El avión presidencial de EE UU.

Primero llegó la señora esposa del señor Obama. Una señora, cuyo único mérito para ser atendida por las más altas instancias españolas, es el de ser esposa de. Sin embargo, haciendo caso omiso de esa circunstancia, aprovechó su breve estancia para intentar darnos lecciones de feminismo y de igualdad. Una señora que ni siquiera fue capaz de conservar su propio apellido tras su matrimonio. Una señora que, como tributo femenino a la superioridad masculina consagrada en el casamiento anglosajón, no dudó en renunciar a su propia identidad genealógica. Sinceramente, que alguien que practica esa tradición tenga la pretensión de darnos lecciones de igualdad, me parece una insolencia.

Después llegó el presidente, el señor Obama propiamente dicho. Había expresado su capricho de conocer Sevilla y los sevillanos se dispusieron a recibirlo mostrando toda la hospitalidad de la que son capaces, que es mucha. Pero, mire usted por donde, ahora dice que no tiene tiempo y deja a Sevilla compuesta y sin novio. Sin embargo, sí tiene tiempo para visitar la Base de Rota. Pero don Barack Hussein ¿no comprende usted que para conocer Sevilla no hay más remedio que ir a Sevilla, mientras que militares estadounidenses puede verlos en cualquier momento y lugar? En Washington mismo se puede usted hinchar de verlos. No necesita ir más lejos.

Lo dicho, que nos tienen contentos los Obama.


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