¿Os lo imagináis al mando de su pelotón defendiendo la posición ante un enemigo más numeroso y mejor armado? Agresivo, obstinado, enérgico, tenaz, decidido, audaz, porfiado, arrogante… ¿Qué duda cabe de que su comportamiento sería valeroso e incluso heroico, llegado el caso? Por no mencionar el garbo con el que luciría el uniforme cuando fuera a recoger su condecoración.
Pero ¡ay!, las que en la milicia son virtudes, en política son defectos, y algunos de extrema gravedad y de calamitosas consecuencias para militancia y ciudadanía. El buen político debe ser adaptable, paciente, contemporizador, dialogante, ambiguo, taimado, suave en las maneras, inescrutable en los propósitos… es decir ¡exactamente lo contrario que nuestro personaje!
Y es que, a veces, los dioses se divierten enmarañando los caminos del destino para que los mortales, extraviados, alcancen metas incompatibles con su naturaleza.
Con las palabras justas y el tono justo también para reflejar un episodio de una farsa. ¡Muy buen comentario, Fernando!