Nada que, a despecho de toda evidencia, no nos queremos enterar. No queremos ver lo evidente, nos negamos a admitir lo obvio, nos encalabrinamos en que la realidad sea como nos gustaría que fuera y no como realmente es.
Hay musulmanes moderados y musulmanes radicales. Hay musulmanes que entienden la yihad más como un proceso de superación personal y musulmanes que la entienden más como el mandato de acabar con los infieles. Hay musulmanes suníes, musulmanes chiíes, musulmanes jariyíes o musulmanes sufíes… y así podríamos seguir. Pero en todo caso, todos tienen en común ser musulmanes y, como tales, deben seguir dos preceptos cuando se encuentren en tierra de infieles.
El primero es el disimulo, la taqiyya suní o kitman chií. Para el musulmán en minoría, es lícito fingir que acepta y respeta los usos y costumbres del país que lo acoge mientras se encuentre en situación de debilidad.
El segundo es la obligación de procurar la conversión de los infieles allá donde tengan fuerza para imponerse, siendo la amenaza de muerte una forma legítima de conseguirlo. En todo caso, allá donde sean más fuertes, atropellarán a los no musulmanes y se apropiarán de sus territorios, bienes y haciendas que, por derecho, pertenecen a los verdaderos creyentes.
Precisamente los españoles deberíamos de conocer estos asuntos mejor que otros occidentales, puesto que forman parte de nuestra historia. Durante los siglos trece al diecisiete, los mudéjares y moriscos fingieron su conversión al catolicismo y, para resultar convincentes, comían cerdo, bebían vino, asistían a misa, confesaban y comulgaban. Después, en cuanto se sentían lo suficientemente fuertes, se levantaban en armas y asesinaban a todo cristiano que se pusiera a su alcance. Y más recientemente, durante la Guerra del Rif, harto tuvimos ocasión de volver a comprobar la maestría de nuestros vecinos norteafricanos en el arte del disimulo y el fingimiento.
Y así es como son las cosas. A ver si nos damos por enterados de una vez por todas y nos dejamos ya de utopías, de buenismos, de devociones extemporáneas y de poner cara de bobos cuando surgen noticias como las que encabezan este artículo.