Portada del libro: Sierra Mágina vista desde el carril de la solana del Parque Natural de Despeñaperros

Esta es la introducción al nuevo libro que acabo de publicar que se titula REFLEXIONES DE UN PASEANTE y que, como aclara la contraportada, recopila los artículos publicados en la Revista de La Carolina entre noviembre de 2011 y abril de 2014, a razón de uno mensual. Treinta y una colaboraciones en total, ya que la trigésimo segunda no llegó a publicarse debido a la desaparición de la revista. Estos ensayos surgieron durante las caminatas de fin de semana por el Parque Natural de Despeñaperros, unas excursiones en las que las piernas iban a lo suyo mientras que la mente vagaba a sus anchas por los feraces territorios de la entelequia. Ese bienaventurado paraíso natural situado en pleno corazón de Sierra Morena Oriental, fue el caldo de cultivo que nutrió la inspiración de estos relatos. Consecuentemente, está presente en todos ellos de forma directa o indirecta, ya como protagonista, ya como telón de fondo, y siempre como fuente de sugestión y estímulo.

INTRODUCCIÓN

Mediada la década de los noventa del pasado siglo y tras varios intentos fallidos, conseguí dejar de fumar. Definitivamente. No como cierto conocido que, cada vez que apagaba un cigarrillo, afirmaba categórico que se acababa de quitar de fumar, y cuando encendía el siguiente declaraba, más socarrón que contrito, que se había vuelto a echar.

Transcurridos un par de años desde el feliz desenlace de mi reto personal, mis maltrechos pulmones se habían recuperado razonablemente. Di entonces en salir todos los domingos a recorrer los caminos del Parque Natural de Despeñaperros con un grupo de amigos, todos ellos compañeros de trabajo en el instituto Martín Halaja. Los fijos éramos Carlos Moreno, guía y programador de las excursiones, Antonio Merino, Carlos Vozmediano mientras que estuvo en La Carolina, y yo. ¡Ah! y el perrito Troy que nos acompañó siempre mientras vivió. Además, a lo largo de tantos años (1998–2010), numerosos compañeros y amigos se sumaron a estas salidas dominicales, durante periodos más o menos prolongados, para compartir charlas y andaduras. Juan Manuel Barragán, Marcelo o Juan Ocaña, nos acompañaron durante largas temporadas. Otros muchos se nos unieron esporádicamente para disfrutar las maravillas del parque siquiera fuese alguna que otra vez.

Ese bienaventurado espacio natural está situado al norte de la provincia de Jaén, en pleno corazón de Sierra Morena Oriental. En él están los pasos naturales que comunican Andalucía con la vecina meseta castellano manchega: el paso neolítico por Vacas del Retamoso, el paso íbero por el Collado de los Jardines, el paso medieval por el Puerto del Muradal, el paso barroco por el Puerto del Rey que tradicionalmente se venía atribuyendo a los romanos, y el paso decimonónico por el desfiladero de Despeñaperros, que hubo de esperar a que, ya en las postrimerías del siglo XVIII, los avances en ingeniería de caminos fueran capaces de abrirlo.

Para los amantes de la naturaleza, el parque es, ante todo, un paraíso terrenal o, dicho en términos administrativos, una delegación territorial del paraíso celestial en el planeta Tierra. En realidad, se trata de un pequeño parque natural que, en el contexto de los parques naturales españoles, resulta más que modesto. Sólo mide siete mil seiscientas cuarenta y nueve hectáreas. Exigua extensión si la comparamos con la de otros parques naturales andaluces de mayor nombradía, como el de Cazorla, Segura y Las Villas (doscientas nueve mil hectáreas), Doñana (setenta y cinco mil hectáreas) o Alcornocales (ciento sesenta y ocho mil hectáreas). Sin embargo, su belleza paisajística, su riqueza ecológica y su espectacular geología, consiguen que ni una sola de esas hectáreas resulte tediosa, molesta o anodina para el paseante, y menos aún para el estudioso, el científico o el investigador. De norte a sur y de este a oeste, todos y cada uno de sus rincones tienen encantos y atractivos que estimulan el deseo de recorrerlos una y otra vez.

Alberga una fauna rica y variada, con aves como las águilas imperial, culebrera, perdicera, calzada y real, cuyo vuelo tiene como telón de fondo un cielo que suele ser de un azul purísimo; rapaces nocturnas como el búho real o el mochuelo, aves carroñeras como el buitre leonado, halcones como el peregrino, pájaros como verdecillos, roqueros, zorzales y collalbas, etc. Entre los mamíferos cabe mencionar al zorro, la gineta, el meloncillo, la garduña, la nutria, el ciervo, el jabalí o el gato montés. Mención especial merecen las especies en peligro de extinción como el lobo, el lince ibérico, el cangrejo de río europeo o el águila imperial. Estos pocos kilómetros cuadrados constituyen uno de sus últimos refugios y de la preservación de este espacio natural depende, en buena medida, su supervivencia.

Otro tanto cabe decir de la riqueza botánica. El paisaje vegetal predominante se compone de encinares, alcornocales y pinares de antiguas repoblaciones con pinos piñoneros, carrascos y negrales. En las umbrías frescas y húmedas hay quejigos y robles melojos. En las riberas de los ríos y arroyos, todos ellos pertenecientes a la cuenca hidrográfica del Guadalquivir, hay espectaculares bosques galería formados por alisos, fresnos y sauces. Entre los arbustos destaca la jara pringosa (Cistus ladanifer), que forma extensos e intransitables jarales, aunque tampoco faltan lentiscos, labiérna­gos, acebuches, bayones, espinos negros, madroños, piruétanos, brezos, mirtos y coscojas que conforman un sotobosque especialmente diverso y ameno. Pero lo que convierte a este parque en una auténtica joya botánica, es la presencia de una treintena larga de endemismos insustituibles y de otra porción de especies que, fuera del parque, están en franca y lamentable regresión. En el angosto y feraz barranco de Valdeazores se reúne casi toda la riqueza vegetal de la sierra, desde los endémicos Centáurea citricolor, clavel de roca (Dianthus crassipes) o Digitalis mariana, hasta la inconspicua Buffonia willkommi. Esta incomparable riqueza floral, hizo que el insigne botánico Pío Font Quer llamase a este lugar Valdeflores, haciendo un juego de palabras con su verdadero nombre. En Los Órganos de Despeñaperros, entre los gallardos bloques verticales de cuarcita hay perales silvestres, madroños o enebros. En lo más angosto del desfiladero, unas enormes terreras constituyen los suelos de arrastre donde crecen quejigos y chaparros. Sobre las rocas, unas manchas amarillentas y anaranjadas delatan la presencia de los seres más austeros y tenaces: los líquenes. En el Paraje Natural Cascada de la Cimbarra, una sorprendente cascada formada por el río Guarrizas en un terreno quebrado y agreste con enormes escalones debidos a un pliegue y una falla transversal al cauce del río, encontramos el antiguo camino de herradura que comunicaba Andalucía con Levante. La loma está cubierta de jaral. La poza excavada por el salto de agua, está rodeada de arboleda higrófila, y en los paredones crecen interesantes rarezas botánicas como la Jasione mariana de capítulos azul oscuros, y el jaramago de roca (Coincya longirostra) con sus largos frutos colgantes.

Además de todas estas riquezas naturales de incuestionable interés para expertos y aficionados, lo más seductor para el asiduo paseante dominical es la cautivadora belleza del paisaje. Aunque tal vez deberíamos utilizar el plural, porque son muy diversas y peculiares las bellezas paisajísticas que ofrece este pequeño parque. Ya hemos mencionado la espectacular cascada de La Cimbarra, muy cerca de la cual pueden verse los restos de un antiguo molino. Justo frente a la caída de agua, coronando el cerro, está la Plaza de Armas, antiguo asentamiento ibérico desde el que se disfruta de una espectacular vista de la cascada. Muy cerca está su hermana menor, La Cimbarrilla, formada por el arroyo de Martín Pérez. Y entre Aldeaquemada y La Cimbarra, no se pueden dejar de admirar las pinturas rupestres de la Tabla de Pochico. El paso de Despeñaperros, inspiración y asombro de tantos viajeros decimonónicos, es un desfiladero natural de unos cuatro kilómetros de longitud, tallado por el río Magaña que, a su paso por el desfiladero, cambia su nombre por el de río Despeñaperros. Nace en el cerro de las Golondrinas, en el término municipal del Viso del Marqués, y desarrolla una gran fuerza erosiva a pesar de su escaso caudal, debido a la pronunciada pendiente. Afluye al Guarrizas que llevará sus aguas hasta el Guadalquivir. En la parte más angosta del desfiladero, está el ya mencionado Monumento Natural Los Órganos de Despeñaperros, que es sencillamente impresionante. No se puede dejar de mencionar el Collado de los Jardines donde está la Cueva de los Muñecos, antiguo santuario en el que los viajeros íberos agradecían a sus dioses haber llegado vivos hasta allí, depositando exvotos de barro, madera o metal, según los posibles de cada cual. La profusión de exvotos antropomorfos allí encontrados ha dado nombre a la cueva. Las Correderas, el Salto del Fraile, la cueva de José María el Tempranillo en el paraje Vacas del Retamoso, con sus pinturas rupestres, el pico de la Estrella, el Molino del Batán, las ruinas del castillo de Castro Ferral, la aldea Magaña y un largo etcétera, son parajes de singular belleza e interés, dignos de ser contemplados.

Para los vecinos de La Carolina y de Santa Elena, en cuyo término municipal está la totalidad del Parque Natural, si son aficionados a la naturaleza, al senderismo y a la fotografía, es una auténtica fortuna tenerlo a la vuelta de la esquina y poder disfrutarlo tan a menudo.

En mi caso, con el paso de los años, a estas aficiones se sumó la de escribir. Fue mi amigo y compañero de caminatas Antonio Merino el que me sugirió ponerme en contacto con su antiguo amigo el periodista Antonio Montes Delgado al que yo entonces no conocía. Antonio, Noni lo llamaba todo el mundo, era el editor, redactor y artífice único de la publicación digital Revista de La Carolina, pionera y principal referencia del periodismo local en la red. Siguiendo el consejo de mi amigo Antonio le mandé un correo electrónico ofreciéndole mi trabajo. Noni me respondió con la amabilidad y bonhomía que lo caracterizaban, y así comenzó mi colaboración con su revista en octubre del 2011.

Entre noviembre del 2011 y abril del 2014, aparecieron publicados mis artículos en la Revista de La Carolina, a razón de uno mensual. Treinta y una colaboraciones en total, ya que la trigésimo segunda no llegó a ser publicada debido a la penosa enfermedad que Noni sobrellevó en sus últimos tiempos y que terminó en un fatal desenlace.

Quiso el azar que, mediado el año 2010, debido a las circunstancias personales, familiares y laborales de cada quien, los componentes del grupo dejamos de salir de excursión asiduamente. A partir de entonces y en los años sucesivos, la mayoría de sábados y domingos salí a andar solo. Fue durante esas excursiones solitarias en las que las piernas iban a lo suyo mientras que la mente vagaba a sus anchas por los feraces territorios de la entelequia, cuando compuse buena parte de los artículos que siguen.  De vez en cuando, hacía un alto en el camino y le dictaba al teléfono móvil ideas, frases o largas parrafadas. Después, en casa, convertía esas notas en relatos. Y así fue como el parque natural, que tantos y tan buenos ratos me ha proporcionado, se convirtió en protagonista de la mayoría de los artículos recogidos en este volumen.

En el índice se detalla la fecha de publicación de cada uno, mientras que, bajo el título de cada artículo, se consigna el mes durante el cual fue escrito.

Torrox-Costa, abril de 2022


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