del lingüista, humanista y profesor Santiago de los Mozos (1922-2001)[5], el término América Latina fue:
[…] una operación del imperialismo cultural francés ante la evidente decadencia española y la desmembración de su imperio, luego de la independencia de la mayoría de los países hispanoamericanos del primer tercio de siglo. Pero como aquí somos los primeros que jaleamos con saña nuestras propias miserias y denostamos sin piedad nuestra historia y nuestra cultura —eso sí, sin conocerlas—, no es de extrañar que la andanada francesa saliera adelante en el siglo pasado y en éste [se refiere a los siglos XIX y XX].
Los políticos e intelectuales estadounidenses recibieron el neologismo como el más oportuno de los regalos y se aplicaron masiva y entusiásticamente a imponer su uso para borrar del inconsciente colectivo hispano los orígenes españoles de América, sus propios orígenes. Naturalmente, el atropello semántico fue sumisamente acatado por los hispanos que, despojados de sus orígenes y de su identidad cultural, deambulan ahora por la historia como muertos vivientes, zombitontíberos que no saben de dónde vienen ni adónde van.
La sustitución de la verdadera historia de América por las patrañas que conforman la leyenda negra aseguró la fragmentación de Hispanoamérica. La subordinación cultural ha hecho el resto: convertir a las repúblicas hispanoamericanas en colonias de facto del imperialismo anglosajón en todos los ámbitos: cultural, político, económico, industrial… incluso gastronómico, lo que, considerando el nivel culinario de los anglosajones, ¡tiene mérito!
Consumado el plagio, los naturales de la América hispana asumieron, ellos sabrán por qué, que son latinos, es decir, oriundos del Lacio. El Lacio es una región situada en el centro de la península itálica, cuya capital es Roma. Curiosamente, los habitantes del Lacio no son lacios, son latinos. Tan cierto es que no son lacios que, en aquellos tiempos antiguos en los que hablaban latín, hicieron gala de una energía poco común y de una diligencia extraordinaria conquistando territorios. Pero fueron otros tiempos y otros territorios. En la Edad Moderna, ni el Lacio ni ninguno de sus hijos, los latinos de verdad, tuvieron participación alguna en el descubrimiento, la conquista o la colonización de América.
Pero, para el buen tontíbero, todo eso no son más que detalles sin importancia que solo importan a los fachas. Para ellos, lo progresista es llamar americanos a los estadounidenses y latinoamericanos a los hispanoamericanos, pensando que así agradan a los primeros y redimen a los segundos de un colonialismo que jamás existió. Tontiberismo en estado puro. Máxime, teniendo en cuenta que, por un lado, a los estadounidenses les importan los tontíberos hispanos entre poco y nada, y por otro que ese presunto colonialismo, caso de que hubiera existido, habría terminado hace más de dos siglos. ¿Qué pensaríamos de alguien que se empeñara en cambiarnos el nombre de “españoles” por el de “varegos” —por ejemplo— para redimirnos del supuesto colonialismo del Imperio romano? Pues eso.
Lo cierto es que, al autodenominarse latinoamericanos, los americanos hispanos se están subordinando voluntariamente a una colonización cultural que los está sometiendo y alienando cada día más.
[1] Juan Domingo Perón (Discurso pronunciado el 12 de octubre de 1947 en La Academia Argentina de Letras en el acto de homenaje a Miguel de Cervantes con motivo de cumplirse el cuarto centenario de su nacimiento): […] la empresa de España fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya, objeto de escarnio, pasto de intriga y blanco de calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas, se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos. Disponible en https://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_america/argentina
[2] En el planisferio Universalis Cosmographia de la obra Cosmographiae introductio (Estrasburgo, 1507).
[3] Su nombre italiano era Amerigo Vespucci, pero lo castellanizó como Américo Vespucio cuando, en 1505, se naturalizó castellano. En 1504 y 1505 aparecieron publicadas tres obras supuestamente escritas por él: Mundus Novus, Lettera a Soderini y Lettera o Quatour Navigationis, unos relatos con más ficción que realidad y cuajados de errores y contradicciones que atribuyen al presunto autor el papel protagonista en el descubrimiento del Nuevo Mundo. Al parecer, fue la lectura de Quatour Navigationis —un relato en el que Vespucio narra una expedición imaginaria al Nuevo Mundo— la que indujo a error a Martín Waldseemüller, quien afirmó: […] una cuarta parte [del mundo] ha sido descubierta por Américo Vespucio […] yo no veo ninguna razón por la que alguien pueda oponerse a llamar a esta parte, por ejemplo, la tierra de Américo o América, después de que Américo haya sido su descubridor. Lo cierto es que el único viaje que Vespucio realizó realmente, fue a las costas de la actual Venezuela en 1499, enrolado en la expedición de Alonso de Ojeda. Más adelante, cuando Martín Waldseemüller conoció el engaño, dejó de usar el nombre de América en sus planisferios, pero ya era tarde para enmendar el yerro.
[4] En su obra DES INTÉRÊTS MATÉRIELS EN FRANCE (1837) enfatiza la necesidad de sustituir la denominación “América hispana” por la de “América latina” que había empleado por vez primera en su obra LETTRES SUR L’AMÉRIQUE DU NORD (1836). La idea fue apoyada y promocionada por el gobierno del emperador Napoleón III y, en consecuencia, por la dócil e influyente intelectualidad francesa en pleno.
[5] La cita forma parte de una de las conversaciones transcritas por el escritor Agustín García Simón en su libro RETRATO DE DON SANTIAGO. MEMORIA DE UN HOMBRE LIBRE (editorial Renacimiento, 2016).