ADN

La doble hélice de ADN

En 1990, se inició el proyecto “Genoma Humano” con un plazo previsto de ejecución de quince años. Consistía en la elaboración de un mapa genético de la especie humana. Nada más y nada menos. Había que cartografiar los aproximadamente veinticinco mil genes que tenemos en nuestras células, determinar la secuencia completa de los tres mil doscientos millones de pares de bases nitrogenadas ubicadas en ellos, y almacenar esa ingente cantidad de información en una base de datos que la UNESCO ha declarado “Patrimonio de la Humanidad” y ha protegido de usos espurios mediante un marco legal llamado “Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos”. ¡Sencillamente colosal!

En abril del año 2003, dos años antes de lo previsto, se culminó el proyecto. El primer gran esfuerzo de investigación internacional coordinada, en la historia de la Biología. Un auténtico hito en la historia de la humanidad que, por uno de esos caprichos del azar, vino a coincidir oportunamente con la celebración del quincuagésimo aniversario del descubrimiento de la estructura del ADN.

Desde el punto de vista científico, representó un logro que, solo cincuenta años antes, resultaba impensable, inconcebible, auténtica ficción científica. Sin embargo, la cooperación lo hizo posible. Ni que decir tiene que las perspectivas de progreso científico que se abrieron en los más diversos campos de investigación, fueron tan extensas que sólo estamos empezando a explorarlas. Desde la revolución metodológica que hoy permite secuenciar un genoma en pocas semanas, hasta la posibilidad real de que los discos duros del futuro sean de ADN y la información se grabe en forma de secuencias de bases, igual que en el propio código genético. Anonada pensar en lo que verán nuestros hijos.

Pero desde un punto de vista humanista, estamos ante una de esas ocasiones que nos hacen sentirnos orgullosos de pertenecer a la especie Homo sapiens. Este proyecto requirió el trabajo coordinado de veinte equipos de investigación radicados en los más diversos países: Alemania, Bélgica, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Hungría, Italia, Japón, Nueva Zelanda, Portugal, Reino Unido, Rusia, Suecia, y Suiza. Un considerable número de científicos, de gestores universitarios, de empresarios y de responsables políticos; cada uno con sus intereses, su cultura, su idioma y su idiosincrasia; fueron capaces de aparcar inclinaciones y sentimientos tan humanos, aunque tan negativos, como el egoísmo, el rencor, la envidia, la rivalidad, el afán de protagonismo, las zancadillas, la traición… y poner en juego lo mejor que es capaz de ofrecer el ser humano: la coordinación, la ayuda, la colaboración, el empeño común, el esfuerzo conjunto… con un resultado memorable.

Ante obras como ésta, durante unos instantes se siente el orgullo de ser humano. Es una sensación efímera. Después vuelven a las mientes Schopenhauer –Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro– y Quino –Que paren el mundo que yo me bajo-.


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