María carga el arcabuz, apunta, dispara y vuelta a empezar. Y no falla, nunca falla. Con cada disparo, otro adorador de Alá parte en busca de las hurís que el paraíso mahometano les tiene reservadas a los verdaderos creyentes que mueren combatiendo contra el infiel. La destreza, la puntería y el temple de ese joven barbilampiño, llaman la atención de sus compañeros. Se ha hecho con un arcabuz de mecha con cerrojo liso, de metro y medio de largo y cinco kilos de peso, y lo maneja con una habilidad pasmosa. Y no es tarea fácil, ni rápida, y menos aún hacerlo bajo una lluvia de flechas y rodeado de enemigos que aúllan como fieras y blanden cimitarras escalofriantes con aviesas intenciones. Por eso los arcabuceros han de ser personas habilidosas, con los nervios bien templados, y con mucha práctica en el oficio. A cada recarga, tienen que sujetar con la mano izquierda el arcabuz y la mecha con sus dos cabos encendidos, poniendo buen cuidado en que no prendan accidentalmente la pólvora porque les va la vida en ello; mientras tanto, con la mano derecha, deben cebar la cazoleta con pólvora; tapar con la cubrecazoleta; soplar para eliminar perfectamente los restos de pólvora que, de otro modo, podrían provocar peligrosas igniciones fortuitas al disparar; llenar el cañón del arcabuz con la carga principal de pólvora; meter por la boca del cañón la bola de plomo; sacar la baqueta del fuste, introducirla en el cañón y golpear la bala dos veces para prensar la pólvora; volver a envainar la baqueta; colocar la mecha en el serpentín y engarzar la medida exacta para que el cabo encendido caiga justamente sobre el polvorín; soplar ese cabo para avivar la llama; apoyar el arcabuz en el hombro; apuntar; quitar la tapa de la cazoleta y, por fin, disparar. Sin pérdida de tiempo, tienen que limpiar la cazoleta con un soplido potente, y volver a empezar. Se comprende que los turcos prefieran a los arqueros, pues en el tiempo que un arcabucero español dispara una vez, un arquero otomano lanza seis flechas.
María y sus compañeros pelean fieramente en la galera Real desde la que don Juan de Austria dirige la armada de la Santa Liga. Las naves otomanas han logrado romper la formación cristiana por el centro, y la galera Sultana de Alí Pachá embiste a la galera Real de don Juan de Austria con su enorme espolón. Inmediatamente se lanzan los garfios y comienza el abordaje y el combate cuerpo a cuerpo. El almirante sarraceno pretende decidir la batalla en este enfrentamiento personal con el español. La situación lo favorece, porque está rodeado de barcos propios que se abarloan al español y suministran tropas de refresco al abordaje, mientras que la Real ha quedado aislada de los suyos y solo la galera veneciana de Sebastián Venier puede auxiliarla. Los tercios embarcados, la primera infantería de marina de la historia, rodean el castillo de popa en su clásica formación de combate, dispuestos a defender la vida de don Juan de Austria hasta el último hombre… y mujer, porque ahí está María causando estragos con su arcabuz y destacando entre sus compañeros por su destreza y bravura. Y cuando aquel jenízaro se le echa encima sin darle tiempo a recargar, toma una espada y lo atraviesa de parte a parte.
La situación es crítica. Se está decidiendo el resultado de la batalla y la actuación de los arcabuceros españoles es crucial. Con eficacia, disciplina y valor, contienen las sucesivas oleadas de asaltantes, hasta que don Álvaro de Bazán lanza sus naves de reserva contra las galeras turcas y, abriéndose camino a sangre y fuego, logra llegar hasta la Real y prestarle auxilio.
Es después, durante la celebración de la victoria, cuando se descubre que el heroico arcabucero lampiño que ha combatido con tanto fiereza y bizarría, es una mujer. A falta de datos más concretos, quiere la tradición que María fuera una moza de mesón granadina, apodada “la bailadora” por su maestría en el arte de Terpsícore. Está amancebada con un soldado del Tercio de la Armada que le ha enseñado las prácticas de su oficio, y ha embarcado con él disfrazada de hombre, dispuesta a seguir su misma suerte.
Don Juan de Austria había prohibido tajantemente la presencia de mujeres en sus barcos so pena de severos castigos, especialmente en acciones de guerra. No obstante, algunas prefieren arriesgarse y seguir a sus esposos o amantes antes que quedarse en tierra, solas y desamparadas, sin más salidas que la prostitución o el hambre.
Don Juan de Austria, lejos de castigar a María, premia su heroico comportamiento otorgándole plaza de soldado en el Tercio de la Armada de don Lope de Figueroa, un honor inusitado en la época para una mujer. María se lo ha ganado con creces.
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Conocemos la heroica actuación de María porque la recoge la crónica RELACIÓN DEL PROGRESO DE LA ARMADA DE LA SANTA LIGA publicada en Milán en 1576, fecha en la que Milán formaba parte del reino de España. Su autor, el soldado Marco Antonio Arroyo, también combatió en Lepanto y fue testigo presencial de los hechos que narra. Estas son sus palabras: Pero mujer española hubo, que fue María, llamada la Bailadora, que desnudándose del hábito y natural temor femenino, peleó con un arcabuz con tanto esfuerzo y destreza, que á muchos turcos costó la vida, y venida á afrontarse con uno de ellos, lo mató á cuchilladas. Por lo cual, ultra que D. Juan le hizo particularmente merced, le concedió que de allí adelante tuviese plaza entre los soldados, como la tuvo en el tercio de D. Lope de Figueroa. Si no se mencionaron estos hechos en las crónicas oficiales, probablemente fuera para no menoscabar la autoridad de don Juan de Austria, que había prohibido expresamente que embarcaran mujeres en las galeras, y para que no cundiera el ejemplo de María.
Muy buena y vibrante narrativa. Con gran económía de medios y un punto de vista adecuado logra una narración justa que no decae en ningún momento y va al grano de los hechos apropiados. Excelente conocimiento y exposicion del proceso de carga y disparo del arcabuz.
Muy agradecido por tan elogioso comentario. En realidad, solo uno de los muchos cronistas de la época que escribieron sobre la batalla, reseña brevemente la historia de María, por eso lo único que se sabe con certeza es que su actuación en el combate fue heroica y que don Juan de Austria la premio otorgándole la categoría de señor soldado de los tercios. Todo lo demás son especulaciones fruto de la imaginación de los autores que han escrito sobre ella. Que fuera granadina, moza de mesón o gitana del Sacromonte, que fuera esposa o, más probablemente, amante de un soldado de la flota o que, según cuenta un texto inglés, fuera el primer soldado español que pisara la cubierta de la galera Sultana cuando la abordaron las naves de don Álvaro de Bazán. Todo es un «puede que sí o puede que no, pero lo más seguro es que quien sabe». En su momento, las hazañas de María debieron correr de boca en boca entre los soldados españoles, y si no la recogieron los cronistas debió de ser por la poca consideración social que tenía la mujer en la época, o más bien porque escribir sobre ella podría haber sido interpretado como un menoscabo de la autoridad de don Juan de Austria, ya que María había desafiado sus órdenes.
Un afectuoso saludo.