Y ello, entre otras muchas, por estas tres razones que a mí me resultan especialmente concluyentes:
UNA.- Cuando, hace entre cien mil y setenta mil años, ya el Pleistoceno comenzaba a periclitar, la población mundial de “Homo sapiens” quedó reducida a la exigua cantidad de dos mil individuos, “sapiens” arriba, “sapiens” abajo. Nuestra especie estuvo literalmente al borde de la extinción. Nuestros antepasados estuvieron mucho más próximos a desaparecer de la faz de la Tierra, que a sobrevivir, como acabó sucediendo. De ese mínimo puñado de hombres y mujeres descendemos los más de siete mil millones de seres humanos actuales y, como consecuencia, la variabilidad genética que presentan los genotipos de toda la humanidad es menor de la que se encuentra en un grupo de chimpancés. Es decir que, en efecto, todos los hombres somos hermanos, pero no solo en el sentido espiritual en el que lo afirma el cristianismo, sino en el sentido literal en el que lo demuestra la Genética.
DOS.- En la convulsa primera mitad del siglo XX, que algunos interpretan como la guerra civil europea, con una paradiña entre conflicto y conflicto para coger carrerilla, se dio en malinterpretar la Teoría de la Evolución de Darwin. Los nórdicos autocalificados como raza blanca, principalmente anglosajones y teutones, se emplearon en afirmar que la selección natural, concepto esencial del evolucionismo, consiste en “la supervivencia del más fuerte”, dando por sentado que los más fuertes eran ellos, por supuesto, of course, natürlich. Darwin jamás dijo nada remotamente parecido. El evolucionismo se basa en “la supervivencia del mejor adaptado” que, dependiendo de las características del entorno, puede ser el más fuerte o el más débil, el más rápido o el más lento, e incluso el que posea un carácter tan aparentemente monstruoso como el cuello de las jirafas. Pero cuando los políticos se aplican a la demagogia, la manipulación y la mentira, y los votantes se dejan ganar por el populismo, el halago y las falsas promesas, ya sabemos lo que pasa… o deberíamos saberlo. El efecto práctico de tanta superchería y embeleco, fue el manejo perverso del concepto de eugenesia, para auspiciar la aprobación de leyes inhumanas con consecuencias prácticas ignominiosas, en Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia, Francia, Suiza y Alemania, donde se alcanzó el cénit de la tergiversación. Y es que ya sabemos lo concienzudos que pueden llegar a ser los alemanes para sus cosas, cuando se ponen a ello.
Hizo falta una hecatombe como la Segunda Guerra Mundial, que en algunos de sus peores aspectos fue “más que una guerra”, para que la humanidad, a través de La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, se replanteara averiguar qué había de científicamente correcto en todo eso de la eugenesia, la supremacía de unas razas sobre otras, o, yendo a la raíz de la cuestión, en el concepto mismo de raza humana. A tal fin la UNESCO, entre 1950 y 1967, en cuatro ocasiones reunió a los más destacados expertos mundiales en Medicina, Antropología, Zoología y Anatomía para que acotaran, precisaran y definieran, el concepto de raza aplicado a nuestra especie. Las conclusiones fueron que todos los hombres actuales pertenecemos a la misma especie y descendemos de un mismo tronco, que la división de nuestra especie en razas es en parte convencional y en parte arbitraria, pero no se basa en datos biológicos ni implica ninguna jerarquía, y que los diferentes logros culturales no tienen nada que ver con el potencial genético, que es idéntico en todos los casos, y sí con la historia cultural de los pueblos. En resumen, como dice don José Marín González, Doctor en Antropología por La Sorbona: Las razas no existen, ni biológica ni científicamente. En todo caso, si de razas se trata, hay solamente una: la raza humana.
Tiempo después, en la década de los noventa, siendo don Federico Mayor Zaragoza Director General de la UNESCO, esta organización se planteó la cuestión de las razas desde otro punto de vista: la percepción que tenemos los ciudadanos sobre la raza a la que creemos pertenecer. Nuevamente recabó la opinión de los más cualificados expertos en todo el mundo, y la conclusión fue que tendemos a identificar raza con idioma. Como norma general y de forma no consciente, tendemos a considerar de nuestra misma raza a los que hablan nuestra misma lengua, siempre que no haya diferencias físicas evidentes.
Una reflexión colateral: el conocimiento de este dato arroja luz sobre ese denodado empeño de los independentistas vascos en fabricarse un idioma, y de los independentistas gallegos y catalanes en erradicar el español de Galicia y Cataluña. Como que su proyecto de independencia pasa por reactivar en sus respectivos territorios el concepto de raza que durante el siglo XX sembró Europa de muerte, terror y destrucción.
Y TRES.- En 1990 se inició el “Proyecto Genoma Humano”, con un plazo previsto de ejecución de quince años y un presupuesto de tres mil millones de dólares. Consistía en la elaboración de un mapa genético de la especie humana, para lo cual había que cartografiar los casi veinticinco mil genes que tenemos en cada célula (aproximadamente la cuarta parte de los que se esperaba encontrar), determinar la secuencia completa de los tres mil doscientos millones de pares de bases nitrogenadas ubicados en ellos, y almacenar esa ingente cantidad de información en una base de datos que la UNESCO ha declarado “Patrimonio de la Humanidad” y ha protegido de usos espurios mediante un marco legal llamado “Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos”. ¡Sencillamente colosal!
En realidad se desarrollaron dos investigaciones paralelas: una pública, liderada por el doctor Collins de EEUU y una privada desarrollada por la Corporación Celera y dirigida por el doctor Venter. El 26 de junio del 2000, se anunciaron en la Casa Blanca los resultados del primer borrador del genoma con el 99% completado, poniendo así fin a la rivalidad entre ambos proyectos, al mismo tiempo que se sentaban las bases del acceso universal, libre y gratuito al banco de datos de los resultados de la investigación.
En abril del año 2003, dos años antes de lo previsto, se culminó el proyecto. Un auténtico hito en la historia de la humanidad. El primer gran esfuerzo de investigación internacional coordinada, en la historia de la Biología.
Desde un punto de vista humanista, estamos ante una de esas ocasiones que nos hacen sentirnos orgullosos de pertenecer a la especie “Homo sapiens”. Este proyecto requirió el trabajo coordinado de numerosos equipos de investigación radicados en los más diversos países: Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Gran Bretaña, España, Japón, Bélgica, Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Francia, Italia, Alemania, Hungría y Suiza. Un considerable número de científicos, de gestores, de empresarios y de políticos; cada uno con sus intereses, su cultura, su idioma y su idiosincrasia; fueron capaces de aparcar inclinaciones y sentimientos tan humanos, aunque tan incapacitantes, como el egoísmo, el rencor, la envidia, la rivalidad, el afán de protagonismo, las zancadillas, la traición… y poner en juego lo mejor que es capaz de ofrecer el ser humano: la coordinación, la ayuda, la colaboración, el empeño común, el esfuerzo conjunto… con un resultado memorable.
Desde el punto de vista científico, representa un logro que, solo cincuenta años antes, resultaba inconcebible, auténtica ficción científica. Sin embargo, la cooperación lo ha hecho posible. No obstante, los resultados obtenidos hasta ahora, han defraudado las expectativas iniciales, aunque han abierto las puertas a nuevos macroproyectos de investigación tan vastos como el propio PGH, tales como el “Proyecto Epigenoma Humano” y el “Proyecto Proteoma”, cuyos resultados mejorarán nuestra salud y nuestra esperanza de vida. Lo incuestionable es que las perspectivas de progreso que se han abierto en los más diversos campos de investigación, son tan extensas que sólo estamos empezando a explorarlas.
De las conclusiones de este proyecto, lo que interesa resaltar en este artículo, es que, en lo referente al concepto de raza humana, se demuestra concluyentemente que no existen bases genéticas para sostenerlo. Los rasgos físicos externos, que están en la base de la diferenciación social y cultural de los humanos en razas diferentes, solo corresponden al 0’01% de nuestros genes.
Nuestra especie es tan joven desde el punto de vista evolutivo, y sus patrones migratorios han sido tan extensos, permanentes y enmarañados, que solo los aspectos más superficiales han tenido tiempo de diferenciarse en grupos separados. J. Craig Venter, director de la Corporación Celera, afirma que: La raza es un concepto social, no científico. Todos evolucionamos en los últimos 100.000 años a partir del mismo grupo reducido de tribus que emigraron desde África y colonizaron el mundo.
Y, en referencia a la foto que abre este artículo y al suceso que la motiva, solo cabe añadir ¡Cuánto daño puede causar la ignorancia!
Un enfoque científico a un problema que atormenta a la sociedad desde tiempo inmemoriales. La única conclusión que puedo sacar al problema del racismo es una falta de cultura, de conocimiento y empatía inmensas.
Recomiendo American History X (pelicula del 1998)
Saludos
En efecto. Excelente película.