Muerte de un miliciano fotografiada por Robert Capa

Tal día como hoy, hace setenta y nueve años, en España se desencadenó el apocalipsis. Parafraseando a don Arturo Pérez Reverte: Si toda guerra es un camino al infierno, una guerra civil es el atajo. Pero ¿Cómo se desató tal cataclismo?

El 16 de febrero de 1936 se celebraron en España elecciones generales.

Ganó con mayoría absoluta el Frente Popular dirigido por Manuel Azaña, una coalición electoral de partidos políticos de izquierdas, formada por el Partido Socialista Obrero Español, el Partido Comunista de España, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Sindicalista, Partido Obrero de Unificación Marxista y Partido Galeguista. En Cataluña y en Valencia se presentaron sendas coaliciones electorales equivalentes, pero diferenciadas del Frente Popular, aunque denominadas en ambos casos Front d’Esquerres. Comparados con este “profesionalizado” nivel de atomización, los reinos de taifas no habían sido más que un entrenamiento de alevines.

Inmediatamente se desencadenó una oleada de acciones terroristas, protagonizadas por pistoleros de los dos bandos adversarios: izquierdas contra derechas y derechas contra izquierdas. Como resultado, aún antes de terminar ese fatídico mes de febrero de 1936, los muertos en atentados se contaban ya por centenares.

El teniente José del Castillo Sáenz de Tejada era un militar de ideas izquierdistas que, tras pasar un año en prisión militar por negarse a disparar sobre los sublevados en la Revolución de 1934, se había trasladado a la Guardia de Asalto el 12 de marzo de 1936. Fue el instructor de las milicias de las Juventudes Socialistas.

El 14 de abril, durante los actos conmemorativos del aniversario de la República, murió el alférez Reyes de la Guardia Civil, asesinado por pistoleros de izquierdas.

El 16 de abril, durante el entierro del alférez, se produjo una gran manifestación de las derechas contra el gobierno, que fue reprimida a tiros. Uno de los agentes del teniente Castillo asesinó a Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, y el propio teniente mató a tiros a otro manifestante, un joven estudiante de ideología carlista, llamado José Llaguno Acha.

Ese día, el teniente pudo ser salvado a duras penas del linchamiento, por los agentes de su sección, pero se convirtió en el principal objetivo de los pistoleros de derechas. Sus superiores, que habían hecho caso omiso de lo sucedido durante la manifestación, le propusieron un traslado fuera de Madrid para protegerlo, pero él lo rechazó. Si lo hubiera aceptado… o si sus jefes lo hubieran suspendido e investigado… Pero eso es entrar en el terreno de lo que pudo haber sido y no fue.

El caso es que siguió en Madrid y en su puesto, y a pesar de que milicianos de las Juventudes Socialistas lo vigilaban constantemente, sufrió dos atentados fallidos, pero a la tercera fue la vencida: el 12 de julio, cuatro terroristas de derechas lo abatieron a tiros en la calle Fuencarral.

La respuesta de los terroristas de izquierdas no se hizo esperar, aunque en esta ocasión se trató de terrorismo institucional, y fue el detonante que provocó el inicio de la escabechina general.

El líder de la oposición, José Calvo Sotelo, fue secuestrado y asesinado. La acción fue ejecutada por un grupo formado por guardias de asalto, al mando del capitán Fernando Condés Romero, y por militantes socialistas, entre los que estaba Luis Cuenca Estevas, pistolero profesional y escolta de Indalecio Prieto. Él fue quien ejecutó el asesinato de Calvo Sotelo, de dos tiros en la cabeza. Era la madrugada del lunes 13 de julio de 1936. El viernes se sublevó el ejército de África y el sábado, tal día como hoy, comenzó la guerra civil más perversa e inhumana de nuestra historia.

Sería óptimamente provechoso o provechosamente óptimo, que hubiéramos aprendido la lección de una vez por todas: los asuntos se resuelven hablando… o discutiendo… o gritando… o insultando… ¡Pero siempre mediante el uso de la palabra y nada más que mediante el uso de la palabra! De ahí viene parlamentar, Parlamento, parlamentario, parlamentarismo…

Decía Albert Einstein que: el primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra, inventó la civilización.


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