Taberna Perucha

Taberna Perucha. La Carolina (Jaén).

Están por investigar, que yo sepa, los salutíferos efectos de las tabernas como terapia preventiva contra las patologías sociales.

En nuestros pueblos y ciudades hay cada día más personas que viven solas o en un entorno familiar hostil, cuya dosis diaria de interacción social la ingieren en la cafetería de la esquina, el bar de enfrente o la taberna de al lado, junto con el cortado, la caña o el vermú.

El ratito de charla intermitente con el camarero, amigo desde hace años; los comentarios intrascendentes que generalizan la conversación entre los parroquianos que diariamente acuden a ese encuentro tácito; la esgrima verbal de agudezas y jocosidades; el sencillo hecho de comentar las incidencias del partido televisado con los demás clientes… Tras unas docenas de exégesis, chascarrillos, opiniones y exabruptos, el solitario vuelve a casa medicado contra el desánimo, prevenido contra la tristeza e inmunizado contra la frustración. Y mañana será otro día.

Probablemente, nuestras autoridades no sean conscientes de la trascendencia que tiene para muchos españoles, la escalada impositiva que, con unas u otras excusas, no cesa desde hace décadas. En este escenario de opresión tributaria y depresión salarial, la crisis económica ha dejado a los clientes sin dinero que gastar en los bares, y a los hosteleros sin la opción de bajar precios para adaptarse a los mermados peculios de su clientela.

Ahora, salir a tomar unos vinos se ha convertido en un lujo que solo algunos se pueden permitir, y solo una vez a la semana. Los antiguos parroquianos de taburete reservado y libación diaria han desaparecido de las tabernas.

A mí me atribula entrar en un bar cualquier noche de entre semana y encontrarlo vacío. No puedo evitar pensar en aquellos habituales que, hasta hace solo un lustro, formaban parte integrante del decorado con tanta propiedad como el mostrador, el grifo de cerveza o las vetustas botellas de etiquetas amarillentas que consagran los anaqueles de las paredes. ¿Qué será de todos esos solitarios que ya no se pueden costear la dosis diaria de relación social que el Sistema Nacional de Salud aún no contempla entre las especialidades prescribibles?


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