
El recado de escribir. –
Antaño, desde mediados del siglo XIX y primera mitad del XX, los cafés eran lugares más acogedores y caldeados que la mayoría de los domicilios particulares, excepción hecha de las cocinas que entonces eran territorio femenino. Los hombres recalaban en los cafés, donde confluía una variopinta mezcla de ciudadanos desocupados, lectores empedernidos, escritores y poetas, que acudían para charlar en animada tertulia, leer, escribir o simplemente para matar el rato a resguardo del frío exterior. ¡Ah! y para tomar café, claro.
En estos locales, se proporcionaba al cliente que lo solicitaba, recado de escribir, que es como se llamaba al conjunto de útiles necesarios para componer una carta. El periodista y escritor César González-Ruano (1903-1965) lo describe así: El recado de escribir consta oficialmente de un tinterillo, generalmente con tapón de corcho; un manguillero con su pluma arañante y una carpeta de hule negro, donde alguna vez hay un papel secante, además de un pliego y un sobre. Los clientes postales piden al cerillero del café el recado entero. Cuando el parroquiano especifica que no quiere más que tintero y pluma, se sobreentiende algo más de que lleva papel: se sobreentiende que es literato. Esta atroz realidad la intuye, en la primera vez que el hecho se produce, el cerillero, y la confirma, ya por su experiencia, el camarero, que sabe muy bien que el literato es su enemigo natural… Había cafés en los que, con el recado de escribir, proporcionaban incluso material para lacrar las cartas que se enviaban después al destinatario local con el botones o con el limpiabotas del propio establecimiento.
Hoy, la impresora ha sustituido a la máquina de escribir que relevó al bolígrafo que desbancó a la estilográfica que en su día había sustituido a la pluma y el tintero. La expresión “recado de escribir” hace tiempo que se dejó de emplear, debido a la caída en desuso del conjunto de avíos a los que designaba y también porque ya no se suele utilizar la palabra recado con la acepción que recoge el DRAE en quinta posición: Conjunto de objetos necesarios para hacer ciertas cosas. En todo caso, los que no han desaparecido son la tinta y el papel… Todavía, aunque todo se andará. Y antes de que tal cosa suceda y caigan en el olvido, quiero dejar aquí anotada una breve reseña de su interesante y antiquísima historia.
La tinta. –
Aunque algunos investigadores creen que su invención pudo producirse en la India durante el cuarto milenio antes de Cristo, lo que sí atestiguan las fuentes con seguridad es que, durante el tercer milenio precristiano, los chinos utilizaban ya la tinta negra o tinta china. También sabemos que, aproximadamente en la misma época, hacia el año 2 500 a. C. los egipcios utilizaban tintas negra y roja. Y eran de buena calidad, pues los pictogramas de los papiros[1] egipcios de la época conservan, todavía hoy, un negro muy intenso.
Las diversas tintas negras o tintas de carbón, se obtenían del hollín o de restos orgánicos carbonizados, disueltos en agua y compactados con algún aglutinante. Sin embargo, las materias primas, los aglutinantes y las técnicas de elaboración, diferían en la tinta china y en la tinta egipcia.
Los antiguos griegos y romanos escribían con punzón sobre tablillas de cera, pero también utilizaron tinta. Plinio, Dioscórides y Vitrubio, nos han dejado sus fórmulas de elaboración. Plinio y Aulo Persio Flaco hablan de una curiosa tinta elaborada con el pigmento negro de sepias y calamares. Con los romanos llegó la tinta a la península ibérica y, ya en época medieval, los musulmanes trajeron la tinta china.
De la importancia que en los monasterios medievales daban a la tinta, nos habla la abundancia de miniaturas que muestran al diablo tratando de robar a San Juan de Patmos ese preciado tesoro. Durante la Edad Media, el soporte más utilizado en Europa fue el pergamino[2]. La antigua tinta de carbón, que se fija muy bien al papiro, penetra poco en el pergamino y, en consecuencia, se borra con facilidad, motivo por el cual fue cayendo en desuso. En su lugar, desde el siglo III, se empezó a utilizar la tinta ferrotánica cuyo empleo se generalizó a partir del siglo XI. Se obtiene mezclando un material rico en taninos, con sales de hierro. Al añadir agua se produce una reacción química que da como resultado un líquido de color negro que, aglutinado con goma arábiga, constituye la tinta ferrotánica o ferrogálica. Tradicionalmente, se debió de utilizar agua de lluvia, que es la que contiene menos impurezas que puedan alterar la calidad de la tinta. La sal de hierro usada habitualmente era el sulfato de hierro o vitriolo, y el negro de los taninos se obtenía cociendo y macerando las gállaras[3] o agallas de árboles del género Quercus.
La tinta ferrotánica penetra muy bien en el pergamino, pero debido a su acidez resulta corrosiva, lo que provoca que, con el paso del tiempo, el documento se vaya deteriorando en mayor o menor medida según el grado de acidez de la tinta. Sobre el papel el efecto es aún peor, si la tinta es muy ácida puede llegar a producir su total desintegración.
También se utilizaron tintas mixtas, mezcla de tinta al carbón y tinta ferrotánica, y tintas incompletas, llamadas así por faltarles alguno de los componentes. Las tintas de colores se conseguían usando los mismos pigmentos que se empleaban para teñir tejidos y alfombras.
En el siglo XIX aparecieron las tintas sintéticas que desplazaron a todas las demás.
El papel. –
El invento del papel que utilizamos hoy día y de su técnica de fabricación, se lo debemos a un chino llamado Cai Lun o Tsai Lun, eunuco y consejero del emperador He de la dinastía Han Oriental, en el siglo segundo de nuestra era.
En esa época, los chinos escribían sobre piezas de seda, que resultaban muy caras, o sobre tablas de bambú que eran pesadas y poco manejables. Además, ambos materiales eran delicados de conservar y muy vulnerables al ataque de los mohos. En un imperio que estaba ya bastante burocratizado, el deterioro y la pérdida de valiosos escritos oficiales resultaba desastroso.
De ascendencia humilde, Cai Lun había medrado en la corte gracias a su ingenio y su eficacia para resolver problemas técnicos. En el año 89 fue designado para dirigir la fabricación de armas e instrumentos. En el año 105 estaba al frente de los suministros de la Casa Real y dirigía la Biblioteca Imperial, cuando el emperador le encargó que encontrara un nuevo material sobre el que escribir, que no tuviera los inconvenientes de la seda y el bambú.
Cai Lun puso manos a la obra e inventó un papel muy parecido al que seguimos usando actualmente, obtenido con una técnica de fabricación similar en lo básico a la que se ha venido utilizando desde entonces y se sigue utilizando hoy día, aunque los procesos se hayan industrializado.
El ingenioso consejero se valió de un material tan barato como trapos viejos de algodón. Posteriormente utilizó corteza de morera, que se usaba para confeccionar vestidos. También usó otros materiales igualmente corrientes y económicos como restos de tejidos de seda, redes de pescar desechadas, velas de barco inservibles o paja de arroz. En todos los casos el procedimiento era el mismo. Los materiales se trituraban concienzudamente con un pesado mazo de madera en un mortero de piedra, y se sumergían en grandes cubas llenas de agua. Después, eran removidos continuamente durante varios días y, por último, se hervían sin dejar de remover para evitar la formación de grumos. Se obtenía así una pasta que se extendía en capas muy delgadas, utilizando moldes fabricados con tiras de bambú. Se dejaban secar al sol y, por último, se cortaban las láminas al tamaño deseado. Así consiguió Cai Lun fabricar unas láminas delgadas y ligeras pero firmes. Su mayor acierto fue impermeabilizarlas con gelatina de algas (agar-agar), logrando un satinado resistente a los parásitos y al paso del tiempo. En el año 105, Cai Lun le presentó al emperador las primeras muestras del papel fabricado con su método y el éxito fue total.
El emperador premió su genio otorgándole un título nobiliario y concediéndole la construcción de la primera fábrica de papel de la historia en la provincia de Henan, que bien pronto le proporcionó una considerable fortuna. Rico y respetado, llegó a tener consideración de divinidad, pero tras morir el emperador, las intrigas palaciegas en las que participaba activamente, dieron un giro contrario a sus intereses y en el año 110 se suicidó ingiriendo veneno para evitar ir a prisión.
Todo esto nos lo cuenta el historiador Fan Ye (398-445) en su LIBRO DE LA DINASTÍA HAN POSTERIOR, pero en realidad Cai Lun no partió de cero, pues conocía un precedente inventado casi cuatro siglos antes y que también nos narra el citado historiador. En el siglo segundo antes de Cristo, otro chino llamado Han Hsin, durante el reinado de Kao Tsu (247-195 a. C.), había descubierto ya un material muy parecido al papel. Buscando una forma barata de obtener ropa de abrigo para los que no se podían permitir tejidos costosos, se le ocurrió aprovechar los restos inservibles de los capullos de seda. Tras empaparlos, cribarlos y dejarlos secar, obtuvo un delicado fieltro que, utilizado como guata de relleno entre dos tejidos, permitía confeccionar prendas de vestir de bajo coste y de mucho abrigo. Casualmente, resultó que este fieltro también resultaba útil para escribir sobre él. Diversos hallazgos arqueológicos han demostrado que ya se utilizaba como soporte de escritura cien años antes de Cristo, aunque era tan frágil que debía ser adherido a una tabla de bambú estucada.
Es de suponer que, cuando el emperador He de Han encargó a Cai Lun encontrar un nuevo soporte para la escritura, éste recordó el invento de Han Hsin y lo perfeccionó hasta desarrollar un material específicamente destinado a escribir sobre él. En todo caso, fue a raíz de sus mejoras cuando el uso del papel se extendió por toda China.
La invención del papel significó una auténtica revolución en la recopilación, preservación y difusión del saber, que estimuló en China un gran desarrollo cultural. Conscientes de su importancia, los chinos supieron guardar celosamente el secreto de su fabricación durante más de cinco siglos, a pesar de que exportaban papel a los países de su entorno. Todo lo relacionado con la producción de papel era considerado un secreto de Estado y su revelación estaba castigada con la muerte.
Corea fue el primer territorio, fuera de China, al que llegó la técnica de fabricación, y fueron dos monjes budistas coreanos los que llevaron el secreto a Japón en el año 610, durante el reinado de la emperatriz Suiko (554-628). Los japoneses introdujeron algunos cambios tales como realizar el satinado con neri[4]. Empleando como materia prima diversas plantas de la flora local, desarrollaron el washi, un tipo de papel muy fino y de características tan especiales que aún hoy sigue siendo insustituible en los procesos de restauración.
Durante el siglo VIII, la fabricación de papel terminó por extenderse por toda Asia central y viajó por la ruta de las caravanas hacia el oeste.
En el verano del año 751, en el valle del río Talas, actual Kirguistán, muy cerca de la ciudad de Taraz que hoy pertenece a Kazajistán, tuvo lugar la colosal batalla de Talas que enfrentó a un ejército del califato Abasí contra otro de la dinastía china Tang. La batalla, que según las crónicas enfrentó a más de doscientos mil combatientes, fue la culminación de una serie de enfrentamientos que se venían produciendo desde el año 715 por el dominio de esa estratégica región atravesada por la Ruta de la Seda. Vencieron los musulmanes, y entre los prisioneros chinos capturados había unos artesanos que trabajaban en la fabricación de papel. Convenientemente “motivados”, revelaron su secreto y fueron llevados a Samarcanda para trabajar en la fábrica de papel que se abrió ese mismo año. En el 794 comenzó a funcionar otra fábrica en Bagdad, también gestionada por artesanos chinos. Después, la elaboración de papel se extendió a Damasco, El Cairo, Sudán, Fez…
Los musulmanes introdujeron la energía hidráulica en el proceso de fabricación y mejoraron la composición del papel empleando lino, cáñamo, ramio[5] y, en menor medida, algodón, como materias primas; como encolante usaron almidón de arroz, y cal como blanqueante que, además, al ser alcalina neutralizaba en parte la acidez de la tinta.
El occidente cristiano tenía que valerse del pergamino como único material para la escritura, lo que suponía un serio inconveniente por precio y disponibilidad de material, pues para un librito de solo ochenta páginas, se necesitaba la piel de cinco corderos. En cambio, disponer de papel fomentó en el mundo islámico la instrucción pública, la afición a escribir y, consecuentemente, a leer, la literatura en todas sus manifestaciones y la erudición. Así fue como gran parte de la cultura clásica llegó a Europa a través del papel árabe.
En el siglo X, viajando por el norte de África, la fabricación de papel llegó a al-Ándalus, de donde pasaría a los reinos de Castilla y Aragón en los siglos XI o XII, y de ahí, lentamente, al resto de Europa.
El primer molino de papel europeo del que se tiene constancia, se estableció en Játiva (Valencia) mediado el siglo XI, y la calidad de su producto se hizo famosa. Probablemente en Játiva tuvo lugar la invención del sistema de trituración por medio de la pila de mazos, sistema que se mantuvo, con mejoras técnicas, hasta el siglo XVIII. El viajero, geógrafo y escritor al-Idrisi, en su obra RECREO DE QUIEN DESEA RECORRER EL MUNDO (1154) escribió: Játiva es una bonita villa con castillos… se fabrica papel como no se encuentra otro en el mundo. Se exporta a Oriente y Occidente. Sin embargo, no son pocos los investigadores convencidos de que ya a mediados del siglo X debió fabricarse papel en Córdoba. Córdoba era sede del gobierno y centro administrativo del califato hasta que colapsó en el 1031, pero en el siglo X vivió un esplendor cultural sin parangón; solamente la biblioteca de Alhaquen II contenía 400 000 volúmenes. Si los grandes centros culturales musulmanes como Bagdad, Damasco o El Cairo tenían molinos papeleros, es lógico pensar que los musulmanes andalusíes instalarían el primer molino en Córdoba[6]. Sí sabemos que en Toledo se fabricaba papel antes de la conquista cristiana en 1085.
El honor de rebautizar el invento chino con un nombre latino le cupo a Alfonso X el Sabio, quién en sus PARTIDAS se refiere a él como paper[7], que es la pronunciación morisca de la apócope del término latino papyrus. Con este nombre fue conocido desde entonces en todo el continente europeo y, posteriormente, también en el continente americano.
El manuscrito europeo en papel más antiguo que se conoce, es el misal mozárabe del Monasterio de Santo Domingo de Silos. En dicho códice, cinco cuadernos están escritos sobre papel y los quince restantes sobre pergamino. Debió de escribirse antes del 1036, fecha en la que el rito mozárabe fue sustituido por el gregoriano.
Aunque España mantuvo el predominio de la exportación de papel durante siglos, poco a poco la tecnología de su fabricación fue difundiéndose por el resto de Europa. El primer molino papelero de Italia se estableció en Fabriano alrededor de 1276, y allí se herraron los mazos y se sustituyó el almidón de arroz por gelatina mezclada con sulfato de alúmina, lo que evitaba la acción destructora de los insectos. En Bolonia, 1285, se ideó la forma de grabar en cada pliego la filigrana o marca de agua para identificar al fabricante, y en el encolado se alternaba la gelatina animal con resina de pino depurada. En Francia, el primer molino papelero se ubicó en Troyes hacia 1338. En Alemania, el primero funcionó en Maguncia sobre 1320 y en Nuremberg se instaló uno en 1390. En Bélgica, el pionero fue el de Lille en 1389, y en 1405 se fundó otro en las afueras de Bruselas. En Suiza se instala el primero en 1411, en Marly. En Austria, el primero fue el de Wiener-Naustard, 1489… A Inglaterra no parece que llegara hasta finales del siglo XV, cuando Isabel I dio licencia a su joyero para que instalara un molino de papel, y en Holanda no aparece hasta el siglo XVI.
La invención de la imprenta en 1450 disparó la demanda de papel, desplazó definitivamente al pergamino y multiplicó en Europa los molinos papeleros.
[1] DRAE: Lámina sacada del tallo del papiro (planta indígena de Oriente) que empleaban los antiguos para escribir en ella.
[2] DRAE: Piel de la res, limpia del vellón o del pelo, raída, adobada y estirada, que sirve para escribir en ella, para forrar libros o para otros usos.
[3] Las gállaras son unas tumoraciones o excrecencias de los tejidos vegetales que se desarrollan como respuesta a la agresión de diversos insectos que perforan las yemas terminales de las ramas y depositan en ellas sus huevos. Las sustancias segregadas por la larva parásita estimulan el crecimiento rápido de los tejidos vegetales alrededor del cuerpo extraño. La invasora queda envuelta por un tejido acorchado que le proporciona una cápsula protectora mientras se nutre de la planta.
[4] Jugo mucilaginoso rico en almidón que se obtiene de la planta tororo aoi, un arbusto de la familia de las malváceas cuyo nombre científico es Abelmoschus manihot.
[5] El ramio u ortiga blanca, Boehmeria nivea, es una planta urticácea de procedencia asiática. Tiene porte de arbusto y de su corteza se obtiene una fibra textil presente, por ejemplo, en los vendajes de las momias del antiguo Egipto.
[6] En el año 971, al-Razi escribe sobre molinos situados en el Guadalquivir junto al puente romano de Córdoba, aunque no especifica que se trate de molinos papeleros. Por las mismas fechas, el geógrafo al-Muqaddasi (936-988) escribe sobre un malagueño llamado Ibn al-Qallas, muerto en el año 948, que copiaba las obras de los maestros orientales en un excelente papel, aunque bien podía tratarse de papel importado del norte de África.
[7] Paper pegado con engrud de farina quando fuere bien batido.
Gracias, Fernando. Espero que este brillante artículo sirva, al menos, para que quienes estudiaron bajo en imperio de la LOGSE, puedan saber que la tinta no es la palabra con que el feminismo conoce el tinto; y que el papel, además de eso con que se envuelven las hamburguesas, era como un ordenador sin teclas ni circuitos en el que los antiguos guardaban sus ideas o mandaban sus mensajes, pues eran tan pobres e incultos que no tenían whatsapp.
Gracias Miguel. Me temo que no debe de haber muchos hijosdelogse que lean mi cuaderno digital… ni ningún otro.