Juan Latino, catedrático de la Universidad de Granada en 1556. Fue el primer catedrático de universidad negro de la historia.

3 – Thomas Jefferson vs Hernán Cortés: una comparación odiosa. –

El tontíbero hispano ignora lo de las Cortes de León y todo eso, pero sí es fervoroso admirador de Thomas Jefferson (1743-1826), un fulano al que considera espejo de ilustrados, valedor de democracias y adalid de libertades. Por supuesto, “olvida” que, en su magnífica propiedad de Monticello, tenía casi setecientos esclavos negros a los que no consideraba personas humanas y, en consecuencia, los excluía cuando afirmaba cosas tan bellas como ésta: derechos iguales para todos, privilegios especiales para ninguno. También excluía a Sally Hemings, una mulata veintinueve años menor que él, a la que hizo su esclava sexual cuando tenía catorce años y a la que violó cotidianamente durante los treinta y seis años siguientes. ¡Ah! y tampoco a los seis hijos mulatos que le dio su esclava debió considerarlos seres humanos, ya que, desde el momento mismo de su nacimiento, los mandó criar entre los esclavos y los trató como esclavos. El que fuera tercer presidente de los Estados Unidos, uno de los padres fundadores de la nación y el principal autor de la Declaración de Independencia, fue además un supremacista blanco con la aberración moral necesaria para compatibilizar sus ideas liberales e igualitarias con tener esclavos y mantener a sus propios hijos mulatos como esclavos. De hecho, también es suya la frase: La fusión de los blancos con negros produce una degradación a la que ningún amante de su país, ningún amante de la excelencia en el carácter humano, puede consentir inocentemente.

Aunque las comparaciones sean odiosas, resulta inevitable recordar que Hernán Cortés (1485-1547), que tuvo once hijos con seis mujeres diferentes, los quiso a todos y fue un buen padre para todos, los cinco ilegítimos —tres mestizos y dos criollos— y los seis legítimos y peninsulares. Su primer hijo varón, mestizo e ilegítimo, fue Martín Cortés Malintzin que nació en 1523 fruto de los amores entre el conquistador y doña Marina Malintzin, la Malinche. A diferencia del ilustrado Jefferson, el católico Cortés quiso a su hijo mestizo tanto o más que a los demás, lo llamó Martín en honor a su padre, cuando murió su madre se hizo cargo de él y se ocupó de que recibiera la mejor educación posible, en España, junto al futuro rey Felipe II con el que jugaba por los pasillos del Palacio Real. Gastó una fortuna en conseguir la bula papal que lo convertía a él y a sus hermanos ilegítimos en hijos legítimos, consiguió que lo nombraran caballero de la Orden de Santiago y, en fin, como cualquier padre merecedor de tal nombre, hizo todo lo que estuvo en su mano por procurar su bienestar y su felicidad presente y futura.

Pero nada de esto importa. Los tontíberos hispanos, que son carne de propaganda hereje especialmente si va dosificada en grageas jolivudienses, siguen convencidos de que Jefferson fue un prohombre de la humanidad y Cortés un monstruo de maldad. Y ya está.

4 – El paradigmático caso de Juan Latino. –

Aún más sangrante, si cabe, es la comparación del caso de Juan Latino (1518-1596) con el nefasto destino al que Jefferson condenó a sus hijos mulatos… ¡tres siglos después!

Hijo de una esclava africana[1], Juan Sessa[2] fue asignado al servicio personal de Gonzalo Fernández de Córdoba, nieto del Gran Capitán. Desde pequeños, primero en Baena y después en Granada, ambos niños compartieron los juegos y las lecciones de los preceptores de Gonzalo, de las que Juan, que era algo mayor que Gonzalo, discretamente apartado, no perdía puntada. Cuando Gonzalo asistió a la universidad Juan lo acompañaba en calidad de sirviente, y aunque no podía entrar en el aula por no estar matriculado[3], se quedaba en el pasillo, pegado a la puerta, asimilando las lecciones con más aprovechamiento que la mayoría de los alumnos. Ese interés no pasó desapercibido a don Pedro de la Mota, uno de los catedráticos más prestigiosos de la Universidad de Granada. Hablando con él, don Pedro comprendió la despierta inteligencia y la sólida formación de aquel chaval, y decidió tomarlo bajo su tutela académica. A petición suya, el futuro III duque de Sessa y conde de Cabra, para quien Juan era más un pariente que un sirviente, no solo dio su permiso para que estudiara, sino que además le costeó los estudios y le dio la libertad. Juan, a quien sus compañeros llamaban “el latino” por su dominio de las lenguas clásicas, adoptó el lisonjero apodo como apellido: Y como le llamó por eminente / la antigua Roma a su Adriano, el griego, / la noble España me llamó Latino. Su esfuerzo, bonhomía y erudición también se ganaron la bienquerencia y el apoyo de don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada y rector de la Universidad. Con valedores tan óptimos, Juan Latino fue profesor y llegó a ser catedrático de Gramática y Lengua Latina de la Universidad de Granada en 1556. El duque de Sessa, que consideraba a Juan como un pariente más, siempre manifestó su orgullo por tener un catedrático en la familia. Fue el primer catedrático negro de la historia, así como el primer negro que, en época moderna, publicó obra poética en latín: Y hallando que no hay honor / para mí, quise saber, / viendo que para aprender / no ha de estorbar el color. Formó parte del grupo de poetas renacentistas llamado Academia granadina o Poética Silva[4], patrocinado por Pedro de Granada Venegas, que se reunía en la Cuadra Dorada—hoy Casa de los Tiros —, propiedad de Alonso de Granada Venegas, y del que formaban parte los más relevantes poetas granadinos de la época, como Hernando de Acuña, Hurtado de Mendoza, Gregorio Silvestre o el librero Pedro Rodríguez de Ardila.

Su fama se extendió hasta el punto de que personajes de la talla de Cervantes, Lope de Vega o el mismísimo Juan de Austria, escribieron elogios sobre sus obras literarias, entre ellas una sentida elegía a Gonzalo Fernández de Córdoba en la que le llamaba hermano y le agradecía haber llegado a ser un hombre libre y culto. Para comprender el prestigio y el respeto del que llegó a gozar, basta la siguiente anécdota. Cuando el rey Felipe II ordenó trasladar los restos de sus antepasados enterrados en Granada a El Escorial, las autoridades granadinas tanto civiles como eclesiásticas, ante la gran pérdida que eso suponía para la ciudad, decidieron pedir al rey que, al menos, dejara los cuerpos de los Reyes Católicos en la Capilla Real. El asunto era muy delicado, porque si el rey se incomodaba con la petición el remedio resultaría peor que la enfermedad. Así pues, para llevar a cabo tan difícil misión eligieron al mejor, a Juan Latino. Y Juan hizo lo que mejor sabía: envolvió la petición en una bella composición poética dedicada a Felipe II; en ella, tras deshacerse en alabanzas a su persona, a su estirpe y a sus familiares allí enterrados, describía la ciudad de Granada como una madre que siempre acoge a los suyos, los protege y se siente aliviada y feliz cuando los tiene en su regazo; finalmente, tras prometer eterna lealtad a la corona, suplicaba al rey que reconsiderase su decisión sobre el traslado de sus bisabuelos, teniendo en cuenta que ellos mismos habían dejado escrito su deseo de descansar en la capital del antiguo Reino nazarí. Tanto agradó y conmovió el poema a Felipe II que decidió conceder la petición… y en Granada, en la Capilla Real, siguen hoy los restos de los Reyes Católicos.

También su vida familiar fue exitosa y feliz. Se casó[5] con una alumna suya, Ana de Carloval, hija del administrador del ducado de Sessa. Una dama distinguida, culta y atractiva, perteneciente a la baja nobleza. Para vencer la lógica oposición de los padres, que deseaban para su hija algo mejor que un antiguo esclavo, también fue fundamental el apoyo del arzobispo Guerrero[6]. Tuvieron cuatro hijos y, al parecer, llevaron una vida feliz y bien avenida hasta que la muerte los separó. Juan Latino vivió casi ochenta años, y aunque durante los últimos estuvo ciego, siguió dictando sus clases hasta el final. Su entierro fue un verdadero acontecimiento social al que acudió toda Granada. Sus restos descansan junto a los de su esposa en la cripta de la Iglesia mudéjar de Santa Ana, junto al río Darro.

Que ¿por qué este personaje, sin parangón en ningún otro país, no está ni se le espera en los libros de texto de nuestros hijos? Creo, lector, que a estas alturas del ensayo ya conoces la respuesta[7].

5 – El negro Juan latino no fue el único. –

Todo esto ocurría en la España del siglo XVI mientras era legal la esclavitud. En el siglo XX, en Estados Unidos, habiendo sido abolida ya la esclavitud, los negros… ¡Uy! perdón, afroamericanos, luchaban todavía a brazo partido para conseguir que los considerasen ciudadanos normales y corrientes.

Por mucho que el tontíbero hispano, a despecho de toda evidencia histórica, se empeñe en adjudicarnos un racismo tan intolerante, feroz y despiadado como el anglosajón y el teutón —o más, si ello fuera posible—, lo cierto es que la sociedad española de ambas orillas del océano nunca ha sido racista; ni lo fue en los tiempos del Imperio ni lo es ahora; y el mestizaje americano debería ser prueba más que sobrada. Sí era clasista, como todas las sociedades que en el mundo han sido, pero con un clasismo lo suficientemente permeable como para permitir resquicios de ascenso social a personas de verdadero mérito y valía. Sábete Sancho que no es un hombre más que otro si no hace más que otro, decía Don Quijote, y esa es una convicción hondamente arraigada en los españoles de todos los tiempos. En este sentido, el caso de Juan Latino es excepcional, pero no es el único, ni mucho menos. Son numerosos los negros que llegaron a España como esclavos y consiguieron la libertad y el ascenso social en mayor o menor grado. Así, en el siglo XV, Juan Valladolid, conocido como el conde negro, fue mayoral de fiestas, juez de paz y alcalde del crimen de los negros de Sevilla[8]. Eusebio Puello y Castro (1811-1871) fue mariscal de campo (general de división) en 1861, y arengaba a sus tropas, antes del combate, gritando: ¡Soldados! ¡Yo que soy negro, me ofrezco como blanco a los enemigos de España! ¡Adelante! Fue el primer general negro de un ejército europeo si exceptuamos al francés Thomas-Alexandre Dumas —padre de Alejandro Dumas— que en realidad era mulato. Hubo también un buen número de negros españoles que, siendo ya hombres libres, decidieron participar en la conquista y colonización de América. Marcelo Gullo, en su obra MADRE PATRIA —ya referenciada—, nos habla de los siguientes: Juan Garrido, un conquistador negro del siglo XVI que combatió a las órdenes de Ponce de León y de Hernán Cortés antes de convertirse en terrateniente, casarse con la hidalga Francisca Ramírez[9] y ser el primero que cultivó trigo en el Nuevo Mundo; Sebastián Toral que participó en la exploración de la península de Yucatán a las órdenes de Francisco de Montejo; Pedro Fulupo que luchó en Costa Rica; Juan Bardales que estuvo en las expediciones de Panamá y Honduras y a quien el rey concedió una pensión vi­talicia de cincuenta pesos como premio a su valor en combate; Pedro de Lerma que luchó en Nueva Granada; Antonio Pérez Africano, capitán de caballería natural de Orán, y Juan Portugués, que sirvieron a las órdenes de Diego de Losada en la conquista de Venezuela; el sevillano Miguel Ruiz que sirvió en Perú a las órdenes de Francisco Pizarro; Juan García, extremeño que nació alrededor de 1495, participó en la conquista del Imperio inca y regresó a España siendo un hombre rico; el capitán Juan Valiente que estuvo con Pedro de Valdivia en la conquista de Chile y murió en la batalla de Tucapel, en 1553; el capitán Juan Beltrán que también encontró la muerte en Chile combatiendo contra los araucanos; Gómez de León y Leonor Galiano, que también participaron en la conquista de Chile y fueron premiados con importantes encomiendas; etc.


[1] Etíope dicen las crónicas, aunque entonces etíope solía significar africano de piel negra.

[2] Era costumbre de la época que el esclavo tomara el apellido de su amo.

[3] En España y su imperio, nunca hubo normas sobre el color de la piel de los estudiantes universitarios. En Estados Unidos, los negros tuvieron prohibido estudiar en la universidad hasta los años sesenta del siglo XX.

[4] Poética Silva es el nombre de la colección más representativa de poemas que nos ha llegado de esta academia.

[5] La boda se celebró en 1548. En Estados Unidos, los matrimonios interraciales estuvieron prohibidos hasta 1967. Cuatro siglos y medio han tardado los «cultos», “ilustrados”, “avanzados” y “tolerantes” estadounidenses en equiparar su legislación a la de la “religiosa”, «inculta», “atrasada” e “intolerante” España.

[6] Medio siglo después, el dramaturgo Diego Jiménez de Enciso recogió las peripecias de esta peculiar historia de amor en su obra LA COMEDIA FAMOSA DE JUAN LATINO (1652).

[7] Al menos desde el siglo XVII, Granada le dedicó una plaza a Juan Latino llamada Plaza del Negro. El nombre no requería mayor aclaración porque, hasta el advenimiento del tontiberismo en el siglo XVIII, todo el mundo sabía quién era ese Negro. El olvido de su figura, hizo que, en 2006, el nombre se cambiara por el de Plaza del Negro Juan Latino. Y así siguió hasta que, el 03-10-2018, la corporación municipal presidida por el alcalde Francisco Cuenca, del PSOE, cediendo a las presiones de los comerciantes de la zona, perpetró la vileza de quitarle su plaza a Juan Latino y renombrarla Plaza del Centro Artístico. Y para adornarse en la felonía, alegó que lo había hecho porque la palabra “negro” es xenófoba. Fuente: El Independiente de Granada, reportaje de Gabriel Pozo Felguera, 24-09-2023.

[8] En su honor, todavía hoy una calle sevillana lleva su nombre, la calle Conde Negro. Se conoce que en Sevilla, al menos en su callejero, la palabra “negro” no es tan xenófoba como en Granada.

[9] Pariente de Rodrigo Rangel, el español de mayor edad que participó en la conquista de Nueva España.


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