Justicia

Alegoría de la Justicia como reguladora de la Libertad

Durante la decimonona centuria, tan nefasta para España, se inició un cambio de criterio que transformaría  drásticamente tanto el enfoque como el contenido de la legislación penal española.

Este radical mudanza fue una consecuencia más de la corriente ideológica que, como reacción a la clasista, anquilosada e injusta sociedad de la época y a la rígida legislación heredera de tiempos inquisitoriales, se situó sin ambages a favor del transgresor, eximiéndolo de toda responsabilidad personal y culpando de su conducta a la sociedad. Pero “la sociedad” es un ente tan etéreo como ambiguo, por lo que fueron los sucesivos gobiernos proclives a esta ideología los que se encargaron de ir plasmando en el código penal tal forma de ver las cosas, hasta pasarse de rosca y llegar a la estupefaciente situación actual… por mor del principio del péndulo, supongo.

Para concretar y sintetizar esta evolución de las ideas, he elegido tres frases que, a mi parecer, son lo suficientemente significativas. La primera fue pergeñada por los padres de la Constitución de 1812, La Pepa, y establece cual debe ser el principio rector de una sociedad justa y equitativa. Dice así: La igualdad no consiste en que todos tengamos iguales goces y distinciones, sino en que todos podamos aspirar a ellos. Insuperable y plenamente vigente dos siglos después.

Las otras dos son de sendas españolas admirables aunque no suficientemente admiradas. Están ya específicamente referidas al ámbito penal y dibujan con mucha más elocuencia que mis palabras la trayectoria de esta corriente de pensamiento justísima y cabal en sus inicios, pero que ha desembocado en cifrar el ideal de progreso en un alienante igualitarismo a ultranza.

Dª Concepción Arenal Ponte, medio siglo después que los constitucionalistas gaditanos, escribió su frase más famosa: Odia el delito y compadece al delincuente.

Un siglo después,  Dª Victoria Kent Siano la reeditó en versión corregida y aumentada: Odia el delito y redime al delincuente.

Sea más o menos acertado el análisis que antecede, el hecho es que, en el momento actual, el sistema asume al ciento por ciento la responsabilidad de que haya ciudadanos malvados en todas sus variantes y modalidades, y pretende redimir esa presunta culpabilidad dedicando lo mejor de sus recursos a atenderlos. Al mismo tiempo, ignora o incluso desdeña a los ciudadanos normales y corrientes que cumplen las leyes y pagan sus impuestos, y que ven como su conducta no cosecha ningún tipo de recompensa ni reconocimiento. Muy al contrario, cuando tienen la desgracia de ser víctimas de un delito (secuestro, atraco, violación, “okupación” de su casa, atentado terrorista…), contemplan desesperados como la ley, la justicia y las instituciones  protegen y amparan al delincuente al tiempo que personifican en la víctima la culpa de la sociedad y se ceban con ella. Al final, resulta que los delincuentes son mucho más iguales que los honrados, esos a los que antaño se llamó ciudadanos respetables y hoy son tácitamente considerados ciudadanos despreciables por ser los culpables de que haya delincuentes.

Así se entiende que todos los partidos políticos etiquetados como “progresistas”, los progres, retroprogres, neoprogres y pseudoprogres, se opongan al unísono a la prisión permanente revisable. Desde su punto de vista, el delincuente no puede estar en prisión puesto que no es responsable de sus delitos. Tiene que estar en la calle perpetrando fechorías a troche y moche, para castigar a la sociedad que es la verdadera culpable de los delitos que él comete.

Yo, la verdad sea dicha, no le veo la lógica a este razonamiento por más vueltas que le doy. Pero claro, mi humilde caletre dista mucho de alcanzar las etéreas alturas do mora la sublime sutileza del refinado pensamiento progre.


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